Picotazos de historia
Dominique Jean Larrey o el creador del primer «cuerpo de ambulancia» en la batalla
Sus primeras experiencias en combate le llevan a idear la creación de una unidad para el traslado y atención de los heridos, desde el frente de combate a los hospitales de campaña
Dominique Jean Larrey (1766 – 1842), cuando apenas tenía trece años de edad, viajó solo y a pie durante cinco días, para reunirse con su tío Alexis Larrey, cirujano jefe del hospital militar de Toulouse. Tenía un sueño: quería ser médico.
Demostró ser un buen estudiante que enorgulleció a su tío y completó brillantemente sus estudios. Su primer destino fue como cirujano a bordo de la fragata La Vigilante, de la armada francesa. Pero tuvo que ser desembarcado ya que se mareaba de tal manera que hacía incompatible su estancia en un barco con el desarrollo de cualquier actividad. Algo que fue motivo de cariñoso choteo, por parte de la tropa y oficialidad, durante toda su vida.
En 1792 se incorporó como médico de oficiales en el ejército del Rin. Sus primeras experiencias en combate le llevan a idear la creación de una unidad para el traslado y atención de los heridos, desde el frente de combate a los hospitales de campaña. El resultado será la creación del cuerpo de ambulancias –una innovación absoluta– que permitirá dar una primera atención al herido, en el propio frente de batalla, previo a su traslado durante el combate. La primera intervención de la flamante unidad de ambulancias y camilleros será durante los combates que se libraron para liberar la ciudad alsaciana de Landau. El éxito fue tal que, inmediatamente, se le envió a París para organizar cuerpos de ambulancias en todos los ejércitos de la Convención Francesa. Al año siguiente ( 1794), fue nombrado cirujano jefe del ejercito de Córcega, donde conocería a Napoleón Bonaparte, acompañándole en todas sus futuras campañas.
Larrey es universalmente reconocido por el triage: establecimiento de un orden de prioridad en función de las heridas, sin importar el rango ni el bando al que pertenece el herido. Desarrolló una técnica en las amputación que agilizaba mucho la duración de la misma, evitando sufrimiento a los heridos. También desarrolló tratamientos para diferentes tipos de heridas que se demostraron eficaces.
Dedicación total al herido
Una característica que mostró Larrey a lo largo de toda su vida es que, puesto en faena con los heridos, su dedicación era total. Era común verle arriesgando su vida recogiendo heridos en primera línea y más de una vez operó estando él mismo herido. Los soldados, la tropa y la oficialidad, le devolvió su dedicación con una devoción raramente vista. Durante el cruce del río Beresina, durante la desastrosa retirada de Moscú, Larrey tuvo que volver a la orilla oriental para recuperar su instrumental quirúrgico.
Los soldados franceses –que morían a cientos sobre los frágiles puentes, batidos por la artillería enemiga– cogieron a su adorado doctor y se lo pasaron, como una pelota, hasta ponerle, sano y salvo, en la orilla occidental. Durante la batalla de Waterloo, el mariscal Wellington se sorprendió de la actividad de una ambulancia francesa muy cerca de la línea inglesa. Informado de que se trataba del propio Larrey que atendía a los heridos, dio orden de que se evitara el fuego sobre el médico y sus ayudantes, e hizo publicó elogio de la devoción y sentido del deber del oficial francés.
Tras la derrota de Waterloo, Larrey cayó prisionero de los prusianos y estuvo a punto de ser fusilado cuando fue reconocido por un oficial al que había asistido anteriormente. Inmediatamente se le envió al Estado mayor del mariscal Blücher. Este le recibió con todos los honores, se ocupó de que comiera, descansara, le dio ropas, dinero y un salvoconducto valido para todos los ejércitos de la Coalición (prusiano, austriaco, británico, ruso...). Hacía años, Larrey, recogió y cuidó a un joven oficial prusiano herido: el hijo del mariscal Blücher.
Dominique Jean Larrey moriría el 25 de julio de 1842 en Lyon. Había viajado a Argelia –él, que las pasaba canutas nada más pisar la cubierta de un barco– para inspeccionar los hospitales militares. Informado de que su esposa había enfermado gravemente, regresó para poder asistirla. Los esposos murieron con menos de veinticuatro horas de diferencia. Napoleón dejó escrito en su testamento de Santa helena: «Es el hombre más virtuoso que he conocido. Ha dejado en mi espíritu la idea de un verdadero hombre de bien».