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Laín Entralgo (centro) en la Real Academia de la Lengua con Fernando Chueca Goitia (izquierda) y Gerardo Diego (derecha)GTRES

Pedro Laín Entralgo y su olvidada admiración por Adolf Hitler

Desde los tiempos de la Guerra Civil una generación intelectual de españoles, la del 36, vieron en Berlín, en el III Reich, la senda de un nuevo orden que iba a salvar a Occidente de su decadencia

En el siglo XIX París era el foco cultural y frívolo que iluminaba Occidente desde el asalto a la Bastilla. Durante unos pocos años, muy pocos, Berlín fue el faro de Europa. Con el desembarco de Normandía y la caída de Berlín en manos de los soviéticos todo cambió. Media Europa miró a Washington y la otra mitad miró al Kremlin.

Desde los tiempos de la Guerra Civil una generación intelectual de españoles, la del 36, vieron en Berlín, en el III Reich, la senda de un nuevo orden que iba a salvar a Occidente de su decadencia. La figura del Führer iluminaba a muchos europeos y entre ellos a lo mejor de la intelectualidad española del aquel tiempo.

En 1984 el PSOE organizó un gran congreso de intelectuales en Salamanca, del que fue nombrado director Pedro Laín Entralgo. Ya nadie recordaba, o quería recordar, que fue el autor de un libro básico del régimen franquista, Los valores morales del nacionalsindicalismo. Al congreso asistió acompañado de Tovar y Ridruejo. Los tres formaban el grupo más selecto de intelectuales azules, falangistas, totalitarios del primer franquismo. El PSOE asumió sin complejos que los mejores de su cartel de intelectuales durante la Transición habían hecho sus primeras y mejores armas con Franco, inspirándose en los valores e ideología entonces vanguardista del III Reich. Grupo con el que formaban bajos los luceros, brazo en alto, el poeta Rosales, Sánchez Mazas, Aranguren y Torrente Ballester, el periodista Emilio Romero y Vicens Vives y con ellos una larga, larguísima lista.

La figura del Führer iluminaba a muchos europeos y entre ellos a lo mejor de la intelectualidad española del aquel tiempo

En los tiempos de la guerra Laín escribirá (1937) en Jerarquía el artículo titulado Meditación apasionada sobre el estilo de la Falange: «Unos crean el estilo y otros los definen. Crea un estilo de vida aquel que recibe el soplo de los destinos históricos y rompe con la caducidad en nombre de la esperanza: así Mussolini, Hitler, José Antonio, Franco…» Y remata la idea: «José Antonio hizo del nacionalsindicalismo un modo de ser cuya expresión primera es una Revolución (sic), de la que ha de ser Franco seguro doctor».

Laín llegó a ser Consejero Nacional, primero de Falange –chaqueta negra, camisa azul, brillante correaje– y luego del Movimientos en las Cortes orgánicas franquistas, rector de la Universidad Central y miembro de varias reales academias, gracias a su fuerza intelectual y a su impecable camisa azul. Al empezar la guerra se vio arrastrado a la vorágine del conflicto, integrando los pelotones de fusilamiento que ponían fin a la vida de los frentepopulistas. Pero sangre y represión no era lo suyo. Con su flamante carné de Falange y su poderosa inteligencia se presentará ante el cura azul Yzurdiaga, director del periódico Arriba España que preparaba el nacimiento de Jerarquía, revista negra de la Falange, acompañado de Ernesto Giménez Caballero y de García Serrano –falangista este desde el primer día y hasta su muerte–, para ofrecerle su pluma y su fidelidad al entonces en boga ideal «joseantoniano». Laín va a ser firme articulista en Arriba España, Jerarquía y en Vértice, que dirigía Manuel Halcón, jefe de los falangistas que se alzaron en armas en Salamanca el mismísimo 18 de julio del 36. A las órdenes de Serrano Suñer será el responsable de Ediciones del Servicio Nacional de Propaganda, luego Editora Nacional. Su prestigio crece entre los azules, llegando a ser para algunos de sus camaradas el llamado a suceder a José Antonio. Con su pelo engominado y peinado para atrás fomenta y busca el parecido.

Pedro Laín EntralgoGTRES

En aquellos días de Salamanca y Burgos para muchos españoles nacionales Alemania era lo mejor de lo mejor. Los miembros de Legión Cóndor eran un ejemplo a seguir, siendo los aviones alemanes y sus incomparables cañones del 88 objeto de la admiración de las tropas nacionales. Laín destacó, por varios cuerpos de ventaja, entre los entonces numerosos admiradores del III Reich. En España nada se sabe de los campos de concentración y de la dureza que imprimirán los nazis a la forma de hacer la guerra en el Frente Ruso.

Saldrá de la Guerra Civil con el marchamo de estar llamado a ser uno de los destinados a guiar a los españoles en el nuevo orden que se iba a implantar en Europa con la victoria de Berlín, Roma y, con ellos, de la España nacional. Su admiración a Mussolini y a Hitler brota insistentemente en todos sus escritos. Admiraba su forma de lograr el poder (a pesar de obtenerlo de forma acorde a las constituciones de sus respectivas naciones). Escribirá sobre la Europa en camisa negra en Arriba: «(…) que la empresa nacional resuelve en unidad la dispersión clasista apenas necesita comentario: ahí el ejemplo de la Alemania nacionalsocialista; la cual, no obstante exigir cuantiosos sacrificios a sus hombres, ha conseguido vencer la lucha social de forma hasta ahora insuperada, sosteniendo y mejorando una justicia social, de un lado, y creando por otro una apasionante empresa nacional».

Adolf Hitler y Benito Mussolini saludándoseGTRES

Pero en 1945 los soviéticos entraban en Berlín, Hitler se suicidaba y el tiempo de un orden nuevo se difuminaba. Franco gobernaba en Madrid, pero ya las cosas iban por otros derroteros. El rector Laín le dará 15.000 pesetas a Ridruejo para su congreso Escritores Jóvenes, un claro gesto de oposición al franquismo, eso sí con permiso del SEU. En 1964 rechazada la cruz de Isabel la Católica inclinándose lentamente contra el Régimen desde su posición privilegiada, sabiendo que muerto Franco será necesario reinventarse para seguir siendo el gran Laín. Apoyará a los catedráticos que hacen oposición al Régimen (Aranguren, Tierno Galván, García Calvo…) olvidando que ganó su cátedra en 1942 en el contexto depurador de los años más duros del franquismo. ¡Los españoles somos un pueblo de desmemoriados de ahí, piensa Sánchez, la necesidad de una obligatoria y liberticida ley de Memoria Histórica! Franco no ganó la guerra él solo, con tres moros, cuatro legionarios y un puñado de alemanes e italianos. Mucha gente tiene un oscuro pasado que casi nadie quiere recordar.