Serie histórica (I)
Pablo Morillo, 'el Pacificador': de la batalla de Bailén a la reconquista de América del Sur
10.000 soldados a las órdenes de más de 300 oficiales partían de la bahía de Cádiz para realizar una de las más importantes expediciones militares en América
El 17 de febrero de 1815 partió de la bahía de Cádiz una de las más importantes expediciones militares enviadas hasta entonces a América por cualquier potencia colonial. Integrada por más de 10.000 soldados y dirigida por más de 300 oficiales entre los que se encontraban algunos que iban a desempeñar un significativo papel en la posterior historia de España.
La flota que conducía a aquel Ejército estaba integrada por 45 transportes escoltados por el navío de 64 cañones San Pedro de Alcántara, las fragatas Diana e Ifigenia y la corbeta Patriota como buques principales. Además formaban parte de la escolta otros buques de menor porte, fundamentalmente goletas y cañoneras, destinadas a las operaciones en aguas costeras y al apoyo próximo al Ejército expedicionario.
Aquella expedición era lo máximo que podía permitirse la exhausta España, recién salida de la Guerra de la Independencia
Aquella expedición era lo máximo que podía permitirse la exhausta España, recién salida de la Guerra de la Independencia, sumida en un abrumador marasmo económico y con su antaño poderosa flota reducida casi a la impotencia. El golpe de Estado perpetrado por Fernando VII contra el Gobierno constitucional había supuesto, además, un considerable retraso en los preparativos ya bastante avanzados y también pudo significar, aunque no existan evidencias, un cambio de destino que condicionó radicalmente el éxito de la empresa.
La reconquista de América
Durante los preparativos existió la convicción de que la expedición estaba destinada al Río de la Plata, donde la causa española se encontraba en graves dificultades, que culminaron con la rendición de Montevideo, último baluarte realista, en 1814. La imprescindible discreción, necesaria para que los rebeldes americanos, que contaban con bastantes complicidades en España, desconocieran el objetivo real, había creado bastante inquietud entre los posibles participantes. Nadie desconocía las terribles condiciones climáticas del Caribe, cuyas frecuentes epidemias de cólera y fiebre amarilla causaban y siguieron causando hasta las guerras de Cuba de finales del XIX, muchas más muertes que los más terribles combates. Es posible, por ello, que se dejara creer a las tropas que el destino final era el Cono Sur, cuyo clima templado era mucho más benigno.
A pesar de ello, las unidades inicialmente destinadas a la expedición no mostraron un particular entusiasmo en la empresa. Muchos oficiales pidieron el traslado a otros cuerpos e incluso el retiro, mientras se producía un continuo goteo de deserciones. Incluso uno de los batallones inicialmente destinados, el de Iberia, acantonado en Castilla y León llegó a amotinarse al conocer la noticia de su envío al Nuevo Mundo por lo que hubo de ser disuelto.
Sin embargo las bajas fueron compensadas por el entusiasmo manifestado por militares procedentes de otras unidades, especialmente oficiales, que buscaban la forma de continuar las carreras iniciadas durante la Guerra de la Independencia mediante su participación en un conflicto en el que ya se suponían victoriosos.
El destino de la expedición
La elección del destino del Ejército expedicionario fue uno de los principales problemas que abrumaron al Gobierno de España durante los últimos meses de 1814. El debate debió de ser intenso y fortísimas las presiones afrontadas. De la elección del destino dependían, en ultimo extremo, las posibilidades de éxito. Retrospectivamente parece que la decisión finalmente tomada no fue la mejor. Con Venezuela prácticamente pacificada por Boves, la república Neogranadina estaba prácticamente aislada entre los bastiones realistas del Caribe (Santa Marta y Río Hacha) y los del Sur del virreinato en torno a Pasto y Popayán. Además la incapacidad de los rebeldes de crear un Gobierno estable en el antiguo Virreinato les estaba privando de apoyo popular.
De la elección del destino dependían, en ultimo extremo, las posibilidades de éxito
En cambio en el Río de la Plata la situación estaba mucho menos clara. No existía ya punto de apoyo para los realistas que permitiera aprovechar el desgobierno en el que estaban sumidas aquellas lejanas provincias. Por ello, un Ejército expedicionario hubiera encontrado escasas dificultades para restablecer la situación y reabrir una ruta directa de comunicación con el Perú que evitara el larguísimo viaje alrededor del Cabo de Hornos, que tan caro costó a los marinos españoles.
Posiblemente en la decisión final pesó la actitud de Inglaterra, que había salido de las guerras napoleónicas como potencia predominante, y cuya alianza o al menos neutralidad, resultaba indispensable para España. Los intereses británicos en el Río de la Plata eran evidentes, por lo que su Gobierno ejerció una considerable presión para evitar que tal fuera el destino del Ejército pacificador.
El general Morillo, capitán de la expedición
Una vez en alta mar se procedió a abrir los pliegos que contenían las órdenes para el viaje, hasta ese momento secretas. La constatación de que el destino definitivo era la costa de Tierra Firme produjo una considerable agitación y vehementes protestas. Como consecuencia el comandante de la expedición, don Pablo Morillo, tuvo que obligar a todos los barcos que la integraban a pasar por la popa de la nave almirante, puesta al pairo para la ocasión, haciendo acatamiento expreso de las órdenes recibidas. Después, las tripulaciones cubrieron las vergas, dieron tres vivas al Rey y reemprendieron la navegación hacia el incierto destino del que muy pocos volverían.
Parece que el impulsor decisivo del nombramiento de don Pablo Morillo fue su superior durante la batalla de Bailén, el general Castaños, que le ascendió a oficial por su comportamiento durante aquel victorioso combate. Se continuaba así una meteórica carrera que le conduciría hasta las más altas responsabilidades militares
La Guerra de la Independencia tuvo consecuencias revolucionarias para el Ejército español, cuya oficialidad había estado hasta entonces reservada a la nobleza. La opinión de la inmensa mayoría de los extranjeros dotados de perspicacia que conocieron España es totalmente negativa sobre la misma: una clase egoísta, inculta y sumida en la abyección, cuyas aptitudes militares habían decaído drásticamente durante el siglo XVIII. El Dos de Mayo es una prueba de la actitud servil y cobarde de una parte significativa de los mandos militares, cuya deserción obligó a abrir los puestos de mando a personas procedentes de todas las clases sociales.
Morillo es un ejemplo de la promoción de este tipo de personas. Procedía de una familia de hidalgos venidos a menos establecidos en una aldea próxima a Toro, entonces capital provincial y hoy día localidad de mediano tamaño de la provincia de Zamora. Una de tantas familias de Castilla y León en las que suele mezclarse la frugalidad con el orgullo, y que aún hoy día no se consideran inferiores a nadie a pesar de la modestia de sus recursos. (Continuará).