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El Gran Capitán observa el cadáver del Duque de Nemours tras la batalla de Ceriñola. Obra de Federico Madrazo

El Gran Capitán observa el cadáver del Duque de Nemours tras la batalla de Ceriñola. Obra de Federico Madrazo

El Gran Capitán, el creador de la guerra moderna

El legado militar de Fernández de Córdoba no quedó restringido al uso de nuevas tácticas y estrategias, fue mucho más allá y perduró en los ejércitos de la Monarquía Hispánica durante dos siglos

Las innovaciones militares que puso en práctica don Gonzalo Fernández de Córdoba, durante los primeros compases de las Guerras de Italia, representaron la última evolución del arte de la guerra durante el siglo XV. A partir de ese momento, tanto sus actores, como sus formas y medios, cambiaron por completo. Gracias a él, el mundo contemplaría el nacimiento de la estrategia y táctica modernas.

A finales del siglo XV, tras la unión de Castilla y Aragón mediante el enlace de los Reyes Católicos, toda la energía marcial del nuevo Estado se dirigió contra el reino Nazarí de Granada entre 1482 y 1492. La evolución del arte de la guerra permitiría acabar con un enemigo que hasta ese momento se había mostrado inconquistable. De dicha conflagración surgió un ejército que, tras articular exitosamente diferentes tradiciones castrenses, pasaría a convertirse en la maquinaria militar que asombró al mundo gracias al Gran Capitán.

Se puede afirmar que los Reyes Católicos, y sus consejeros, fueron quienes lograron crear el primer ejército de la modernidad

La primera enseñanza, y tal vez la más importante, fue la preeminencia del combatiente de a pie sobre el montado. Debido a las características propias de la sociedad castellana de la Edad Media, los peones tuvieron un importante papel durante la Reconquista al formar los mayores contingentes de las milicias concejiles y de las hermandades. Dicha infantería sirvió en las cabalgadas, talas y emboscadas que las fuerzas cristianas lanzaban contra el enemigo, en las que la velocidad al atacar y retirarse era fundamental. No es de extrañar que su armamento se basara en la potencia de fuego, derivada primero del uso de ballestas, jabalinas, dardos y, posteriormente, armas de fuego; apoyadas por hombres armados con lanzas, espadas y escudos. El infante castellano era especialista en desplegarse en orden abierto y combatir en la guerra de movimientos. Además, la complicada orografía de la península Ibérica supuso que la caballería pesada nobiliaria no pudiera alcanzar un rol tan significativo como en el resto de Europa.

El uso de cañones

Por lo tanto, la guerra irregular predominante en la península Ibérica provocó que las batallas campales fueran una rareza en las guerras contra Granada durante los siglos XIV y XV. En la última fase de la guerra sólo tuvieron lugar dos combates de entidad que podrían considerarse como batallas: Lucena (1483) y Moclín (1485). Además, la estrategia de conquista y mantenimiento del territorio por parte de las fuerzas de los Reyes Católicos provocó que la poliorcética –la guerra de sitio–, caracterizará dicho enfrentamiento. De esta forma de guerra estática nació la segunda enseñanza: el uso de los cañones para destruir las defensas de posiciones inexpugnables. El despliegue masivo de un nutrido tren de artillería constituyó la pieza clave para conquistar un reino que basaba su defensa en una serie de posiciones estratégicamente claves, situadas en una orografía abrupta y difícil.

El despliegue masivo de un nutrido tren de artillería constituyó la pieza clave para conquistar un reino

La tercera enseñanza derivó de la anterior, y fue reconocer la necesidad de aceptar la actuación de individuos o contingentes extranjeros para mejorar la calidad de las tropas nacionales. Para ello, los Reyes Católicos contrataron los servicios de artilleros europeos para aumentar su tren de artillería. También, aunque su incidencia durante la guerra de Granada fue marginal, sirvieron diferentes grupos de mercenarios suizos –armados con largas picas o con espingardas– cuya importancia real radicó en que fueron el modelo en el que se basó el posterior sistema de infantería de ordenanzas.

Se puede afirmar que los Reyes Católicos, y sus consejeros, fueron quienes lograron crear el primer ejército de la modernidad. Aun así, no podemos olvidar la importancia de Gonzalo Fernández de Córdoba para el arte de la guerra. Fue él quien, tras recibir unas tropas pertrechadas con las armas más modernas y con una enorme experiencia, transformó las leyes de la táctica y estrategia establecidas desde antiguo para que sus hombres actuasen de una manera innovadora y pudieran destruir en un breve periodo de tiempo varios ejércitos franceses. Gradualmente hizo evolucionar la forma de actuar de su ejército para imprimirle una movilidad y adaptabilidad que asombró a los contemporáneos. El legado militar de Fernández de Córdoba no quedó restringido al uso de nuevas tácticas y estrategias, fue mucho más allá y perduró en los ejércitos de la Monarquía Hispánica durante dos siglos. Esta herencia se puede resumir en los siguientes puntos:

  • Se consolidó un ejército de intervención que podía estar movilizado todo el año y actuar a gran distancia de la península Ibérica. Sus integrantes se convirtieron en soldados profesionales, primando la presencia de veteranos, e imponiéndose la calidad de la tropa sobre la cantidad.

  • La infantería suplantó a la caballería pesada como la espina dorsal del ejército gracias a una nueva orgánica y administración. Paulatinamente se organizó en unidades más grandes que la compañía. Estas, a su vez, integraron varios tipos de armas que aumentaron su capacidad de defensa (picas), pero también su potencia de fuego (espingardas y, posteriormente, arcabuces). La nobleza pasó a combatir a pie y componer parte de la oficialidad, la tropa así asimiló su idiosincrasia e incluso aspiró al ascenso social.

  • La caballería perdió su importancia anterior y, tácticamente, fue relegada a misiones más secundarias, pero no por ello sin importancia. El arma montada continuó siendo los ojos y oídos del ejército, pero también logró actuar con mayor conexión y cercanía a la infantería.

  • El servicio de extranjeros. Con la actuación de fuerzas calabresas, napolitanas y alemanas se formalizó la presencia de soldados foráneos dentro de los ejércitos de la Monarquía, los cuales suplieron las debilidades numéricas del contingente hispánico.
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