Dinastías y poder
Salamanca, el marqués visionario que terminó en la ruina
Dicen que «murió» dos veces: la primera, tras un episodio de catalepsia cuando era joven alcalde de Monóvar (Alicante) y se había contagiado de cólera
Le llamaban el «Montecristo español». Son miles las anécdotas que se cuentan de este financiero que amasó una extraordinaria riqueza con el monopolio de la sal, los ferrocarriles y las inversiones urbanísticas. Su esposa, Petronila Livermore, le abrió muchas puertas cuando todavía no era el poderoso personaje que llegaría a ser en los días de Isabel II. Participó en negocios controvertidos con María Cristina y el duque de Riansares y llegó a protagonizar fugas de la autoridad escondido en un baúl. Dicen que «murió» dos veces: la primera, tras un episodio de catalepsia cuando era joven alcalde de Monóvar (Alicante) y se había contagiado de cólera. Aquello se superó y llevó una vida de postín hasta que sus arriesgadas inversiones le llevaron a terminar asediado por las deudas, aunque convertido en marqués. De Salamanca y con tratamiento de Grandeza de España, distinciones que han llegado hasta sus descendientes afincados en Brasil.
José de Salamanca y Mayol nació en Málaga en 1811- Hijo de médico entró en contacto con círculos liberales y estudió leyes en la Universidad de Granada. Hasta aquí su biografía no difiere de la de tantos pequeño-burgueses que trataban de frenar los estertores absolutistas de Fernando VII. Entró en política, fue alcalde y diputado pero impetuoso y osado, no estaba dispuesto a desaprovechar los contactos que su esposa, hija de un comerciante británico, le podía proporcionar. De la mano de su cuñado Agustín de Heredia, un emprendedor de su tiempo, y de otro de sus cuñados, Estébanez Calderón, llegó a Madrid en 1836 para comenzar una meteórica carrera en el mundo de las finanzas.
España se batía en la Primera Guerra Carlista pero el fin del conflicto y la llegada de los liberales al poder, le brindaría las oportunidades necesarias: primero la explotación de las salinas españolas, después la especulación en Bolsa, los tabacos, un banco y finalmente, las inversiones en el ferrocarril, el pelotazo de finales de los 40. Consiguió el monopolio de la línea Madrid-Aranjuez, aparentemente al servicio de la reina y la Familia Real, aunque Salamanca en realidad escondía el interés de llegar al Mediterráneo creando una especie de corredor. A su lado nombres como los de Daniel Weisweiller –apoderado de Rothschild en España– Tomás O´Shea y Nazario Carriquiri, otro venido a más de la época. Pero, sobre todo, su nombre estaba ligado al duque de Riansares, marido morganático de María Cristina. La fortuna de don José empezaba a ser tal que hasta se hizo construir un palacio junto a «Las Rejas», la polémica mansión del padrastro de Isabel II, foco de camarillas y conspiraciones. Las críticas no tardaron en llegar: en horas de monopolio moderado, la arbitrariedad en las concesiones ferroviarias fue más que denunciada. Pero aquello le valió a Salamanca un marquesado y el condado de los Llanos en honor a su extraordinaria dehesa en la provincia de Albacete, en la que tantas jornadas cinegéticas disfrutó la real familia.
Además de su palacio en el paseo de Recoletos de Madrid, José de Salamanca tenía finca en Vista Alegre, en Carabanchel Bajo, rodeada de las casas de recreo de la aristocracia como la de la condesa-viuda de Montijo, madre de la Emperatriz Eugenia, a cuyo Imperio llegó a proponer Salamanca una faraónica obra ferroviaria que uniese Francia con Gran Bretaña. ¡Un visionario para hablar de 1862! Poseía también un palacio en Aranjuez, residencia en París y casa abierta en Roma, todo con su correspondiente servidumbre además de una fabulosa colección de pintura y obras de arte que había conseguido gracias a la compra de un lote subastado por la heredera del infante Luis de Borbón, con Velázquez, Goya y lo mejorcito de la escuela flamenca.
Aunque próximo a los moderados, el marqués de Salamanca era visto con rechazo por la línea más ortodoxa del partido y desconfianza por el propio Narváez, a quien se decía, había hecho perder ingentes cantidades de reales. Sin embargo, fue afín a Bravo Murillo y al conde de San Luis y mantuvo cierta amistad con el desleal general Serrano. Pero de todos, quizá a quien más cercano se sintió Salamanca fue a Luis González Bravo, el mismo que en sus años jóvenes había calificado a la regente como «ilustre prostituta». Tuvo en Ramón Santillán, primer gobernador del Banco de España, a su peor enemigo.
Al comenzar la década de los 60, José de Salamanca se aventuró a la construcción de un barrio residencial, entonces en el ensanche de Madrid, dispuesto con todo tipo de comodidades, calefacción y agua corriente. Como estaba «lejos», la zona se conectaría con el centro gracias a la línea de tranvía a la Puerta del Sol, todo un reclamo publicitario. Una promoción inmobiliaria en diferentes fases que le llevó a la bancarrota: la crisis financiera y monetaria internacional convirtió la empresa en algo ruinoso. Aquello no encontraba compradores, ni siquiera pagando a plazos. José de Salamanca tuvo que malvender a la Sociedad Española de Crédito Comercial y al marqués de Urquijo, ya un potentado prestamista. Los doce años que duró el empeño de construir un barrio con su nombre, le llevaron a la quiebra.
José de Salamanca se deshizo de la finca de los Llanos (la compró la familia Larios), de su palacio del paseo de Recoletos y subastó en Sotherby's su colección de pintura. No tenía liquidez y había perdido la mayor parte de su patrimonio personal.
El marqués de Salamanca falleció en su residencia de Vista Alegre en 1883. Acababa de regresar de un viaje a San Sebastián donde había empezado a maquinar nuevas edificaciones en terrenos ganados al mar. Fue un hombre seductor, conquistador nato con fama de infiel. De su matrimonio, nacieron dos hijos. Su primogénito, Fernando de Salamanca y Livermore, heredó los títulos y distinciones que han llegado hasta su bisnieto, influyente empresario brasileño recientemente fallecido en Río de Janeiro.