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Trotsky dirigiéndose a los soldados del Ejército Rojo durante la guerra polaco-soviética

Dinastías y poder

Trotsky, los Bronstein y la familia purgada

Tras escapar de su destierro, Trotsky viajo por Europa y se unió al grupo de exiliados liderado por Lenin; todo en nombre de la expansión revolucionaria

Un Revolucionario. Todo un líder de masas. La pieza clave para el triunfo de la revolución bolchevique: presidente del soviet de Petrogrado, comisario de política Exterior y organizador del Ejército Rojo. Arrogante y egocéntrico, en palabras del historiador Robert Service. Quizá el elemento determinante en la toma del poder por Lenin y, por ende, responsable de la barbarie posterior. De orígenes ucranianos y con formación ideológica que lo situaba muy por encima de Stalin en teoría política, experimentó desde joven deportaciones y exilios. No sólo con el zarismo. Sus persecuciones más encarnizadas vinieron de la mano de aquellos con los que había compartido la aniquilación de la Rusia Imperial: rivalidades personalistas, criterios no uniformes respecto a la expansión internacional del ideal revolucionario o disidencias en las directrices del partido le forzaron a una primera deportación en Siberia hasta terminar en México, donde en 1940 era asesinado por un estalinista español. Trotsky era la cabeza de lanza de una ola represiva pero no el objetivo único: su familia murió también como consecuencia de aquellas purgas que hicieron del estalinismo un sanguinario régimen de terror. El popular productor cinematográfico Samuel Bronston, con títulos como El Cid o 55 días en Pekín, tenía también cierto parentesco con la saga.

Lev Davídovich Bronstein –tomará el nombre de Trotsky de uno de sus carceleros– nació en un pueblo cercano a Jersón en 1879. Era el quinto hijo de una pareja de pequeños terratenientes judíos y desde niño se interesó por las teorías revolucionarias. Cursó ciertos estudios en Odesa aunque él prefería la literatura política, el periodismo y la acción. Desde joven participó en actividades subversivas que le llevaron a las primeras reclusiones de las Orjana en Siberia y Moscú. En ese tiempo había mantenido una relación con Aleksandra Sokolóvskaya, de la que nacieron dos hijas, Zinaida (1901-1933) y Nina (1902-1928). Tras escapar de su destierro, Trotsky viajo por Europa y se unió al grupo de exiliados liderado por Lenin; todo en nombre de la expansión revolucionaria. Volvió a Rusia, participó en la revolución fallida de 1905 y de nuevo a Siberia y al exilio. Fue en este tiempo cuando León conoció a Natalia Sedova, en París. Ella, también de orígenes ucranianos y de familia con cierta ascendencia noble, aunque con limitados recursos, afín al antizarismo, había emigrado y se ganaba la vida como «modelo desnudista» de artistas noveles. Trotsky y Natalia, parece que acudieron juntos a Bruselas a unas sesiones de Freud. Tendrán dos hijos, Liova (1906-1938), activo revolucionario, y Serguei (1908-1937), ingeniero y profesor. Mientras tanto, visitó Madrid en 1916 y viajó a Estados Unidos.

La primera esposa de Trotsky, Aleksandra Sokolovskaya, con su hermano (sentado a la izquierda) y Trotsky (sentado a la derecha), en 1897

Trotsky volvió a la Rusia Imperial en 1917, donde el curso negativo de la Primera Guerra Mundial estaba siendo utilizado por los marxistas-socialdemócratas para sembrar el virus revolucionario. En febrero abdicaba Nicolás II, en abril llegaba Lenin a la estación Finlandia y, en octubre, Trotsky dirigía el golpe de Estado que llevará a los bolcheviques al poder. La Revolución había triunfado y comenzaba la guerra civil que enfrentaba a «rojos» contra «blancos». Trotsky, flamante comisario de Exteriores y de Guerra –lo de ministro sonaba burgués– negoció la salida de la guerra en Brest-Litovsk y organizó el Ejército Rojo. La guerra se ganó y en 1922, se creaba la URSS. Hasta aquí Trotsky era un elemento poderoso del organigrama del nuevo poder, pero la muerte de Lenin lo convertía en una clara amenaza en los afanes totalitarios de Iósif Stalin. Eso, y la defensa de una «revolución socialista internacional» lo convertía en enemigo de la Unión Soviética.

