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Españoles en el Colorado por Augusto Ferrer-Dalmau

La expedición española que descubrió el Gran Cañón del Colorado

La historia de este hallazgo merece un detenimiento porque fue un descubrimiento meramente geográfico, pero de un lugar asombroso, único y de tan difícil acceso que apenas pudieron recorrer más que por las orillas superiores de los enormes barrancos

En 1540 Nueva España vivía una etapa convulsa y triste porque Hernán Cortés, con título de marqués, había sido arrinconado en Cuernavaca a pesar de ser el artífice de la conquista. Pero también fue fructífera porque surgían nuevos nombres de conquistadores impulsivos dispuestos a continuar la obra de Cortés sin él. Uno de ellos, de suerte ascendente, era el salmantino Francisco Vázquez Coronado que, a los 29 años ya era regidor perpetuo de México, había puesto fin a la situación de abusos de Nuño de Guzmán en Nueva Galicia y fue designado por el virrey Mendoza para comandar la expedición al norte. Una gran expedición que conquistara las tierras conocidas desde los viajes de Cabeza de Vaca y más allá, hasta donde pudieran. Coronado llevaba como guía a fray Marcos de Niza que ya había visitado los lugares a los que se dirigían. Como en todas las expediciones americanas, la fiebre del oro estaba presente y en ésta se pretendía llegar a las siete ciudades de Cíbola donde, según la leyenda, abundaba el oro. La expedición terrestre tenía un apoyo marítimo con dos barcos a las órdenes de Hernando de Aragón.

Coronado en camino al norte, cuadro de Frederic Remington (1861-1909)

Después de una larga travesía del desierto, cuando llegaron a Cíbola no encontraron siete ciudades de oro sino siete aldeas de barro, con indios belicosos que presentaron batalla. Otro «El Dorado» que se derrumbaba en la realidad. Pero, como también era norma en los conquistadores, no se dieron por vencidos y decidieron seguir explorando tierras nuevas porque tenían el convencimiento, sin fundamento real, de que al final encontrarían oro y plata. Nombraron Granada a Cíbola y la tomaron de base para futuras expediciones. Y se afanaron en llegar a Quivira, la nueva meta donde se aseguraba la existencia de oro y plata. Los españoles necesitaban la asistencia de los indios, a los que obligaban a trabajar y darles bastimentos. Pero los indios empezaron a conocer a los conquistadores, sabían que el caballo y el jinete eran dos y no solo uno y que ambos podían ser muertos por las armas.

La expedición de Coronado, 1540–1542

En la expedición de Vázquez Coronado iban otros grandes capitanes. Pedro de Tovar inició el camino hacia el norte y fundó los pueblos llamados Hopis. Por noticias de unos indios venidos desde el este, Coronado supo la existencia de unos animales desconocidos para ellos, con cuernos y pelo muy rizado en la cabeza que podía ser un buen sustento para la tropa. Eran los búfalos y para conocerlos y saber su utilidad envío al capitán Pedro de Alvarado que llegó al río Pecos.

Conocer lo que había más allá

Otro capitán, López de Cárdenas se dirigió hacia el oeste y descubrió el río Colorado y el Gran Cañón que formaba. Era un hombre de confianza de Coronado al que había auxiliado personalmente en Cíbola cuando cayó herido. La historia de este hallazgo merece un detenimiento porque fue un descubrimiento meramente geográfico, pero de un lugar asombroso, único y de tan difícil acceso que apenas pudieron recorrer más que por las orillas superiores de los enormes barrancos. Hay un testimonio de la época que es la relación de Pedro de Castañeda de Nájera que cuenta la expedición de Coronado a Cíbola y lo que ocurrió después y que fue escrita aproximadamente 20 años después del viaje.

Coronado, conseguida la paz en Cíbola, decidió conocer lo que había más allá. Mandó a Tovar a la región de Tusayán, al norte, donde habitaban pueblos que solían guerrear entre ellos y vivían en casas construidas en las alturas. Tovar, cumplida su misión, regresó con la información de que existía un gran río más allá y Vázquez Coronado encomendó a López de Cárdenas que fuera a explorarlo.

Expedición de Francisco Vázquez de Coronado por Tom Lovell

García López de Cárdenas era un extremeño de Llerena, un explorador segundón que tuvo la suerte de descubrir para los europeos un lugar prodigioso. No era un menesteroso en busca de fortuna, sino el hijo del conde de la Puebla y nieto de don Alonso de Cárdenas, último maestre de Santiago. Quizás fuera solo un bastardo, pero admitido en la familia. Antes de su viaje a América, y por influencias de su padre, fue nombra señor de la Torre del Águila y alférez mayor de Llerena. Y, como nos cuenta el historiar Luis Garraín Villa, pasó a América porque tenía algunos lazos familiares con el virrey Mendoza.

Cárdenas llegó a Tusayán, donde fue bien recibido, y obtuvo noticias de los indios de la existencia del gran río. Le dijeron que estaba a 20 jornadas y le dieron lo necesario para llegar y volver, incluidos los guía. Las noticias eran exactas y a los 20 días divisaron el río desde la altura de una barranca. Era un lugar poblado de árboles pero muy frío a pesar de ser un 25 de agosto de ese año de 1540. Tres días estuvieron buscando lugares apropiados para bajar al gran cañón que se les presentaban, pero no lo encontraron. Al final, dieron con una posible bajada y el capitán Melgosa, Juan Galeras y otro compañero iniciaron el descenso. Parecía que la iniciativa iba bien, desde arriba los habían perdido de vista. Pero, tras unas horas, regresaron sin poder descender más de un tercio del camino. Era imposible alcanzar el río. Decidieron avanzar y tras cuatro jornadas no habían encontrado tampoco otra bajada practicable. Los guías indios aconsejaron no seguir porque no encontrarían agua y Cárdenas optó por volver a Cíbola. Había sido un sueño, una visión magnífica de lo que era la nueva tierra conquistada, pero un empeño vano de meterse en las aguas de un río que entonces llamaron Tizón.

Cuenta Castañeda que «aquellos pueblos de aquella provincia quedaron en paz, que nunca más se visitaron, ni se supo ni procuró buscar otros poblados por aquella vía». Y Cárdenas, que carecía del espíritu de sacrificio necesario en la empresa americana de esa época, volvió a España donde tenía asegurada una vida fácil.