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Soldados cavando una trinchera de comunicación en el bosque de Delville

Picotazos de historia

Una triste historia del primer día de la batalla del Somme, una de las más sangrientas de la Gran Guerra

Ese funesto día tiene el dudoso honor de corresponder a la fecha en que más británicos murieron en un solo día. Algo que marcó la memoria colectiva durante un siglo

El 1 de julio de 1916 es una fecha traumática para los británicos: corresponde al primer día de lo que se conocería como la batalla del Somme. Ese funesto día tiene el dudoso honor de corresponder a la fecha en que más británicos murieron en un solo día. Algo que marcó la memoria colectiva durante un siglo.

Anteriormente, fue la batalla de Waterloo, con 8.458 muertos, la mayor matanza en un solo día. Aquel primero de julio las tropas del Imperio Británico sufrieron 57.470 bajas entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos; entre ellos 2.438 fueron oficiales y de estos murieron ese día 993 cuyos nombres se publicaron en el periódico The Times, orlados en negro, en doce páginas que antecedieron a las noticias. Después de eso, el gobierno prohibió la publicación de listas de bajas por el efecto desmoralizador que produjo entre la población.

Aquel primero de julio las tropas del Imperio Británico sufrieron 57.470 bajas entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos

Esta batalla sigue siendo estudiada bajo todo punto de vista: estratégico, social, global, incluso psicológico, bien a nivel del combatiente individual o en el conjunto de la sociedad. En 2017, la película Churchill nos mostró la figura del estadista inglés en los días previos al desembarco de Normandía y su angustia ante la perspectiva de ser responsable de una tragedia como la que supuso esa batalla. Ahora quisiera relatarles una triste historia en relación con ella.

Una preocupación ignorada

El teniente coronel Edwin Thomas Falkner Sandys era el comandante del 2º batallón del regimiento de Middlesex. Su unidad estaba encuadrada en la 8ª división que tendría que atacar la posición alemana situada enfrente de la población de Ovilliers, por lo que tendría que atravesar la zona de terreno que les separaba –la llamada «tierra de nadie»– más larga de todo el frente: unos 650 metros de longitud.

Durante los días previos al ataque, Sandys observó detenidamente el efecto de la artillería británica en las líneas alemanas con creciente preocupación que se transformó en angustia. Importunó a sus superiores transmitiéndoles sus dudas sobre la eficacia de los proyectiles utilizados –alto explosivo– sobre la red de alambre de espino que protegía las trincheras alemanas y de que estos no fueran lo suficientemente potentes para afectar a los refugios en donde se guarecía la infantería alemana. Le preocupaba el enorme peso del equipo que deberían transportar las tropas (más de treinta kilogramos) y la distancia que debían recorrer, en oleadas. Con sus subordinados se mostraba alegre y confiado, pero con sus superiores insistente en sus dudas. Hasta que fue severamente reprendido por su actitud.

Fusileros irlandeses de la 25.ª Brigada, 8.ª División, durante el primer día de la batalla

El 1 de julio saltaron de sus trincheras, los 795 hombres que componían el batallón, en diferentes oleadas. Las ametralladoras alemanas los barrieron. Los pocos que alcanzaron las alambradas las encontraron prácticamente intactas.

«No he tenido ni un solo instante de paz»

El 2º de Middlesex no fue el batallón que tuvo más baja aquel día, hubo 17 batallones que sufrieron más que él. Con todo, cuando se hizo recuento, 540 no respondieron. Entre los heridos se encontraba el teniente coronel Sandys, a quien recogieron en tierra de nadie con cinco heridas. Afortunadamente, se recuperó en poco tiempo pero su mente seguía preocupada por los hombres de su unidad y se culpaba por no haber hecho más para evitar el desastre.

A principios de septiembre de 1916 escribió a uno de los pocos oficiales que había sobrevivido: «Iré a Londres para quitarme la vida. No he tenido un solo instante de paz desde el 1º de julio».

Sandys se disparó un tiro en la cabeza el 6 de septiembre en su habitación del hotel Cavendish. Ni siquiera tuvo la fortuna de morir con rapidez ya que le encontraron vivo y, trasladado a un hospital, falleció una semana más tarde. La subsiguiente investigación se cerró como un hecho motivado por un estado de locura transitoria. El ministerio de Guerra hizo constar que el teniente coronel había fallecido como consecuencia de sus heridas –y así consta hasta el día de hoy– y publicó en la Gaceta (su órgano oficial) la concesión de la Orden de Servicios Distinguidos «por su valerosa actuación y eficaz dirección de su unidad» durante el combate. La concesión de la medalla estaba fechada el día antes de su suicidio.