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José II (derecha) con su hermano Leopoldo, entonces Gran Duque de Toscana, en 1769

José II, el Emperador que toleraba los insultos, pero no los ataúdes en los entierros

Sus reformas políticas y sociales fueron revolucionarias en su tiempo, lo que daría lugar a una corriente reformista de corte ilustrado que se denominó «Josefismo» y que se considera el epítome liberal del Despotismo Ilustrado

José II de Habsburgo-Lorena (1741 – 1790), Emperador del Sacro Romano Germánico Imperio, fue hijo de la Emperatriz María Teresa de Habsburgo y del Emperador Francisco I de Lorena y, por ello mismo, hermano de la Reina de Francia María Antonieta. Aquellos que vieron la película de Amadeus lo recordaran por la magnifica interpretación que de él hizo el actor Jeffrey Jones. Magnifica pero injusta. Y es que José II fue una personalidad bastante más compleja y profunda de la que nos mostró el filme. No solo fue un gran mecenas de las artes –protegió a Mozart y Salieri–, sus reformas políticas y sociales fueron revolucionarias en su tiempo, lo que daría lugar a una corriente reformista de corte ilustrado que se denominó «Josefismo» y que se considera el epítome liberal del Despotismo Ilustrado.

José II fue una personalidad bastante más compleja y profunda de la que nos mostró el filme

En 1781 concedió la Patente de Servidumbre, por la cual se abolían ciertas formas de servidumbre medieval y que allanaría el camino a la abolición total de 1848. Ese mismo año concedió la Patente de Tolerancia, por la que se otorgaba la libertad de culto a los luteranos, calvinistas y ortodoxos. Al año siguiente se ampliaría con el llamado Edicto de Tolerancia, donde se les daba el mismo trato a los judíos y se concedía y reconocía los derechos civiles a toda persona que practicara diferente religión o rito.

El absolutismo ilustrado de José II incluyó la Patente de Tolerancia el Edicto de Tolerancia

Uno de los aspectos que más llama la atención del reinado de José II fue la liberad de opinión y la tolerancia en la expresión de las ideas. La censura, herramienta poderosa y omnipresente en muchos otros países, si no desapareció al menos quedó muy disminuida. Se podía publicar prácticamente de todo. Incluso los ataques contra su imperial persona eran tomados con humor, cuando no con indiferencia. Esta maravilla duró hasta 1790, fecha del fallecimiento del Emperador. Sin embargo, el tiempo que duró, aportó un desahogo político que haría más que muchas leyes para apuntalar a la antiquísima institución.

Incluso los ataques contra su imperial persona eran tomados con humor, cuando no con indiferencia

Una de las reformas que más ampollas levantó fueron las relacionadas con las ordenes religiosas y aquellas orientadas a la creación de una Iglesia nacional, o, al menos, vinculada al Estado. Dentro de este grupo legisló en contra del gasto excesivo en las manifestaciones de piedad. Se reguló el número y tamaño de los cirios que podían arder, al mismo tiempo, frente al altar, en las procesiones, etc. Esta legislación alcanzó a los muertos y, aquí, tocó una fibra sensible. Para José II un ataúd rico y decorado era una estupidez. Como librepensador que era, consideraba que era mucho más práctico amortajar los cuerpos con telas de lino o de arpillera y enterrarlos directamente. En 1784 emitió un decreto por el cual los ataúdes solo podían ser fabricados con maderas baratas y con tapa plana. Pocos meses después llevó la idea más lejos y emitió un Edicto por el que se suprimían los ataúdes en los entierros. ¡Se montó la Parda!

Todo el descontento acumulado por las reformas anteriores, los perjudicados por la libertad de expresión, nobles que veían perder el control sobre los siervos de sus estados, etc, confluyeron en este último agravio sobre los muertos. José II no tuvo más remedio que envainársela. Retiró los decretos sobre las pompas fúnebres, considerando que era un pequeño precio a pagar para la consolidación de otras reformas de mayor importancia.

Durante el siglo XIX se consideró a su reinado como una edad dorada de la ilustración y las libertades. Un tiempo maravilloso y efímero. Como verán, la imagen que la película nos muestra de José II no es acertada ni amable, pero hubiera divertido al propio Emperador y, desde luego, no hubiera hecho nada para impedir que así se le representara.