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María Isabel Francisca de Asís de Borbón y Borbón

El nacimiento de 'La Chata': la Infanta más querida de Madrid

Esta Infanta fue más conocida con el sobrenombre madrileño de «La Chata», siendo muy querida por el pueblo, ayudando a la nacionalización de la monarquía

Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) se consolidó definitivamente la revolución liberal. Para los nuevos tiempos constitucionales, la monarquía debía representar una triple función política, simbólica y social. En primer lugar, debía ser un sistema de engarce formal entre el triunfante orden liberal y las formas de legitimidad y de poder procedentes del Antiguo Régimen. En segundo lugar, su misma existencia como monarquía constitucional supuso la quiebra de sus antiguas formas de poder. Su inserción en el nuevo orden político implicó la readecuación o sustitución de los viejos mecanismos de legitimación por otros nuevos, representados, sin embargo, con los ropajes antiguos de luna tradición monárquica, capaz de adecuarse a los nuevos tiempos. Por último, la monarquía –en mayor o menor grado– constituyó un intento de sancionar, u organizar, la necesaria fusión entre las viejas y las nuevas elites de poder, en un sistema de participación política que necesitaba, a su vez, de nuevos valores culturales cohesivos, tanto horizontales como verticales.

A dichos objetivos habría de servir la potenciación de la imagen arbitral de la monarquía, cuya eficacia dependía de la retención de un margen de maniobra propio, procedente ahora no de su capacidad legislativa o ejecutiva, sino del acopio de una reserva suficiente de poder simbólico. Algunos teóricos británicos defendieron, en esa misma época, que la estabilidad política del Reino Unido dependía de la capacidad de la monarquía –encarnada entonces por la Reina Victoria– para proyectar una imagen de poder inteligible, elevado sobre todos los demás poderes y todos los demás intereses sociales, siendo, no obstante, su garante.

Para que esta imagen funcionase, no sólo había de variar el comportamiento político de la realeza sino también el privado, el cual debía convertirse en un hecho social capaz de reflejar los valores morales de la sociedad. La Familia Real debía ser el espejo de la moralidad nacional, garantizando de esta manera la eficacia política del principio monárquico. El lado menos grato de esta nueva monarquía era que su centralidad requería la conversión de las vidas privadas de los reyes en materia de interés público, lo cual fue aprovechado en España por los enemigos de Isabel II, desde carlistas hasta republicanos, de tal manera que el nacimiento de su prole fue también utilizado en el debate político.

El nacimiento de 'La Chata'

En marzo de 1851, tras dos frustrados partos, se anunció públicamente que la reina había quedado nuevamente en cinta, precisamente en uno de los períodos más armónicos de su matrimonio con el infante Francisco de Asís Borbón. Los monarcas aparecieron en público constantemente, sonrientes y, aparentemente, felices. En el mes de diciembre, se puso en marcha la máquina administrativa de la Real Casa, acudiendo el 19 de diciembre de 1851 numerosos invitados a la Real Cámara para ser testigos de la presentación del recién nacido, legitimando con su presencia el nacimiento y ratificando el sexo de la criatura. Entre ellos militares, políticos y representantes de las instituciones liberales.

De la misma manera que en las ocasiones anteriores, el parto se demoró hasta las primeras horas del día siguiente, ante la desesperación y el cansancio de los asistentes. Se pensó en un principio en la rápida evolución del mismo, pero lo cierto fue que la dinámica uterina se inhibió a medida que fue avanzando la mañana y la Reina paseó durante largo tiempo por el piso principal de sus habitaciones y al atardecer recibió a Bravo Murillo, presidente del consejo de ministros, para el despacho y firma de algunos asuntos pendientes de gobierno. Tras estas labores de su rango, doña Isabel volvió a sentir el recrudecimiento de los característicos dolores de parto, razón por la cual los médicos de cámara anunciaron la posibilidad del nacimiento, y la necesidad de avisar, como era costumbre, a los invitados, que esperaron el largo parto.

El aviso se cursó a las siete y cuarto de la noche, creándose los temores y malos augurios de que en esta ocasión de nuevo se repitiese la desgracia y desventura de anteriores natalicios. En vista de ello, y aun a pesar del buen pronóstico establecido por los médicos, se decidió a petición de la Reina Madre María Cristina llamar a consulta a las nueve de la mañana del día 20 a los facultativos Rafael Saura y Tomás del Corral, a quienes no fue posible hallar y reunir en el palacio hasta las diez y media. Cuando llegaron a presencia de la Reina Madre y del presidente, los mayordomos anunciaron que la reina se encontraba de parto, atendida por sus médicos.

Cuando al general Francisco Javier Castaños, duque de Bailén y héroe de la guerra de la Independencia, le despertaron para darle la noticia de que la Reina había dado a luz una niña, exclamó: «¡Vaya por Dios! ¡Mala noche y parir hembra!». Y es que, en aquellos tiempos, se identificaba el nacimiento de un varón con la estabilidad del trono. Inmediatamente, a la recién nacida se le impusieron los nombres de Isabel Francisca de Asís, la cual fue declarada princesa de Asturias, título que ostentó hasta el nacimiento de su hermano Alfonso en 1857 y, nuevamente, desde la proclamación de éste como monarca hasta el nacimiento de su primera sobrina. El Rey Francisco de Asís, entusiasmado, presentó a su hija sobre una bandeja de plata a los testigos y, dirigiéndose a Castaños, dijo: «Tú que has conocido cuatro reinados, mira a esta princesa de Asturias que puede llegar a ser tu soberana». Luego, la mostró al pueblo, tras los cristales, desde el balcón principal de palacio.

Pese a que los enemigos de la Reina trataron de calumniarla señalando que el verdadero padre de la niña había sido el capitán Arana, por lo cual llamaron a su hija como «la Araneja», lo cierto es que Francisco de Asís siempre la consideró su vástaga, mostrando su favoritismo por ella hasta su muerte. Esta Infanta fue más conocida con el sobrenombre madrileño de «La Chata», siendo muy querida por el pueblo, ayudando a la nacionalización de la monarquía.