El azaroso asentamiento español en el golfo de Guinea: la expedición del conde de Argelejo en 1778
Don Felipe de los Santos Toro Freyre, quinto conde de Argelejo, nació en Tarragona el 2 de junio de 1721 donde estaba de guarnición el Regimiento de Sevilla en el que servía su padre y donde él mismo sentó plaza en 1737. Podía haber sido un militar de condición noble sin más circunstancias extraordinarias que haber participados en las guerras habituales en su siglo, ya fuera en Europa, Orán o América. Pero el destino le puso en una situación inédita, complicada y, a la postre trágica.
En noviembre de 1776 acudió al Río de la Plata, en la expedición de Ceballos contra los portugueses y sus aliados ingleses. Conseguida la paz, Argelejo no retorna a España sino que se le encomendó la expedición a las recién adquiridas islas de Fernando Poo y Annobón. Pudo ser una experiencia heroica, una misión sin problemas o un expediente resuelto sin inconvenientes. Pero desde el principio se vio que la empresa no estaba clara y que se le mandaba con un objetivo claro pero a un lugar que era desconocido. Los españoles no sabían dónde estaban las islas –que habían caído en la zona portuguesa tras el Tratado de Tordesillas de 1494– y desconocían cualquier noticia sobre su población y los posibles establecimientos que los portugueses tuvieran en ellas. Los diplomáticos portugueses tampoco añadieron noticias. Se dieron a Argelejo unas instrucciones reservadas para tomar posesión y crear un establecimiento fortificado con vocación de permanencia. Los detalles los obtendría de los portugueses en Príncipe. Y con estas imprecisiones, el brigadier salió de Montevideo el 17 de abril de 1778 con una flota compuesta por las fragatas Santa Catalina y Nuestra Señora de la Soledad y el paquebote Santiago.
La llegada a la isla de Príncipe se hizo sin novedad el 29 de junio. Cuando estaban allí se les informó que los comisionados portugueses llevaban un mes esperando a los españoles pero en la isla de Santo Tomé. Cuando, por fin, se encuentran españoles y portugueses, el comisionado portugués no era el indicado en las comunicaciones diplomáticas. Ante estas circunstancias, Argelejo decidió despachar el paquebote Santiago a España para recibir nuevas instrucciones.
Mientras tanto, el 4 de octubre llegó a Príncipe, procedente de Brasil un nuevo comisario portugués. Después de muchas conversaciones, el 15 de ese mes, españoles y portugueses llegaron a Fernando Poo, se circunnavegó la isla y se desembarcó cerca de Luba –que llamaron San Carlos– tomando tierra que era el acto de transmisión definitiva del territorio. Argelejo se dio cuenta de que los portugueses desconocían la isla de Fernando Poo al igual que los españoles, y que no hallaron bien el punto de arribada. El lugar era húmedo y pantanoso y no le gusto al conde como sitio de asentamiento definitivo.
Decidieron pasar a la isla de Annobón para la toma de posesión aunque antes debían de aprovisionarse en Santo Tomé. El 14 de noviembre, a borde de la fragata Santa Catalina, falleció Argelejo. No alcanzó la gloria de una gobernación africana, pero evitó presenciar los desgraciados acontecimientos que sucedieron después.
Resistencia en Annabón
Fue sustituido por el teniente coronel de Artillería Joaquín Primo de Rivera. Después de una nueva estancia en Santo Tomé, los comisionados españoles impusieron a los portugueses el viaje a Annobón para tomar posesión de esta segunda isla. Llegaron el 17 de noviembre, después de una terrible tempestad. Se convocó a los habitantes para explicarles que pasaban a ser súbditos del Rey de España. Todo se hizo con muchas precauciones. Los militares españoles se dieron pronto cuenta de que Portugal no tenía autoridad ninguna en la isla y que la soberanía era meramente nominal. Los habitantes se opusieron vivamente con muestras que iban derivando hacia la violencia. Temían que los esclavizaran.
Los españoles llevaban órdenes de no mostrar hostilidad hacia los indígenas. Se dio por buena la transmisión del dominio sin ningún acto más y sin la aquiescencia de los locales. Tras eso las dos embarcaciones españolas volvieron a Santa Tomé. La Santa Catalina siguió navegación a España para obtener nuevas instrucciones y la Soledad, después de descargar tropa, artillería y pertrechos, quedó en el puerto. Los españoles estuvieron casi un año esperando en Santo Tomé nuevas instrucciones.
En enero de 1779 se enviaron desde España nuevos bastimentos. Había en Madrid la sospecha de que Portugal había engañado sobre el estado de las islas porque allí nunca hubo pueblos formados ni población europea. En marzo arribó el marino Varela Ulloa a Cádiz con la Santa Catalina e informó a Madrid de lo sucedido en Annobón. Mientras se decidían las actuaciones, había estallado la guerra de Francia con Inglaterra. España, como aliada de Francia, veía dificultar sus navegaciones por África. En junio, el comisario portugués Frey Cayetano de Souza recibe en Santo Tomé tropas procedentes de Portugal con el fin de acabar con cualquier resistencia en Annobón. Los portugueses querían actuar de inmediato, los españoles optaron por esperar instrucciones de Madrid, donde reprochaban a Primo de Rivera no haber tomado formalmente posesión de la isla de Annobón.
Así acabó el intento de españolizar las islas africanas. Se tardaría setenta años en volver
Se dejaron estar las cosas y se obligó a Primo de Rivera a fundar un asentamiento en Fernando Poo. Se decidió hacerlo en la bahía de Concepción (hoy Riaba). Llegaron el 7 de diciembre. Al desembarcar comenzaron a construir un horno, casas y un hospital, almacenes, una batería y cuarteles. La guerra con Inglaterra dificultó las comunicaciones y el abastecimiento de la posición. A los diez meses, la expedición estaba desamparada, diezmada por la enfermedad y sin los suministros básicos, lo que provocó el alzamiento del sargento Jerónimo Martín seguido por casi todos los hombres. El alzado dispuso el embarque de los supervivientes, que eran menos de la mitad, y el 16 de noviembre llegaron a Santo Tomé. Los alzados fueron detenidos pero se tuvo indulgencia con ellos dadas las circunstancias. Así acabó el intento de españolizar las islas africanas. Se tardaría setenta años en volver.