Dinastías y poder
La Familia Real danesa, en el ojo del huracán
Los Glücksburg reinan en el país desde mediados del siglo XIX, cuando se estaban produciendo cambios territoriales en Europa y la dinastía mantenía vínculos con los demás reinos escandinavos
Hace pocas semanas, la Reina de Dinamarca tomaba una medida que terminaba con tradiciones seculares: retirar a su hijo menor y a sus nietos, el tratamiento de príncipes daneses. Los Glücksburg reinan en el país desde mediados del siglo XIX, cuando se estaban produciendo cambios territoriales en Europa y la dinastía mantenía vínculos con los demás reinos escandinavos. Los daneses permanecieron neutrales en la Primera Guerra Mundial y sufrieron la ocupación nazi entre 1940-1945, aunque el Rey optó por quedarse entre sus conciudadanos: la decisión fue criticada y también aplaudida, pero Dinamarca se repuso de la guerra hasta convertirse en una de las monarquías parlamentarias más prósperas de Europa. Dicen que su fortuna es extraordinaria y sus joyas, también.
Pero no se han quedado fuera del escándalo: durante décadas el príncipe consorte quiso ser Rey y amenazó reiteradamente con abandonar el país. Al frente de la dinastía, desde 1970, la Reina Margarita, quien para acceder al trono tuvo que hacer frente a las dificultades de una ley sálica que limitaba sus derechos.
Era el año 1863 cuando Cristian IX era proclamado Rey de Dinamarca. Federico VII había fallecido sin descendencia que pudiese perpetuar la línea principal de la dinastía Oldemburgo y tras diferentes acuerdos, optaron por la designación de este príncipe de la casa Glücksburg. Eran los días de los impulsos nacionalistas de Bismark quien, con su política de «sangre y a fuego», llevaba al nuevo monarca danés a una guerra en la que se perdían los ducados de Schleswig, Holstern y Lavenburgo. La Alemania del káiser comenzaba una unificación que convertiría el país en la principal potencia continental, mientras que Dinamarca veía reducidas sus fronteras.
Pese a todo, el soberano consiguió liderar uno de los reinados más duraderos de su tiempo y «colocar» a muchos de sus descendientes en los principales tronos del continente. Era, como se le apodaba, «el suegro de Europa»: su hija Alejandra se convertía en Reina del Reino Unido por matrimonio con Eduardo VII, Dagmar en zarina Imperial de todas las Rusias, (María Fiódorovna, madre del malogrado Nicolás II), su hijo menor, Jorge, en Rey de Grecia y el primogénito varón, en su sucesor con el nombre de Federico VIII.
El soberano consiguió liderar uno de los reinados más duraderos de su tiempo y «colocar» a muchos de sus descendientes en los principales tronos del continente
Federico VIII accedió al trono en 1906. Estaba casado con Luisa de Suecia, quien aportó a la corona muchas de las fabulosas joyas que habían pertenecido a su abuela, Josefina de Leuchtemberg. Durante su breve reinado, Dinamarca consolidó el parlamentarismo y exportó a otro de sus príncipes al recién creado reino de Noruega: el segundo de sus hijos, Carlos, partió para Oslo para ser coronado rey como Haakon VII. El Monarca danés falleció repentinamente en 1912 –llegó a decirse que en un burdel– y le sucedió su primogénito, Christian X.
Dinamarca era ya una democracia parlamentaria, por lo que las tareas de la Corona habían quedado circunscritas a competencias institucionales. Pese a ello, el Rey tuvo un papel principal a la hora de conseguir la neutralidad danesa en la Guerra de 1914, en alianza con los demás países escandinavos. Vino después un tiempo de modernización en el que el soberano ganó todavía mayor popularidad. Aún gobernando los socialdemócratas, el primer ministro, Thorvald Stauring, llegó a afirmar que «si se votara la República, yo votaría por el Rey como presidente». Sin embargo, su papel estuvo determinado por las circunstancias que rodearon al país al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
En los primeros meses de expansión nazi, Dinamarca caía frente al dominio militar alemán: las autoridades firmaban la capitulación en abril de 1940, a cambio de mantener la independencia política en asuntos internos. Los Reyes no se exiliaron –sí lo hizo su hermano Haakon VII de Noruega tras plantar resistencia a los nazis– y permanecieron en Copenhague. En esos días y mientras la población civil iba dando muestras de movimientos clandestinos de resistencia, nacía en el palacio de Amalienborg, la nieta primogénita de los reyes, Margarita. Vendrían después las Princesas Benedicta y Ana María, con el tiempo Reina de Grecia por matrimonio con Constantino, hermano de doña Sofía. Pero en Dinamarca, por la Ordenanza Real de 1853, no podrían reinar las mujeres…
Al frente de la dinastía, desde 1970, se encontraba la Reina Margarita, quien para acceder al trono tuvo que hacer frente a las dificultades de una ley sálica que limitaba sus derechos
Christian de Dinamarca falleció en 1947. Le sucedía su hijo, el ya maduro Federico IX, al que le había costado decidirse por el matrimonio, aunque la elección final resultase muy acertada: Ingrid de Suecia. El país experimentó un importante desarrollo económico en un tiempo en el que la industrialización hizo de la agricultura y ganadería, el principal motor del país. En 1953 el Parlamento aprobó una reforma constitucional que permitía la subida al trono de las mujeres, el país se convirtió en miembro de Naciones Unidas, fundador de la OTAN y se integró en la entonces CEE, antecedente de la actual Unión Europea. En 1972, fallecía el Rey Federico IX. Su hija Margarita accedía al trono: era la primera soberana danesa en muchos siglos.
La joven Margarita se había casado en 1969 con el diplomático y conde francés, Henri de Monpezat. En el enlace llevó un diseño de Jorgen Berden realizado en seda, con escote cuadrado, falda acampanada y la diadema que había realizado Cartier para su abuela, la princesa de Connaught. Él fue polémico desde el principio y con cada berrinche por su condición de consorte –que no Rey– se fugaba a sus viñedos franceses. El segundo de los hijos del matrimonio protagonizó en 1995 una boda con la joven de ascendencia china, Alejandra Manley, de la que se divorció años después. Ella se quedó con el título de condesa de Frederiksborg y él volvió a casarse, ahora con una ejecutiva francesa.
El mayor y heredero, Federico, que había dado grandes titulares a las revistas del corazón, sorprendía al anunciar su decisión de casarse con una abogada australiana, de Tasmania, a la que había conocido en la celebración de los Juegos Olímpicos de Sídney. Desde entonces, las desavenencias entre ellos parece que han sido continuas. Pero la Reina se ha plantado: enmascarándolo como una medida para «salvaguardar el futuro y continuidad de la Corona» tomaba la decisión de despojar del título de Altezas Reales a la familia de Joaquín, el menor de sus hijos. ¿Será que está siguiendo el ejemplo de otros parientes regios en su afán de menguar el número de miembros activos al servicio de la institución?