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Otger Cataló en una pintura de Claudio Lorenzale

Serie histórica (I)

Cuando Cataluña se inspiró en las óperas de Wagner para inventar su propia tradición histórica

Los intelectuales de la Renaixença reutilizaron una mitología ya existente para estructurar mitos que nunca han estado presente en la cultura tradicional del pueblo catalán

A finales del siglo XIX los intelectuales que formaban parte de la Renaixença, teniendo en cuenta que en Cataluña nunca había existido una tradición mitológica, como si en los países del norte de Europa, decidieron inventársela. Aunque pueda parecer extraño, tuvieron como referente para llevar a cabo esa tradición las óperas de Richard Wagner.

La influencia wagneriana

Antes de explicar la influencia wagneriana debemos hablar del tenor Francisco Viñas. Estudió música en el Conservatorio del Liceo. Antes de esto ya había debutado. El crítico de La Nación escribió que «si el señor Viñas se dedica solamente un año al estudio del canto, no habrá tenor que pueda competir con él, ni el mismo Gayarre». Y eso hizo. El 9 de febrero de 1888 debutó en el Liceo en el papel de Lohengrin, uno de sus personajes preferidos junto con Parsifal y Tristany. Posteriormente triunfó en Valencia, 1889; Scala de Milán, 1890; Londres, 1891; y Estados Unidos, 1894. Volvió a Barcelona, 1903, para cantar Lohengrin.

Aquella noche cambio de idioma al interpretar el Racconto o In fernem land. Era un 29 de noviembre de 1903. Los espectadores estaban expectantes. Esperaban que Viñas cantara: «Da voi lontan, in sconoscuita terra /Havi un Castel, che ho nome Monsalvato… / Mio Padre Parsifal, in esso regna/ Son Lohengrin, suo figlio e cavalier». Viñas se adelantó al proscenio y entonó estas palabras: «Al lluny del lluny, on mai anar podríeu; / hi ha un castell i és Montsalvat son nom / mon pare Parsifal duu la Corona; servent jo en sóc, / i és Lohengrin el meu nom».

En una sola noche Viñas hizo más por Wagner que todos los intelectuales catalanes

La traducción era de Joaquim Pena y el semanario satírico Cu-Cut inmortalizó el momento. A partir de ese momento en Madrid cantó el aria en castellano, en Cataluña en catalán y en valencia –con una traducción de Teodor Llorente– en valenciano. La emoción fue tal, aquel 29 de noviembre de 1903, que ha permanecido en los anales del Liceo como uno de los hitos más importantes del wagnerismo catalán. En una sola noche Viñas hizo más por Wagner que todos los intelectuales catalanes.

El mito catalán

Lohengrin, el caballero misterioso, se convirtió en el símbolo de aquellos antiguos caballeros catalanes que galoparon por aquellas tierras. Así desempolvaron caballeros, condes y reyes del pasado. Lo cierto es que una cosa es la mitología y otra la realidad. ¿Qué queremos decir? La realidad no es tan extraordinaria. Por eso se inventaron esos personajes y los hicieron reales.

El primero fue Otger Cataló. Cuenta la leyenda que, en el siglo VIII, este personaje ya reclamaba la catalanidad, la tierra y la patria. En algunos documentos se le conoce como Otger Golante. El personaje apareció por primera vez en 1438 en el libro Las Historias y Conquistas del reyalme Darago y principado de Cathalunya escrito por mosén Pere Tomic.

La realidad no es tan extraordinaria. Por eso se inventaron esos personajes y los hicieron reales

Este libro va desde la Creación del mundo hasta el reinado de Alfonso V de Aragón. Se explican leyendas y se da mucha importancia a los nobles catalanes, aragoneses y valencianos que formaban parte de la Corona de Aragón. El libro se fue retocando a lo largo de los años hasta su última edición en 1886.

Según la leyenda Otger Cataló se enfrentó a los sarracenos junto con Galceran de Cervelló, Bernat Roger de Erill, Gispert de Ribelles, Dapifer de Moncada, Galceran de Cervera, Galceran de Pinós, Bernat de Anglesola, Guerau de Alamany y Hug de Matamala. Se les conoce como los nueve caballeros de la tierra. El número nueve es muy característico de las tradiciones y leyendas. Ejemplos son que la Orden del Temple se fundó con nueve caballeros, en el Compromiso de Caspe se reunieron nueve caballeros, nueve fueron los condados catalanes…

Dice la leyenda que Cataluña debe a su nombre a Otger Cataló. ¿Por qué? El nombre Otger significa, en lengua germánica, patria. Cataló lo traducen como catalana. Con lo cual el nombre se traduce como patria catalana.

Cuando no hay un bagaje identitario uno se tiene que inventar. Y eso es lo que pasa con este personaje. Es significativo que la última edición del libro de mosén Pere Tomic fuera en el 1886. En esa época los intelectuales de la Renaixença estaban haciendo de las suyas para construir un relato/leyenda que nunca había ocurrido. Pedro Tomic no fue el único autor fusilado por la Renaixença.

Tiene que beber de las fuentes conocidas para estructurar mitos que nunca han estado presente en la cultura tradicional de un pueblo

Cuando uno no tiene nada en el que apoyar una estructura mediática e histórica tiene que beber de las fuentes conocidas para estructurar mitos que nunca han estado presente en la cultura tradicional de un pueblo. El norte de Europa ha sido clave en todas estas historias. Es más, personajes como Otger Cataló son comunes en otros países. Quisieron mitificar a Otger Cataló o a Wifredo el Velloso como si fueran el Rey Arturo.

Atendiendo a la leyenda, Claudi Lorenzale pinta el momento en que Carlos el Calvo con la sangre de la herida de Wifredo en sus dedos crea las cuatro barras del escudo de armas del condado de Barcelona

El segundo caballero mitológico es el Conde Arnau. Era la representación mítica de la familia Mataplana. Algunos consideraban que era el propio Hug de Mataplana. Arnau forma parte de la mitología europea de la cacería salvaje. En España, por ejemplo, lo podríamos comparar con la Santa Compaña. Debido a varios pecados –como relacionarse con una abadesa o no hacer bien los pagos prometidos– fue condenado eternamente. Sentenciado a cabalgar durante toda la eternidad como alma en pena sobre un caballo negro al que le salen llamas por la boca y los ojos, el Conde Arnau va siempre acompañado por un grupo de perros diabólicos que le abren paso.

Esta historia nos recuerda a la del Rey Arturo, el caballero de la mesa redonda, está condenado a cazar eternamente por los bosques de Inglaterra y de Bretaña, especialmente para las tierras más inmediatas a Finisterre. Va seguido de un gran ejército de sirvientes que continuamente hacen sonar el cuerno y atizan los perros y los caballos en la carrera desenfrenada, pero sólo puede cazar una miserable mosca cada siete años. Con lo cual los intelectuales de la Renaixença reutilizaron una mitología ya existente, pues, dentro de los héroes de la cacería infernal, encontramos nombres en todo el folklore europeo.