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Luis parte a la cruzada, en el verano de 1248

Picotazos de historia

Luis IX de Francia y el fracaso de la séptima cruzada

Luis IX de Francia, sintiéndose morir hizo voto de emprender una nueva cruzada, si Dios le retornaba la salud: curó y fue fiel a su palabra. Pasó tres años en la preparación de la misma y partió para Tierra Santa el 25 de agosto de 1248

En 1244, tras la tregua que siguió a la sexta cruzada, cayó la ciudad de Jerusalén. El mismo año enfermó de gravedad, por culpa de la malaria, un joven Luis IX de Francia. Sintiéndose morir hizo voto de emprender una nueva cruzada, si Dios le retornaba la salud. Curó y fue fiel a su palabra. Tres años pasó en la preparación de la misma y partió para Tierra Santa el 25 de agosto de 1248.

Los diferentes grupos que formarían el ejército de la cruzada quedaron en reunirse en Chipre. Una vez allí, acordaron atacar Egipto, por considerar que era la zona más vulnerable y rica. Pero para sortear los bajíos del delta del Nilo era imprescindible contar con buen tiempo, por lo que se aplazó el ataque hasta mayo del año siguiente. El 5 de junio desembarcaron en las afueras de la ciudad de Damieta, que fue conquistada al día siguiente. El inicio no podía ser más esperanzador pero no continuaron avanzando. La cruzada anterior había terminado en desastre debido al desconocimiento de las crecidas del Nilo. El ejército cruzado se encontró atrapado en un terreno anegado e impracticable. Habían aprendido la lección y esperarían en Damieta el momento oportuno.

El sultán de Egipto (Al Salih Ayyub) estaba cercando la ciudad siria de Hama, que estaba en manos de un díscolo familiar suyo, cuando se enteró de la llegada de los cruzados. Al Salih, que se encontraba en la fase final de una tuberculosis, que acabaría con su vida, ofreció intercambiar la ciudad y puerto de Damieta por Jerusalén. Exactamente igual que había sucedido en la cruzada anterior y, como los cruzados de entonces, todos los integrantes del ejército cristiano se negaron a aceptar la generosa propuesta.

A finales de octubre empezó a secarse el terreno y el Rey de Francia dio orden de marchar. Llegaron a una pequeña población –años atrás había ordenado levantar el sultán Al Kamil en 1219– en la ribera oriental del ramal del Nilo; allí les estaba esperando el sultán Al Salih junto a su ejército.

La ceguera llevó a la catástrofe

Luis IX desplegó las tropas y dejó muy claro que nadie atacara hasta recibir la orden, pero siempre hay uno más listo que todos. El conde Roberto de Artois, hermano de Luis IX de Francia, sin esperar ordenes, atacó y tomó el campamento enemigo. Si se hubiera quedado allí hubiera sido estupendo, pero cargado de adrenalina y todo tipo de endomórficas que el cuerpo humano podía crear, se dejó llevar por el entusiasmo y ordenó atacar a la ciudad, que estaba apenas a dos kilómetros. Encontró las puertas abiertas y las atravesaron. Avanzaron sin oposición hasta alcanzar la plaza central que daba a la ciudadela. Allí, desde las callejuelas que desembocaban en la plaza, fueron atacados por todos partes, mientras se cerraban las puertas de la ciudad para impedir la huida. Solo se salvaron cinco caballeros que cayeron prisioneros. Fue una catástrofe.

Llegada de las huestes cruzadas ante Damieta el 5 de junio de 1249, en una ilustración medieval

Perdida la iniciativa, cruzados y musulmanes permanecieron vigilándose mutuamente, temerosos de hacer el primer movimiento. No hizo falta. La disentería se empezó a cebar en el campamento de los cruzados y pronto empezaron a escasear los provisiones. La retirada a Damieta se hizo necesaria. Luis IX intentó retomar la negociación sobre el intercambio de las ciudades pero el nuevo sultán Turán Sha, hijo de Al Salih quien había fallecido víctima de su enfermedad, le dejó muy claro que esa oferta había caducado.

La retirada del ejército cruzado fue un desastre. Tantos prisioneros hicieron los musulmanes que solo respetaron las vidas de los más importantes miembros de la expedición, cuyo rescate no podía ser despreciado. Cayó prisionero el propio Rey de Francia, por cuya liberación se pagaron medio millón de libras tornesas ( se consideraba que la moneda acuñada en la ciudad de Tours era de mejor ley y calidad, que cualquier otra moneda acuñada en Francia) y la ciudad de Damieta.

Captura de Luis por los ayubíes en abril de 1250, según una miniatura medieval

La ciudad se entregó el 5 de mayo de 1250. Una semana después el futuro san Luis y los pocos barones y caballeros que estaban en condiciones de andar ( y por ello los únicos que regresaron con vida, ya que los que quedaron enfermos en Damieta fueron asesinados), desembarcaron en Acre.

Ese puñado de enflaquecidos y atormentados individuos era cuanto quedaba del otrora orgulloso ejército de 35.000 hombres, que pudo haber conseguido su objetivo sin luchar. La ceguera y el empecinamiento les llevó a su perdición.