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Discurso de despedida de Nixon al personal de la Casa Blanca, 9 de agosto de 1974

Discurso de despedida de Nixon al personal de la Casa Blanca, 9 de agosto de 1974

Cuando Nixon predijo en 1994 lo que sucedería con Rusia y Ucrania

«Si Yeltsin es reemplazado por un nuevo nacionalista ruso agresivo, podemos despedirnos del dividendo de la paz», advirtió el presidente estadounidense

Tras el colapso de la Unión Soviética a fines de 1991, el expresidente Richard Nixon tenía la esperanza de que, con un liderazgo estadounidense sustancial y el apoyo occidental, Rusia podría encaminarse hacia una democracia duradera y alejarse del «virus del imperialismo». Desafortunadamente, sus primeras advertencias sobre la fragilidad de la naciente democracia rusa no fueron atendidas, y cuando visitó Rusia por última vez en 1994, se encontró con un caos cada vez más profundo.

Nixon había postulado en numerosas ocasiones que Rusia no fue quien perdió la Guerra Fría, sino que fueron los comunistas soviéticos quienes lo hicieron. Y advertía que «la supervivencia de las reformas económicas y la libertad democrática en Rusia no solo es importante para el pueblo ruso, es importante para la relación entre Estados Unidos y Rusia, más allá de eso, es importante por el impacto, su éxito, o el fracaso podría afectar a todo el mundo».

Un año después de la caída del muro de Berlín, símbolo del final de la Unión Soviética, Nixon redactó un memorándum titulado Cómo perder la Guerra Fría para el presidente George HW Bush (1989-1993) en el que abogaba por una importante ayuda estadounidense para apuntalar la incipiente democracia rusa. En ella expresaba lo siguiente: «La ayuda a Rusia y las demás naciones excomunistas no es caridad. Debemos reconocer que lo que nos ayuda en el exterior nos ayuda en casa. Si, por ejemplo, Yeltsin es reemplazado por un nuevo nacionalista ruso agresivo, podemos despedirnos del dividendo de la paz». Sin ese apoyo, lo más probable era que el espíritu de expansionismo ruso sobreviviese al colapso del comunismo y allanaría el camino a un líder que persiguiese la restauración del Imperio ruso.

Sus primeras advertencias sobre la fragilidad de la naciente democracia rusa no fueron atendidas

En una entrevista en 1994, Nixon alertó de que, si las ideas de libertad no funcionaban en Rusia, no se volvería al comunismo –que había fracasado–, sino a lo que él llamaba «un nuevo despotismo» que supondría «un peligro mortal para el resto del mundo, porque se habría infectado con el virus del imperialismo ruso» que se remontaba a siete siglos atrás.

Repitió esta misma idea en su artículo de opinión final, subrayando la presciencia de ese «nuevo despotismo» que llenaría el vacío y Rusia volvería a ideas expansionistas, particularmente con respecto a Ucrania.

«La independencia de Ucrania es indispensable», escribió. Y explicaba que era necesario «hacer entender a Moscú que cualquier intento de desestabilizar Ucrania, por no hablar de la agresión abierta, tendría consecuencias devastadoras para la relación ruso-estadounidense». Y predijo con precisión que «podría estallar la guerra en la antigua Unión Soviética cuando los nuevos déspotas usen la fuerza para restaurar las 'fronteras históricas' de Rusia» y apuntaba que «las nuevas democracias de Europa del este estarían en peligro».

Durante su presidencia, Bush se resistió a las presiones de Nixon por una mayor ayuda occidental, mientras que Clinton, buscando el consejo de Nixon, se inclinó a asegurar esa ayuda económica. Sin embargo, ese compromiso no pudo superar los profundos problemas de la nueva Rusia. El resultado, tal y como lo había predicho Nixon, fue la subida al poder de un hombre fuerte que instituyó un autoritarismo familiar en casa y un intervencionismo agresivo en el exterior cercano de Rusia, incluso en Georgia, Crimea y, actualmente, Ucrania.

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