José Antonio, el hombre al que no dejan descansar en paz
Para que los hermanos se maten en una guerra civil como las del 36 hace falta un ideario, unos motivos mucho más importantes que un reparto de escaños en un parlamento
Pocos protagonistas de la historia de España han tenido cinco entierros que hallan despertado tanta atención como los de José Antonio Primo de Rivera. Un hombre joven, asesinado a los 33 años, y con una vida dedicada a la política que no llega a los seis años de actividad. Sin lugar a dudas el atractivo de José Antonio Primo de Rivera viene, no por ser el hijo del Dictador, sino por el soplo de aire fresco que insufló a la turbia atmósfera de la II República al ser el principal fundador de un movimiento político, de carácter fascista, como exigía el periodo entreguerras, que, contra todo pronóstico, estaba llamado a cambiar la Historia de España.
Cuando estalló la Guerra Civil los falangistas eran una minoría entre las minorías políticas que en aquellos tiempos poblaban el país. Que difundían sin mucho éxito un mensaje para la regeneración de España cargado de poesía, romanticismo y con un inequívoco sentido martirial de su acción en política. Antes del comienzo de la guerra y en sus primeros días, de los escasos diez mil seguidores de Primo de Rivera 3 de cada 4 cayeron asesinados a manos de socialistas, comunistas y anarquistas.
Cuando fracasó el golpe militar iniciado el 17 de julio José Antonio lleva preso ya muchos meses. En la prisión de Alicante fue juzgado por un tribunal popular (es decir por un grupo de milicianos carentes de cualquier legitimidad y conocimiento de las leyes) que ya tenía decidido de antemano la suerte que iba a correr: el paredón.
Las guerras, como no puede ser de otra forma, barren las ideologías templadas y fortalecen, hacen crecer, las radicales. Para que los hermanos se maten en una guerra civil como las del 36 hace falta un ideario, unos motivos mucho más importantes que un reparto de escaños en un parlamento. Se mata y se muere por la libertad, por la fe, por la familia y por la patria.
La guerra hizo que las antes casi vacías centurias de la Falange se viesen repletas de jóvenes españoles, de derechas y no tan derechas, que veían en el pensamiento de José Antonio y de sus primeros camaradas, los camisas viejas, la solución a los males de España.
Los militares rebeldes, Franco, vieron pronto en la Falange el estilo, la ideología, el motor que debía ayudar a que su causa lograse la victoria. Pronto España se llenó de camisas azules, mientras toda la España nacional cantaba el Cara al Sol. El asesinado José Antonio se convirtió en el faro que llenaba de fe a muchos españoles al tiempo que su pensamiento de cambiar España auguraba el milagro español que iba a producirse al terminar la guerra.
José Antonio Primo de Rivera se convirtió en el héroe perfecto, pues su injusta y temprana muerte hizo que su biografía de patriotismo y sacrificio fuese ideal.
Terminada la guerra, sus ahora legión de seguidores, lógicamente quisieron recuperar y honrar su cadáver que fue tirado en una fosa de Alicante. Sus restos fueron exhumados y llevados por los falangistas, a hombros, desde Alicante hasta el monasterio de San Lorenzo del Escorial. El féretro, envuelto en terciopelo negro, recorrió a pie media España a lo largo de diez días. En los relevos llevaron las andas lo más granado del falangismo y muchos, muchísimos, falangistas de base.
El 30 de noviembre de 1939 la comitiva entraba en el Monasterio de El Escorial siendo depositados los restos del fundador de Falange a los pies del altar mayor del edificio que mandó construir Felipe II en los tiempos en que en el imperio español no se ponía el sol. Franco depositó una corona en la tumba vestido con el uniforme negro del Movimiento, un partido inspirado en gran medida en el ideario de la Falange.
El 31 de marzo de 1959, un día antes de la apertura oficial de la basílica del Valle de los Caídos, los restos de José Antonio fueron sacados del Monasterio ahora camino de un nuevo enterramiento en Cuelgamuros. Su féretro iba depositado en las mismas andas que, caminando desde Alicante en 1939, le habían traído al Escorial.
El cuerpo de Primo de Rivera fue entonces enterrado al pie del altar, en el centro de la basílica, bajo una lápida con una cruz y solo con el nombre de José Antonio. El abad de la basílica, fray Justo Pérez de Urbel, ofició una misa de Réquiem. En la tumba el ataúd fue situado en su lado izquierdo, lo que explica que los viejos falangistas colocasen hasta ahora en este lado de la lápida las cinco rosas del Cara al Sol.
Ahora su familia, no sabemos si con razón o sin ella, ha decidido sin lugar a dudas por el odio de Sánchez y sus acólitos, trasladar una vez más vez los restos del fundador de la Falange, antes de que su cadáver sea mancillado. En su nueva tumba, seguro que sus seguidores seguirán llevándole cinco rosas rojas, en la confianza de que vuelva a reír la primavera que por cielo, tierra y mar se espera.