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Caracalla y Geta: Pelea de osos en el Coliseo, Lawrence Alma-Tadema, 1907

El Emperador Caracalla y la santa: cómo el cristianismo transformó África romana

Uno de los logros más transcendentales como Emperador fue la promulgación del Edicto de Caracalla, una ley publicada en el 212 cuyo objeto era declarar que todos los hombres libres del Imperio habían de ser a partir de ese instante ciudadanos romanos

En el año 211 d. C., Lucio Septimio Bassiano, más conocido como Caracalla, se convirtió en Emperador de Roma. A pesar de que se le haya recordado por su grotesca historia familiar, sus campañas partas o sus famosas termas, uno de los logros más transcendentales como Emperador fue la promulgación del Edicto de Caracalla, una ley publicada en el 212 cuyo objeto era declarar que todos los hombres libres del Imperio habían de ser a partir de ese instante ciudadanos romanos, y que todas las mujeres libres debían, de igual manera, contar con los mismos derechos que las mujeres romanas.

Las ventajas que suponía, para entonces, la adquisición de la ciudadanía romana, eran mínimas. Sin embargo, esto implicaba sin lugar a duda que el Derecho Romano había de ser, ahora, aplicado en cada provincia del Imperio: esto, por su parte, tuvo un impacto lingüístico y cultural nada desdeñable en algunas regiones, y ciertas ciudades provincianas como la númida Theveste no serían una excepción.

Como consecuencia, en esta ciudad argelina se construyó un Capitolio, así como un arco triunfal en honor al Emperador. Esto no tenía nada de original o extraño, ya que contamos con algunos otros casos de arcos que se erigieron en honor a Caracalla en el norte de África durante este mismo período, como los de Volubilis y Djemila. Sin embargo, es un ejemplo particularmente interesante no por sus aspectos arquitectónicos o siquiera políticos, sino como un elemento distintivo para comprender el desarrollo urbano y religioso particular que tuvo lugar en Theveste.

Arco de triunfo (tetrapilón) de Caracalla, siglo III

El arco de Caracalla en Theveste se terminó en el 214. Es un tetrápilo, un tipo de arco de cuatro vías. Su ornamentación arquitectónica, típicamente provinciana y barroca, ha hecho que se la describa, un tanto condescendientemente, como «un rudo terrateniente númida, demasiado arreglado para un día de fiesta». Es un cubo de once metros desde el que se proyectan, a cada lado, dos pares de columnas corintias monolíticas y desnudas.

Este arco simbolizaba la tradicional propaganda imperial llevada a cabo por las élites

Tenía una cúpula apoyada sobre vigas transversales de piedra en el interior, y una edícula con columnatas monolíticas en mármol policromado que se elevaba por encima. Sobre las piedras angulares de los tres lados visibles hay medallones con bustos en altorrelieve. En la fachada sur, hay un león (quizás, originalmente, con Saturno o Cibeles). En la fachada este hay una representación de Minerva con una cabeza de Gorgona debajo, y en el oeste, una figura femenina, posiblemente la Fortuna de Theveste, con el pelo rizado y una corona mural. Debajo de ella, hay un águila sosteniendo un rayo. Cada uno de los frisos visibles lleva una inscripción en honor a cada miembro de la familia de los Severos: Septimio, su esposa Julia Domna y Caracalla.

Y este arco, que simbolizaba la tradicional propaganda imperial llevada a cabo por las élites, con las implicaciones cívicas que esto conllevaba, fue construido en el centro de la ciudad, encima del cruce entre el cardo y el decumano máximo, como una forma de engrandecimiento de esta encrucijada. Además, la intención era que también sirviese como anuncio del camino al templo capitolino.

Sin embargo, su ubicación finalmente perdió su centralidad, y antes del siglo VI d.C., se incorporó a la muralla bizantina, sirviendo como una mera puerta de la ciudad, tal y como se puede ver hoy en día.

El Foro Romano de Theveste

Pero antes de llegar ahí, debemos remontarnos algunos siglos atrás. Durante el siglo III, el cristianismo llegó a Theveste y se extendió rápidamente. El primer testimonio de la existencia de esta religión en la ciudad es el hecho de que el obispo Lucio de Theveste asistió al Concilio de Cartago convocado por Cipriano en septiembre de 256.

