Dinastías y poder
¿Una gran duquesa rusa humillada en Buckingham?
Fue gran duquesa de Coburgo y madre de la reina María de Rumanía
Es uno de esos personajes fascinantes cuya biografía está por hacer. ¿Quién puede morir después de que se dirijan a una sólo como «señora Coburgo»? Una humillación para quien había nacido hija del zar. Pero lo cierto es que tras el triunfo de la Revolución Bolchevique y la derrota alemana en la Gran Guerra, lo había perdido todo: hasta el tratamiento imperial que, dicen, le provocó el infarto.
María Alexandrovna era todo un carácter. Una mujer altiva que jamás se entendió con sus cuñadas, las hijas de la Reina Victoria. ¿Porqué no se la trataba en Buckingham como una Alteza Imperial? Ella había nacido como Gran Duquesa Rusa, una Romanov. Y no soportaba tener que dejar precedencia a la princesa de Gales, simple retoño del Rey de Dinamarca por el hecho de estar casada con el futuro Eduardo VII. Su colección de tiaras kokoshnik, collares de perlas y zafiros causaban verdadera admiración en la corte británica.
No soportaba tener que dejar precedencia a la princesa de Gales, simple retoño del rey de Dinamarca por el hecho de estar casada con el futuro Eduardo VII
María Alexandrovna había nacido en el Palacio de Tsarskoye Selo en 1853. Era la única hija de Alejandro II, el «libertador de los siervos». Los demás hijos del zar eran varones. Su madre, María de Hesse se mantuvo siempre alejada de los fastos de la corte por lo que María asumió el papel femenino más importante en el Imperio. En 1872 se casó en el palacio de Invierno de San Petersburgo con el príncipe Alfredo, segundo de los hijos de la Reina Victoria de Inglaterra. Entre los obsequios que recibió de su padre, el zar, se encontraba una tiara fringe de estilo ruso –en barras de brillantes, con forma de espiga– que causó sensación. Fue un enlace que respondió a los intereses dinásticos, aunque la pareja aprendió a tratarse con afecto. María no era guapa, con el rostro demasiado redondo y quizá un poco gruesa para los cánones de belleza de la época, pero su porte imponente la distinguió siempre entre «el clan británico» como le gustaba decir con displicencia.
Al poco de llegar a Inglaterra, el matrimonio fijó su residencia en Eastwell, a unas millas de la capital, en el condado de York. Dos años después Alfredo, almirante de la Marina Real, fue destinado a la isla de Malta, sede de la flota del Mediterráneo y enclave estratégico en las complejas rivalidades coloniales de la época. La familia vivó en Malta, en el palacio de San Antón, entre 1886 y 1889. Después regresaron a Inglaterra. Pero ella odiaba Londres; los horarios ingleses le parecían espantosos y el clima, infernal. En su residencia de Clarence House, María tenía una galería de joyas que resultaba extraordinaria. Tuvieron un hijo, rebelde y díscolo (Alffie) y cuatro chicas, Missy, Ducky, Sandra y Bee (en familia siempre usaban apodos), todas de fuerte carácter, que entroncarían con grandes dinastías y protagonizarían algún escándalo sentimental. «Las mujeres deben casarse jóvenes» decía. Sobre una de ellas, la menos agraciada llegó a decir que era «la muestra menos interesante».
Ella odiaba Londres; los horarios ingleses le parecían espantosos y el clima, infernal
Alfredo sabía que un día heredaría el ducado de Sajonia-Coburgo, en Alemania. Su tío el gran duque Ernesto –hermano del difunto príncipe Alberto– había fallecido sin heredero y en 1893 llegó la hora de asumir la soberanía de este territorio alemán. Los nuevos grandes duques, Alfredo y María, se establecieron en el castillo de Rosenau y vivieron unos años tranquilos en los que ejercieron una interesante labor diplomática en el contexto de los llamados «sistemas bismarckianos».
María Alexandrovna adoraba Rusia y a sus hermanos. Pasaba con ellos largas temporadas y les invitaba al «chateau Fabron» que tenía en la Costa Azul. Quizá de todos ellos su favorito fue el gran duque Sergio, al que se atribuye una enorme influencia política en el gobierno de su sobrino Nicolás II y que morirá como consecuencia de un atentado anarquista en 1905. María Alexandrovna –ya conocida como María Coburgo– era una mujer muy culta, amante de la música, dominaba todos los idiomas de las cortes aunque nunca quiso hablar a sus hijas en ruso para que «no contaminasen la lengua».
Tras la muerte de Alfredo en 1900 (un año antes que su madre, la reina Victoria) y convertida en gran duquesa-viuda, María dejó su residencia oficial y se instaló en un palacete cercano, en Tegernsee. Tenía todavía una gran fortuna, con activos en el Imperio Ruso. Pero el estallido de la Revolución Bolchevique hizo que perdiese todo su capital. «Estoy ansiosa por mamá» –escribe una de sus hijas– «no tiene un solo penique para poder vivir, todo estaba en Rusia o en valores rusos». Su hermano menor, el gran duque Pablo, su cuñada Ella de Hesse y toda la Familia Imperial, morían asesinados por los bolcheviques. Apenas le quedaron las joyas, sus magníficas tiaras y collares que le sirvieron para hacer frente a la pérdida de la asignación real que recibía como consecuencia de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y la instauración de la República de Weimar. «Ha tirado sencillamente sus mejores alhajas (vendido) y ahora está tan avergonzada que me pide no hable de ello», dijo su hija Beatriz. Malvendió muchas, entre ellas a María de Teck, la esposa de su sobrino Jorge V de Reino Unido. Algunas de las magníficas diademas que hoy lucen en Buckingham vienen de la extinta fortuna de las Romanov.
María falleció en Zurich el 24 de octubre de 1920. Tenía sesenta y siete años. A su primogénita, Missy, que se había convertido en reina de Rumania, se le prohibió acudir a los funerales por haber defendido diferentes posiciones durante la guerra.