80 años de la operación 'Carne Picada': el cadáver que engañó a los nazis
El cadáver de un vagabundo disfrazado provocó uno de los mayores engaños de espías que el mundo ha visto y confundió a Hitler lo suficiente como para no defender Italia
El 30 de abril de 1943 un pescador onubense localizó un bulto flotando frente a las costas de Punta Umbría. Se trataba de un cadáver con chaleco salvavidas y uniforme militar. Lo llevó a tierra, informó a las autoridades y regresó a faenar. Ignoraba el engaño que se había puesto en marcha y del que dependería el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
El plan había sido urdido mucho tiempo atrás. En enero de 1943, Churchill y Roosevelt decidieron en Marruecos que, tras la exitosa campaña en el norte de África, debía asaltarse la isla de Sicilia para que los aliados pusieran el pie en Europa. Por ello, se ordenó un plan para engañar a los alemanes. Los nazis debían convencerse de que la invasión se produciría por Grecia y Cerdeña. De este modo, podrían llevar a cabo su verdadero objetivo.
Fue entonces cuando entraron en el juego el almirante John Godfrey, director de la Inteligencia Naval del Almirantazgo y su ayudante Ian Fleming –futuro autor de las novelas de James Bond–; a quienes se les ocurre lanzar al mar un cadáver pertrechado de documentos falsos para engañar al enemigo. En esta operación hubo un tercero y un cuarto estratega, otro oficial británico apellidado Cholmondeley, quien perfeccionó la treta en un plan bautizado como «Caballo de Troya» –que más tarde se convertiría en la «Operación carne picada»– al frente de Ewen Mantagu, abogado y aristócrata, oficial de la Marina y, sobre todo, el cerebro capaz de cuidar hasta el último detalle de las acciones de espionaje más decisivas de la guerra.
Montagu y Cholmondeley determinaron que el cadáver debía arrojarse frente a las costas españolas. La España de Franco había demostrado ya que su neutralidad, trastocada en una significativa «no beligerancia», encubría el deseo de participar al lado del Eje en el conflicto.
En manos de los españoles
Lo primero era encontrar un cadáver. El elegido fue el de un joven galés sin parientes cercanos que acababa de suicidarse ingiriendo una pequeña dosis de raticida. El cadáver fue ataviado con el uniforme de la infantería de Marina y dotado de la identidad falsa de William Martin, un acomodado galés de religión católica. En una cartera, que se fijó al cinturón de su gabardina, se introdujeron los documentos militares que descartaban Sicilia como objetivo de la invasión aliada. En sus bolsillos, junto a su identificación, se guardaron cartas de su prometida, una misiva del banco por impago e incluso el billete de una función teatral a la que el minucioso Montagu asistió en persona. El cadáver fue introducido en un cilindro metálico y hermético que se rellenó de hielo seco, y embarcado en el submarino Seraph. Diez días después, la nave se hallaba frente a las costas andaluzas.
Se decidió arrojarlo en la costa onubense, donde el jefe de policía era muy favorable a los germanos y existía una importante comunidad alemana. Y en la madrugada del 30 de abril, el Seraph emergió a poco más de un kilómetro de la costa de Huelva. Se extrajo el cuerpo del mayor Martin del tubo y se depositó suavemente sobre las aguas. El comandante musitó un breve salmo y ordenó regresar aguas adentro. El remolino de las hélices facilitó la aproximación del cadáver a la playa.
El maletín fue restituido a las autoridades británicas, pero su información facilitada a la embajada del Tercer Reich
Horas después de que el pescador español localizara el cuerpo, este seguía descomponiéndose bajo los pinos. Después, un oficial de la Armada se hizo con el maletín, a la vez que ordenaba el traslado del cuerpo a Huelva. A lomos de un burro, con escolta militar y conducido por un niño, el cadáver arribó a Punta Umbría. La autopsia, en Huelva, determinó que el oficial habría caído aún vivo al mar y se habría ahogado más tarde. Llevaría en el océano entre ocho y diez días. El consulado británico fue inmediatamente informado.
Contradecir a Hitler era cosa de valientes
El maletín llegó a Madrid y acabó en las manos del ministro de Marina, almirante Moreno. Funcionarios españoles extrajeron las comprometedoras cartas de sus sobres y copiaron la información. El maletín fue restituido a las autoridades británicas, pero su información facilitada a la embajada del Tercer Reich. Puesto que el servicio de espionaje deseaba complacer las paranoias de Hitler, quien convencido de la invasión mediterránea afectaría a Grecia y no a Sicilia, descuidaron la defensa de Italia. Se requería ser muy valiente para contradecir a Hitler y la historia demuestra que muy pocos hombres tienen madera de mártir.
Los Aliados desembarcaron el 9 de julio de 1943 en Sicilia sin apenas oposición. Comenzaba el asalto de Europa que facilitaría, apenas un año después, el Día D. Un cadáver era el responsable de un considerable ahorro de vidas humanas.