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La batalla de La Puerta: Morillo consiguió la victoria decisiva que le permitió conservar la capitanía de Caracas

Serie histórica (II)

Morillo, 'el Pacificador' contra Bolívar, 'el Libertador': el final de la presencia española en el virreinato neogranadino

Parece que Don Pablo Morillo trabajó como pastor, al tiempo que recibía una educación primaria que le permitió acceder por un breve periodo a la Universidad de Salamanca, adquiriendo un barniz cultural detectable en sus posteriores escritos. Sin embargo los estudios no debieron resultarle especialmente atractivos porque pronto los abandonó para emprender la carrera que determinaría su trayectoria vital, al alistarse como soldado raso en el cuerpo de infantería de marina.

Su momento de gloria le esperaba en las campañas de la guerra de la Independencia

A partir de ese momento su carrera constituyó una sucesión de destinos difíciles y peligrosos en los que tuvo siempre un desempeño eficaz, valeroso y desinteresado. Empezando por las guerras de la revolución francesa. Fue herido en varias ocasiones, especialmente en el fracasado sitio de Tolón y en las batallas del cabo San Vicente y Trafalgar, donde además fue hecho prisionero por los británicos. En todas estas acciones tuvo un comportamiento distinguido y ejemplar.

Pero su momento de gloria le esperaba en las campañas de la guerra de la Independencia. Abandonó la Marina y se enroló como voluntario en una de las unidades de milicias que se constituían por doquier en Andalucía. Participó en la batalla de Bailén donde fue felicitado por su bravura por el propio General Castaños. Enviado a Galicia junto con otros oficiales para encuadrar a las numerosas unidades que se estaban formando en el antiguo Reino, condujo a las fuerzas bajo sus órdenes en la batalla del Puente Sampayo, donde derrotó nada menos que al mariscal Ney, uno de los preferidos de Napoleón.

La Rendición de Bailén por José Casado del Alisal

Sus servicios en la Guerra culminaron en la batalla de Vitoria, a las órdenes del general Wellington, en la que ya como jefe de División condujo el ataque decisivo que rompió la línea francesa y culminó aquella decisiva victoria hispano británica. Fue felicitado por el caudillo inglés, que no se prodigaba exactamente en elogios a los militares españoles, y que recomendó su ascenso a teniente general.

Pacificar América del Sur

Sus dotes de mando, su probada capacidad militar y el apoyo decidido del influyente general Castaños contribuyeron a su nombramiento como capitán general de Venezuela y jefe del ejército expedicionario. Este nombramiento incluía el carácter de generalísimo de todas las fuerzas españolas en la América del Sur, con autoridad militar incluso por encima de los virreyes

Las instrucciones de Morillo incluían buscar la pacificación, utilizando una combinación de severidad con clemencia, para restaurar la autoridad de la corona. Se trataba de unas instrucciones llenas de benevolencia y a la vez demasiado ambiciosas, que denotaban la ignorancia de las autoridades sobre la realidad americana. Desde la distancia se hacía probablemente muy difícil entender el abismo de odios que había generado entre realistas y patriotas la crueldad de la «guerra a muerte» declarada por Bolívar contra los partidarios de España. También se habían ignorado las inmensas dimensiones del escenario del conflicto, inabarcables para las escasas fuerzas enviadas. Como tantas otras veces se pretendían objetivos imposibles con fuerzas insuficientes.

La mala suerte que iba a presidir toda la acción española se puso de manifiesto con la voladura accidental del navío «San Pedro de Alcántara»

En cualquier caso, el esfuerzo de la expedición pacificadora fue casi sobrehumano. Tras la rápida estabilización de Venezuela, ya prácticamente reconquistada en su totalidad por los realistas autóctonos, se procedió a la reorganización de dicha capitanía general incluyendo indultos y medidas de gracia para los rebeldes derrotados. Esta política no fue aprobada por los militares realistas que habían sufrido la brutalidad de los bolivarianos y desconfiaban, fundadamente, de su arrepentimiento.

El regreso de Bolívar

La mala suerte que iba a presidir toda la acción española se puso de manifiesto con la voladura accidental del navío «San Pedro de Alcántara» que transportaba gran cantidad de armamento, los caudales para financiar la reconquista y el tren de sitio. Este hecho condicionó severamente la siguiente fase de la campaña, trasladada a la actual Colombia y que comenzó con el difícil sitio de la bien fortificada plaza de Cartagena de Indias, que tuvo que durar cuatro meses por la carencia de medios adecuados. Tras la rendición de Cartagena, el resto del virreinato fue recuperado con rápida y eficazmente.

Mientras tanto en Venezuela, la actitud elogiosa pero desconfiada de los mandos españoles con sus compañeros criollos había debilitado en gran medida la situación realista al producirse numerosas deserciones entre las tropas locales. La situación se complicó por la traicionera acción de los rebeldes indultados, que masacraron sin piedad a la guarnición peninsular de la isla Margarita, abriendo así el camino para el retorno de Bolívar que se asentó firmemente en el oriente de Venezuela. Estos hechos forzaron a Morillo a renunciar a su política conciliadora, lo que se tradujo en un elevado número de ejecuciones entre los dirigentes revolucionarios que habían sido capturados tras la ocupación de Bogotá.

Los éxitos de Bolívar en Venezuela obligaron a Morillo a regresar con urgencia a este país, donde salvó Caracas al derrotar decisivamente en la batalla de La Puerta al caudillo insurgente, de tenacidad proverbial. Tras la derrota y ante la imposibilidad de imponerse sobre Morillo, este trasladó el escenario de la guerra, organizando su exitosa travesía de los Andes, una espectacular hazaña que cogió por sorpresa a las dispersas fuerzas españolas de Nueva Granada, iniciando así el final de la presencia española en el virreinato neogranadino.

El fracaso de la expedición

Durante los siguientes años se produjo un interminable empate entre ambos bandos. Una situación que se ha visto reproducida en conflictos posteriores: unas fuerzas españolas decrecientes que se imponían en casi todas las batallas, pero que eran incapaces de ganar la guerra, frente a unos insurgentes correosos, cuya capacidad se renovaba continuamente con armamento y voluntarios procedentes sobre todo de Inglaterra y los EE.UU.

El golpe de gracia llegó con la revolución liberal de 1820. Morillo, que estaba ya fatigado por sus continuos esfuerzos y había presentado varias veces su dimensión, nunca aceptada, tuvo que aceptar la negociación de un armisticio con el Libertador y resignarse a que nunca recibiría más refuerzos desde la metrópoli. Asqueado por el abandono que sufrían sus tropas y consciente de que durante el armisticio los ejércitos patriotas socavarían la posición realista, resignó definitivamente el mando y se retiró, invicto, a España. Pero su expedición había fracasado. La presencia española en el continente americano estaba irrevocablemente condenada.