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Gran recreación infográfica

Lepanto, la gran batalla naval que liquidó el mito de que la armada otomana era invencible

El mito que la armada otomana era invencible quedó desmontado gracias a la victoria en Lepanto. Sin embargo, esa guerra no fue el fin del Imperio otomano

Era el 7 de octubre de 1571, amanecía. Los dos ejércitos que se iban a enfrentar estaban posicionados. Al frente de la Liga Santa estaba Juan de Austria –hermanastro de Felipe II– y Luis de Requesens. La armada otomana estaba al mando de Ali Bajá (también Ali Pasha). Al oeste estaban situados los barcos de la Liga Santa y al este los otomanos.

Los otomanos tenían más hombres y naves, pero éstas eran más pequeñas y peor armadas. Mientras los cristianos tenían arcabuces, los turcos disparaban flechas envenenadas. Los soldados otomanos eran jóvenes e inexpertos. En la Liga Santa había los Tercios Viejos españoles, los italianos, mercenarios italianos, alemanes y suizos. Además la Liga Santa contaba con 34.000 marineros armados, distribuidos como remeros, que les habían prometido el indulto. Los otomanos llevaban como remeros a esclavos cristianos y a mujeres. Luis Cabrera de Córdoba, cronista de Felipe II escribe:

«Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos».

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La victoria fue aplastante. Durante el combate murió el líder otomano Alí Bajá. El mito que la armada otomana era invencible quedó desmontado gracias a la victoria en Lepanto. Sin embargo, esa guerra no fue el fin del Imperio otomano.

La Liga Santa perdió 40 galeras y 7.800 hombres. De ellos 2.000 eran españoles, 880 del ejército papal y 4.800 venecianos. A esto hay que añadir 14.000 heridos. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberó a 12.000 cristianos cautivos. Los muertos en el bando otomano ascendieron a entre 25.000 a 30.000 hombres.

Negociaciones por la paz

Aquella victoria supuso un fuerte impacto moral para la Liga Santa, pero no, como hemos dicho, el fin del Imperio. La guerra aún continuó un par de años a pesar de la derrota. En 1572 las dos armadas se volvieron a encontrar cerca del Peloponeso, sin que el enfrentamiento fuera decisivo como en 1571. En 1573 hubo una cierta desunión en la Liga Santa. Juan de Austria, con una parte de la flota, atacó y capturó Túnez. Venecia, cansada de tanto conflicto y con ganas de retomar su comercio exterior, decidió iniciar negociaciones de paz con la Sublime Puerta, es decir, con le gobierno del Imperio otomano.

El único representante que negoció con la Sublime Puerta fue el bailo veneciano Marco Antonio Barbaro. Al cabo de cinco meses de negociaciones secretas se llegó a un acuerdo el 7 de marzo de 1573. Barbaro había sido encarcelado por los otomanos en el 1570. Por eso era el mejor representante para aquella negociación. ¿Por qué? En 1569 le escribió al Dux Loredano que «negociar es similar a jugar con una bola de vidrio; es necesario sostenerla con destreza siempre en el aire, no dejándola caerse en tierra, ni tirarla con furia porque se rompería, sino tomarla diestramente y después, con oportunidad, volver a enviarla vivamente». Una vez llegado al acuerdo, el documento fue enviado a Venecia. El encargado de trasportarlo fue Francisco Barbaro, hijo del bailo.

El documento lo aprobó el Senado veneciano. Acto seguido el embajador Andrea Badoer acompañó al nuevo bailo, Antonio Tiepolo, hasta Constantinopla. El diplomático Tommaso Bertelè escribe…

«Los diplomáticos venecianos también dieron ejemplos de dignidad y coraje en esta ocasión, tanto en el pretendiente como en el momento de la recepción por parte del sultán. Si se les concedió el habitual banquete solemne, que sabe que quiso negar para desprestigiar a la república [tanto es así que, a pesar de presiones y amenazas, incluso se negaron a acudir a la audiencia establecida donde ya estaba el sultán con unos pocos miles de personas], ambos Badoer preparándose para abandonar Constantinopla porque las negociaciones en curso con la Puerta se prolongaron durante demasiado tiempo sin resultados».

Un acuerdo favorable a los otomanos

Aunque pueda resultar extraño, el tratado que pactó Barbaro era más favorable a los otomanos que a los venecianos. ¿Por qué? El tratado tenía siete artículos. Chipre se quedaba en poder del Imperio otomano. Con anterioridad al tratado y al enfrentamiento, Venecia pagaba a la Sublime Puerta un canon de 8.000 ducados. A partir de ese momento no lo pagaría más. En la costa albanesa, la ciudad de Sopot también quedaba en poder de los otomanos. También las minas de Kamengrad en Klis y otras dos fortalezas pasaron a manos otomanas. Otra de las exigencias fue que la frontera de Dalmacia se restableciera a su statu quo ante bellum de 1570. Tanto Venecia como la Sublime Puerta devolvieron los bienes secuestrados a los mercaderes de ambos bandos. Por la isla griega de Zante se pagaba un impuesto de 500.000 ducados. Pues bien, el nuevo impuesto ascendió a 1.500.000 ducados. La República de Venecia tuvo que pagar 300.000 ducados a la Sublime Puerta, para recompensar los gastos que la guerra le había ocasionado al Imperio.

Tanto el Dogo como el Senado veneciano informaron a los embajadores venecianos en Madrid, Leonardo Donado y Lorenzo Priuli, mediante una misiva fechada el 3 de abril de 1573, que se había firmado la paz con la Sublime Puerta. Estos informaron a Felipe II. Este dijo que «si Venecia creía obrar de aquel modo en favor de sus intereses, él había procedido siempre en bien de la Cristiandad y la República». La paz perduró hasta el 1645, cuando estalló la guerra por el control de Creta.