A principios del siglo IV tenemos noticia de Crispina, una mujer cristiana de una familia distinguida y rica, originaria de la ciudad vecina de Thagara, quien, según el relato hagiográfico, fue llevada ante el procónsul Annio Anulino, y después de negarse a llevar a cabo los sacrificios a los dioses debido a sus creencias, fue afeitada y decapitada el 5 de diciembre del 304. Presuntamente enterrada fuera de la ciudad de Theveste, su tumba y las tumbas de otros compañeros de martirio, pronto comenzarían a atraer el interés de un número creciente de visitantes y peregrinos.

Su historia se hizo extremadamente popular en todo el norte de África. San Agustín predicó acerca de ella en varias ocasiones en Hipona, una indicación de la imperecedera popularidad de la santa a lo largo y ancho de estas provincias en los años venideros. Es casi seguro que la consecuencia de la enorme popularidad de esta historia fue la construcción de un enorme complejo cristiano construido fuera de Theveste a finales del siglo IV.

La basílica se elevaba en un podio dominante a las afueras de Theveste y dominaba la calzada que conducía desde Cartago hacia el interior de Numidia. Dadas sus dimensiones y su capacidad de albergar fieles, al comienzo de su descubrimiento se pensó que se trataba de un monasterio. Su enorme iglesia y los edificios contiguos eran visibles a lo largo de kilómetros a través de la vasta llanura. La excavación francesa del complejo comenzó en la década de 1850, pero no sería hasta la década de 1960 cuando fue estudiado a fondo por el arqueólogo alemán Jürgen Christern.

Acta del Martirio de Santa Crispina (año 304 d.C.)

Los descubrimientos de Christern aportaron pruebas que evidenciaban que el complejo de Theveste era un gran centro de peregrinación cristiano, y no un monasterio. De acuerdo con los resultados de la investigación, el edificio original debió haber sido un martyrium de principios del siglo IV construido en el sitio donde fueron enterrados Crispina y sus compañeros.

Una inscripción del diácono Novellus y cuatro o cinco epitafios bastante fragmentados revelaron que miembros del clero estaban siendo enterrados allí ya desde antes de mediados del siglo IV; también fue hallado un mosaico pavimental que conmemora a siete mártires, presumiblemente los compañeros de Crispina. Entonces, contando con estos elementos de principios del siglo IV como embrión, se desarrolló un ambicioso proyecto sobre él, desde finales del siglo IV, y que siguió creciendo durante los siglos V y VI, tras el aumento de la popularidad de la santa y también del fenómeno de peregrinación como tal.

Esta basílica, además, fue construida en pleno apogeo de la polémica entre católicos y donatistas

Esta basílica, además, fue construida en pleno apogeo de la polémica entre católicos y donatistas. Durante este período, el paisaje del norte de África comenzó a cubrirse de iglesias. Cada una de ellas era un argumento en piedra a favor de una iglesia o de la otra.

Fotografía de 1860 que muestra la basílica desde un lateral de la ciudad de ThevesteLibrary of Congress

La construcción de este inmenso complejo debió implicar una enorme movilización de recursos tanto materiales como humanos. Estaba flanqueada por una casa de huéspedes, y se encontraba completamente rodeada por una hilera de sólidos almacenes, cada uno cerrado con una ingeniosa cerradura. La basílica se alzaba sobre un amplio patio enmarcado a ambos lados por arcos triunfales que se hacían eco deliberadamente de los monumentos paganos de la ciudad.

Siguiendo la lógica agustiniana, era una especie de «Ciudad de Dios» a las afueras de una «ciudad terrenal» con la que contrastaba, cuyas antiguas costumbres no habían desaparecido en absoluto. Había rivalidades entre grupos cristianos, pero también, en el contexto más amplio, había rivalidad entre el cristianismo en su conjunto y las tradiciones de vida cívica para las que el cristianismo había permanecido periférico.

