Picotazos de historia
Un inventor estrellado: John Joseph Merlín
A lo largo de su vida desarrolló una fecunda carrera de inventor, luthier (hacedor de instrumentos musicales) y creador de autómatas, alguno de los cuales aún podemos admirar
John Joseph Merlín (1735 – 1803) nació en el obispado de Lieja –actual Bélgica– y a lo largo de su vida desarrolló una fecunda carrera de inventor, luthier (hacedor de instrumentos musicales) y creador de autómatas, alguno de los cuales aún podemos admirar. En 1760 se instala en Londres como consejero técnico del embajador de España en la Corte Inglesa. Desde ese momento entrará en contacto con las élites intelectuales, sociales y económicas quienes apreciarán el ingenio y las habilidades de Merlín.
Es durante esos primeros años que construyó un órgano portátil para la princesa de Gales, Augusta de Sajonia –Gotha– Altenburgo, y un reloj perpetuo que funcionaba a merced a los cambios atmosféricos y que hoy se puede admirar en el Victoria and Albert Museum. Sin embargo la creación más afamada de nuestro protagonista es el llamado «Cisne de Plata». Un autómata en forma de cisne sobre un lecho de cristal en movimiento que, en un momento dado, atrapa y se come un pez que nada bajo el cristal. Esta maravilla de la orfebrería y la ingeniería se puede admirar en el Bowes Museum de Barnard Castle ( R.U).
Merlín, genio y excéntrico
La novelista Frances Burney (Madame d´Arblay) fue una de sus mejores amigas. También fue amigo de Johann Christian Bach (hijo de Johann Sebastian) y Haydn. Gainsborough le pintó un magnífico retrato y Catalina la Grande de Rusia le encargó un pianoforte. Merlín, por su parte, gustó de mostrar una imagen excéntrica que le permitía exhibir sus creaciones ante posibles clientes. El compositor inglés Thomas Busby (1755 - 1838) nos dejó un libro –Cámara de conciertos y orquesta de anécdotas, publicado en 1805– donde nos relata una velada en Carlisle House durante un baile de máscaras. Según Busby, Merlín se presentó llevando su última invención: «unos patines que se impulsaban por medio de unas ruedas». Vamos que inventó y patentó los primeros patines de ruedas y los primeros patines con ruedas en línea. Pero volvamos a la historia.
En el maravilloso salón de la casa, lujosamente decorado, entró nuestro inventor deslizándose sobre sus patines. Resaltó su aparición el que además de patinar tocara un violín de su invención. Los patines eran un primer modelo, un prototipo que adolecía de algunas fallas que, a su debido tiempo, se pondrían remedio. Por ejemplo, el par de patines que esa noche calzaba Merlín carecía de los tacos que hoy en día se utilizan para frenar. Así que nuestro inventor atravesó el salón de baile a la velocidad de un meteorito y acabó estampándose contra un enorme espejo que decoraba uno de los extremos de la sala.
Patines sin freno
El intento de llamar la atención fue todo un éxito pero le salió muy caro. Por un lado, se hizo numerosos cortes de los que tardó tiempo en recuperarse y fue milagro que no se degollara, por otro, espejos de tan gran tamaño eran una rareza y muy difíciles de fabricar –la fábrica de La Granja, en Segovia, tenía la mayor mesa de bronce para la fabricación de espejos de grandes dimensiones de Europa–, así que cuando le pasaron la factura por los desperfectos casi se muere de la impresión. El espejo estaba valorado en unas 500 libras de la época, lo que sería más 50.000 de hoy en día. Por fortuna el desastre no le trajo siete años de infortunio, al contrario: la sociedad inglesa se rio muchísimo de lo sucedido y se puso del lado del inventor estrellado, a quien no le faltaría jamás trabajo y dejaría más creaciones. Por su puesto, añadió el sistema de frenado que hoy existe a los patines que inventó.