La Inquisición contra Galileo: el juicio en el que se enfrentaron ciencia y religión
El 22 de junio de 1633, ante el Tribunal del Santo Oficio, el astrónomo italiano abjuró de la teoría heliocentrista que situaba al Sol en el centro del universo y no a la Tierra
Galileo di Vincenzo Bonaiuti de Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Eminente hombre del Renacimiento, fue astrónomo, ingeniero, matemático, físico y una apasionado de la Artes. Seguidor de Pitágoras, Platón y de Arquímides y opuesto a Aristóteles. Galileo ha pasado a la historia por unas supuestas palabras pronunciadas delante de la Inquisición. A pesar de ello, Galileo fue algo más. A parte de sus descubrimientos, demostró que Copérnico no estaba equivocado. Hasta ese momento la estructura del Universo era la que describió Ptolomeo: la Tierra era el centro del Universo. Cualquier otra teoría era herética. De ahí que Galileo fuera perseguido por la Iglesia Católica a través de la Inquisición. Perseguido por sus ideas varias veces, su peregrinación hasta la abjuración se inició en el año 1633. A pesar de ello el tiempo demostró que Copérnico, Kepler y Galileo Galilei tenían razón y el Universo no era geocéntrico sino heliocéntrico.
El juicio contra Galileo
El 20 de enero de 1633 Galileo Galilei salió de Florencia y llegó a Roma el 13 de febrero para declarar ante la Inquisición. Esta le permitió alojarse en la embajada toscana, a condición de que no se moviera hasta el juicio. El 12 de abril acudió al edificio de la Inquisición para el primer interrogatorio. Allí estuvo durante 18 días, siendo sometido a varios interrogatorios.
Durante aquellos días pernoctó en unos aposentos que le puso a su disposición el acusador. También tenía a su disposición un criado que le llevaba la comida dos veces al día desde la embajada toscana. El 30 de abril, una vez registrada y firmada su segunda declaración, Galileo regresó a la embajada y estuvo allí 51 días. La rutina se rompió el 10 de mayo, cuando fue llamado para una tercera declaración en el palacio de la Inquisición. El lunes 20 de junio lo convocaron para que, al día siguiente, se presentara ante el tribunal inquisitorial. Ese martes fue sometido a un examen riguroso y permaneció en el palacio de la Inquisición hasta la tarde del 24 de junio.
El 22 de junio de 1633, ante el Tribunal del Santo Oficio, el astrónomo italiano Galileo Galilei abjuró de la teoría heliocentrista. Esta fue teorizada por Aristarco de Samos, en el siglo III a.C. ¿En qué consistía esta teoría? Hasta ese momento existía el geocentrismo –defendida por Ptolomeo en el siglo II d.C.– en la cual se afirmaba que la Tierra estaba en el centro del Universo y que todos los astros giraban alrededor de ella. Por su parte el heliocentrismo afirmaba que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol y que este estaba relativamente estacionario en el centro del Universo.
Galileo Galilei es considerado el padre de la Astronomía moderna. Defendió el modelo de Copérnico y fue un paso más allá. Usó la lógica matemática y la materializó. Siguiendo toda una serie de principios matemáticos, formuló la ley de la caída de los cuerpos, las leyes del movimiento de los proyectiles y la ley del péndulo. Los acontecimientos cotidianos fueron racionalizados por Galileo. También mejoró el telescopio e introdujo el método científico en las ciencias. Gracias a las observaciones llevadas a cabo con un telescopio pudo demostrar que Aristarco de Samos, Copérnico, Brahe y Kepler tenían razón. Y esto lo condenó.
La Inquisición consiguió que Galileo se retractara y considerara su modelo como una simple hipótesis matemática
«La Tierra no es el centro del universo»
De rodillas, en una sala del convento dominico de Santa María Sopra Minerva en Roma, ante una comisión de inquisidores, a las órdenes del Papa Urbano VIII –que había sido su amigo– se enfrentaron la ciencia y la religión. La Inquisición quería rebajar sus observaciones a una simple hipótesis matemática. Galileo sabía que tenía razón. Por eso, ante aquellos hombres, declaró…
«Después de haber sido jurídicamente intimado para que abandonase la falsa opinión de que el Sol es el centro del mundo y que no se mueve y que la Tierra no es el centro del mundo y se mueve, y que no podía mantener, defender o enseñar de ninguna forma, ni de viva voz ni por escrito, la mencionada falsa doctrina, y después de que se me comunicó que la tal doctrina es contraria a la Sagrada Escritura, escribí y di a la imprenta un libro en el que trato de la mencionada doctrina perniciosa y aporto razones con mucha eficacia a favor de ella sin aportar ninguna solución, soy juzgado por este Santo Oficio vehementemente sospechoso de herejía, es decir, de haber mantenido y creído que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y se mueve. Por lo tanto, como quiero levantar de la mente de las Eminencias y de todos los fieles cristianos esta vehemente sospecha que justamente se ha concebido de mí, con el corazón sincero y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los mencionados errores y herejías y, en general, de todos y cada uno de los otros errores, herejías y sectas contrarias a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro nunca diré ni afirmaré, de viva voz o por escrito, cosas tales que por ellas se pueda sospechar de mí; y que si conozco a algún hereje o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al Inquisidor u Ordinario del lugar en que me encuentre».
La leyenda dice que, al finalizar su abjuración, pronunció esta frase: eppur si muove («Y sin embargo, se mueve»). La Inquisición consiguió que Galileo se retractara y considerara su modelo como una simple hipótesis matemática. Fue condenado a vivir bajo arresto domiciliario, aunque se mantuvo fiel a su teoría hasta su muerte en 1642. Actualmente todas aquellas teorías han quedado ratificadas y forman parte de la estructura del sistema del mundo.
Fueron necesarios 359 años, 4 meses y 9 días para que el Papa Juan Pablo II se disculpara por la injusta sentencia y rehabilitara al filósofo y matemático. Aun así, la Congregación para la Doctrina de la Fe, encabezada por el cardenal Joseph Ratzinger –después Benedicto XVI– consideró que la sentencia era razonable y justa.