El 14 de noviembre de 1927 fue expulsado del partido y exiliado en Kazajistán. Aquí, en Alma Ata, se enteró de la muerte en Moscú de la menor de sus hijas, Nina, a causa de tuberculosis, aunque en el fondo trasluciese falta de asistencia médica. Varios meses después, Trotsky, expulsado de la URSS, llegaba con su mujer y su hijo Liova a Turquía, a la isla de Prinkipo, como exiliado político. El régimen estalinista les privaba de la nacionalidad acusado de actividades antisoviéticas. Dicen que el nuevo Gobierno de Atatürk no le trató mal, pues, no en vano, el bolchevismo se había ocupado de suministrar armas para su causa nacionalista. En estos años Trotsky aprovechó para escribir su Historia de la Revolución Rusa, libro de cabecera de parte de la historiografía marxista. Aquí, en la orilla del mar de Mármara, tuvo conocimiento del suicidio en Berlín de Zinaida, la mayor de sus hijas. Trotsky, a través de su correspondencia, acusa al estalinismo de acentuar la enfermedad mental de su hija al impedirle regresar con su familia (marido y una hija) a la Unión Soviética. El otro hijo de Zinaida, Sieva (Esteban), se quedará al cuidado de sus abuelos.

Trotsky, con Lenin y KamenevWikimedia Commons

En 1933 abandonaron Turquía para empezar un periplo que les llevó a Francia y a Noruega, aunque en ningún país de Europa parecían bien recibidos. Al final, en enero de 1937, consiguieron establecerse en el México de Lázaro Cárdenas, gracias, entre otras cuestiones, a las gestiones del pintor Diego Rivera, de sabidas simpatías trotskistas. En el barrio de Coyoacán, en Ciudad de México, durante el periodo más virulento de las purgas, supieron de la muerte de el cuarto hijo de Trotsky, arrestado en un campo de trabajo desde 1934 y ejecutado meses después de los procesos de Moscú. El 28 de enero de 1937, el New York Times publicaba un artículo sobre este asunto, bajo el título «Trotsky ataca a Stalin». Ya sólo quedaba con vida, el mayor de los varones, Liova, que se había quedado a vivir en París y que era el más firme defensor de las ideas políticas de su padre. Pero él moría en la camilla de un hospital francés durante una operación de apendicitis. Tiempo después se supo que el médico que lo atendió simpatizaba con el estalinismo. Era el mes de febrero de 1938.

Trotsky cayó en las mismas garras de la crueldad que él había contribuido a sembrar en la masacre cometida contra los Romanov

Trotsky, Natalia y su nieto Sieva siguieron viviendo en México hasta 1941. El resto de la historia es bien conocida: el 21 de agosto de 1941, el catalán Ramón Mercader le clavaba en el cráneo una piqueta de montañismo. Un piolet terminaba con la vida de León Trotsky. Stalin, el hombre de acero, había hecho bien los deberes.

La primera mujer de Trotsky, deportada en Siberia, murió en 1938. Sus yernos desaparecieron en los campos del gulag. Dos hermanos de Trotsky, Alexandre y Olga Kámeneva Bronstein, fueron fusilados en 1938. Lev Kámenev, revolucionario de la vieja guardia y primer marido de Olga, lo había sido tres años antes. Cierto que este argumento de las purgas ha sido explotado hasta la saciedad por la izquierda de la «revolución permanente» para justificar la maldad estalinista. Pero no lo es menos que la familia de Trotsky cayó en las mismas garras de la crueldad que él había contribuido a sembrar en la masacre cometida contra los Romanov.

Solo su mujer, su nieto y la hija que Zinaida había dejado en Rusia, Alexandra, consiguieron librarse de la purga. Una dinastía, maldita para un estalinismo aferrado al poder.