Fundado en 1910

Fernando Brambila, «Vista de la rotonda del Real Museo», 1827-1836Museo del Prado

Las sorprendentes consecuencias positivas para el arte de la desamortización de Mendizábal

Esta medida legal tenía como objetivo hacer frente a la deuda pública. A pesar de los resultados negativos, tuvo algunos efectos positivos para el desarrollo cultural posterior

La desamortización española fue un proceso jurídico de corte liberal, cuyo objetivo era hacer frente a la deuda pública a través de la entrega de los bienes que pertenecían a corporaciones o instituciones a la propiedad individual, con el fin de impulsar la agricultura, el comercio y la industrialización.

Se considera que el inicio oficial de estas medidas reside en las Cortes de Cádiz, aunque su momento álgido se dio durante las regencias de María Cristina y Espartero y el Gobierno de Mendizábal. A partir del Decreto de 1836 y la Ley de 1837 este político desamortizó los bienes del clero regular, después del clero secular, prolongando el proceso hasta 1844. A pesar de todo, no logró un importante crecimiento económico ni terminar con el déficit público.

El jurista e historiador Francisco Tomás y Valiente definió este proceso como «un drama para muchos, aunque para otros tuviera un final feliz». A pesar de los daños causados a determinados grupos sociales como los campesinos no propietarios y especialmente al clero, fue una medida necesaria para la construcción de un sistema jurídico que permitiera el paso hacia una sociedad burguesa e industrial, en definitiva, capitalista.

Juan Álvarez Mendizábal, político isabelinoPintor español anónimo del siglo XIX

Cambio cultural

Fruto de las desamortizaciones el Gobierno se vio con una gran cantidad de edificios y objetos artísticos confiscados sin contingente humano ni económico que lo atendiera de ahí en adelante. Tras una primera fase que ha sido considerada devastadora para el campo del arte, se empezó a tener en en cuenta cierta necesidad de conservar los bienes muebles.

El Estado se reservaba «las pinturas, bibliotecas y enseres que puedan ser útiles a los institutos de ciencias y artes, así como también los Colegios, residencias y casas de la Compañía (de Jesús), sus iglesias, ornamentos y vasos sagrados» tal y como recoge el historiador Juan José Martín González. Es decir, se produjo un cambio de uso y destino de las obras artísticas.

Por este motivo, este fue el inicio de la creación de instituciones destinadas a proteger y mostrar al público las obras desamortizadas. Es el momento en el que España se une al concepto moderno francés de museo nacional, que conserva la riqueza artística y la pone al alcance de la sociedad para su disfrute.

Gracias a las medidas de Mendizábal el Museo del Prado (que había sido convertido en pinacoteca por Fernando VII) consiguió completar sus fondos. A su vez, nacieron otros museos provinciales que actualmente son muy valorados como el de Valencia, característico por su colección de lienzos de factura gótica levantina; el de Sevilla, con obras de Murillo y Valdés Leal; o el de Valladolid, donde cobraron peso las esculturas de Berruguete.

Una nueva etapa artística

Junto al cambio de uso y destino del arte existente, se produjo una transformación del tradicional mecenazgo artístico, que residía en la Iglesia, la nobleza y la corona. El Estado y la burguesía fueron los nuevos clientes e impusieron sus nuevos gustos e intereses a los artistas del momento.

La Rendición de Bailén. José Casado del Alisal

Por un lado, el Estado encargó la decoración de las instituciones públicas y desde 1856 inauguró la celebración de las Exposiciones Nacionales junto con la Academia de Bellas Artes. En ambos casos se impuso el gusto por la temática histórica, coincidiendo con la intención de la configuración de la nación española. Se incentivaba a los artistas a pintar una iconografía que exaltase a los héroes de la historia y a los protagonistas de la revolución liberal. Entre ellos destacaron Casado del Alisal, Antonio Gisbert, Eduardo Rosales y Francisco Pradilla.

En cambio, la burguesía no podía colgar en sus residencias cuadros de tal tamaño, por eso se decantó por el género del retrato. En estos encargos buscaban idealizar la figura humana pero al mismo tiempo se desarrolló un gran gusto por los detalles en adornos y telas, que algunos historiadores describen como necesidades típicamente burguesas. En esta vertiente destacaron Antonio María de Esquivel y Federico de Madrazo.

Antonio María Esquivel, «Pilar Gandiola», 1838Museo del Prado

En cambio, otra suerte corrió el patrimonio arquitectónico. Aunque se intentó, no se encontró con rapidez un nuevo uso para estos lugares. Muchos de ellos fueron adquiridos por la burguesía, que los empleó como canteras de sillares de piedra o que los reutilizó como lugar de almacenamiento de sus cosechas. También, durante el reinado de Isabel II continuó el plan de saneamiento de las ciudades que implicaba el derribo de muchos edificios y que ha dejado una gran herida en el legado arquitectónico español.

Durante la guerra

La desamortización de Mendizábal se produjo en el marco de la primera guerra carlista, que se desarrolló entre 1833 y 1839. Finalizó con el Convenio de Vergara, firmado entre el general isabelino Espartero y los representantes del general carlista Maroto. Sin embargo, el fenómeno del carlismo se extendió a lo largo del siglo XIX y dio lugar a la segunda y a la tercera guerra carlista.
En la primera guerra carlista muchos elementos del clero se posicionaron abiertamente del lado de los rebeldes, dando lugar a severas medidas por parte del Gobierno.

El proceso desamortizador de Mendizábal tuvo también algunas consecuencias positivas para el arte español. Se agruparon los fondos de la colección real, se crearon museos provinciales como el de Valencia, Sevilla o Valladolid y se abrió la etapa del arte burgués, que tuvo incidencia en la variación en el estilo y los temas tratados.