​Siguiendo la lógica agustiniana, era una especie de «Ciudad de Dios» a las afueras de una «ciudad terrenal»

El complejo quedó finalmente incluido dentro de un impresionante recinto amurallado. La entrada principal se realizaba a través de un enorme portal arqueado, del que no queda mucho, que flanqueaba la vía a Ammaedara, y que se parecía notablemente a la fachada exterior del arco imperial construido originalmente en el centro de la ciudad.

Ammaedara, arco triunfal fortificado por los bizantinos (foto G. Camps)

A juzgar por la estrecha similitud formal entre las fachadas de ambos arcos, así como como en sus dimensiones casi idénticas, se puede afirmar que el arco cristiano fue modelado intencionalmente a partir la cara norte del arco de Caracalla. La construcción del complejo cristiano, en otras palabras, adoptó sin aprensiones la apariencia y las dimensiones del arco romano para magnificar y señalar la entrada a su propio recinto.

Al hacerlo, tal vez de manera inintencionada, también se apropió del arco urbano preexistente. La estructura 200 años anterior fue transformada, pasó de ser un monumento honorífico erigido para articular la encrucijada del centro de la ciudad a servir como la mera mitad de una pareja, un set de dos puertas enmarcando una vía, que apuntaba a la periferia. El Arco de Caracalla fue puesto al servicio de la Basílica.

Tebessa. Arco de Caracalla y partes de la ciudadela bizantinaLibrary of Congress

La construcción del sitio cristiano fue una de las respuestas monumentales a la explosión de cultos de los santos y de peregrinaciones religiosas que se dieron durante los siglos V y VI. Como es bien sabido, el término martyr proviene del griego, significa ser testigo, atestiguar, y es así como debemos considerar su papel en el cristianismo antiguo, como testimonios de la fe que vehiculaban de alguna manera la transmisión de la creencia.

La construcción del sitio cristiano fue una de las respuestas monumentales a la explosión de cultos de los santos y de peregrinaciones religiosas que se dieron durante los siglos V y VI

Los individuos contaban con estos santos a modo de ejemplos de vida a imitar. Pero además del valor inconmensurable de estos testigos, desde un punto de vista ejemplarizante, los mártires tenían la particularidad de generar, por un lado, un fuerte sentimiento identitario de grupo, y por otro, una importante adquisición de santidad también para los lugares que pudiesen ponerse en relación con episodios de la vida, escenarios de la pasión de estos mártires, y por supuesto su lugar de enterramiento.

Se construyeron más santuarios, más grandes y cada vez más elaborados para dar cabida a una creciente demanda por parte de los cristianos de encuentros personales y del testimonio directo de lugares donde se alojaban restos sagrados o donde habían ocurrido eventos importantes para sus creencias.

Esta locura por el culto de los mártires era poderosa en el norte de África, y llegó a preocupar precisamente a San Agustín, al que, si bien encontrábamos elogiando a la santa, también encontramos en distintos lugares de su obra posterior insistiendo en la necesidad de no exagerar esta fascinación y este fervor. Como vemos, pues, el culto a estos individuos tenía una doble vertiente; por un lado, vehículo de cristianización deseable por la jerarquía, y por otro, elemento de potencial desestabilización o herejía. Sin embargo, y en cualquiera de los casos, los fieles demandaban la posibilidad de acudir a estos lugares y experimentar este tipo de encuentros.

Aunque parece claro que el paganismo no desapareció con el advenimiento del cristianismo, sí desaparecieron las formas tradicionales en las que hasta entonces se había manifestado en el plano urbano. La santa asumió el rol preponderante, al tiempo que se desvanecía el del emperador. Lo que había sido periferia y marginalidad, el barrio cristiano y su santuario en honor de la mártir, se convirtió en el centro de atención y en la meta, fin y finalidad del viaje. Y frente a ello, lo que fue el centro de la ciudad, lo que simbolizaba el poder del Estado, los valores tradicionales, la estructura urbana con iconografía pagana que engrandecía el camino hacia el Capitolio, y el cruce de caminos que daban cohesión a la red imperial, se desplazó al servicio del otrora marginal, ahora poderoso, centro de peregrinaje.