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El encuentro de Antonio y Cleopatra (1885), de Lawrence Alma-Tadema

¿Era el Antiguo Egipto una sociedad matriarcal?

Uno de los bulos históricos que se propaga con mayor virulencia en los últimos tiempos es el de una supuesta posición privilegiada de las mujeres en el Antiguo Egipto. ¿Qué hay de cierto en ello?

En la actualidad, muchas personas reciben formación histórica a través de datos que se comparten a través de las redes sociales. Eso, en sí, ni es bueno, ni es malo. Se trata de un medio, que puede ser utilizado de diversas formas y para múltiples fines, del mismo modo que un libro puede servir para tergiversar o para generar conocimiento. El problema es que la inmediatez propia de las redes, así como su gratuidad (un libro, normalmente, tiene que superar un elaborado proceso editorial antes de publicarse) facilita la propagación de bulos.

Uno de los bulos históricos que se propaga con mayor virulencia en los últimos tiempos es el de una supuesta posición privilegiada de las mujeres en el Antiguo Egipto. ¿Qué hay de cierto en ello? ¿Era el Antiguo Egipto una sociedad matriarcal? Rotundamente, no. ¿Existía igualdad entre hombres y mujeres en el Antiguo Egipto? En general, no. Pero no es menos cierto que las mujeres egipcias contaban con una serie de «ventajas» con las que a sus vecinas contemporáneas no les estaba permitido ni soñar.

Mujeres egipcias, ¿igualdad o mito?

En primer lugar, cabe señalar que cuando hablamos del Antiguo Egipto ya estamos haciendo una grave generalización, pues ni en la más estática de las civilizaciones podríamos afirmar con precisión una serie de características para abarcar un amplio territorio durante más de tres mil años de historia.

Siempre se pone el ejemplo de que Cleopatra (VII) vivió más cerca de la llegada de Neil Armstrong a la Luna que de la construcción de las pirámides, y es cierto. Teniendo eso en mente, podemos asumir como representativos del Antiguo Egipto varios rasgos de la sociedad compartidos más o menos a lo largo de todo el período faraónico, pero sin perder de vista esta perspectiva temporal.

La posición en general de la mujer dentro de la sociedad egipcia, la valoración que de ella se hace, la imagen que se proyecta, es relativamente favorable, al menos comparada con otras civilizaciones antiguas y también modernas, incluido por supuesto el ámbito grecorromano. El mundo egipcio es política y culturalmente un mundo de predominio masculino, pero el papel desempeñado por las mujeres en la sociedad, la economía y la política dista mucho de ser desdeñable, en la medida en que su capacidad de actuación era algo mayor que la de sus coetáneas. Algunas mujeres llegaron a ser faraones, siendo el caso de Hatshepsut el más famoso. Hay que señalar que el importante papel de la reina y de las princesas fue una constante en la historia de Egipto.

Al margen de la familia real, ciertamente, las mujeres tenían vedado el acceso a los puestos del gobierno y de administración

Sin embargo, al margen de la familia real, ciertamente, las mujeres tenían vedado el acceso a los puestos del gobierno y de administración. Sin embargo, tenían alguna capacidad para entrar en el mundo del sacerdocio y del personal del templo. Y no deja de ser significativo el destacado lugar que ocupaban las esposas en las tumbas de los altos funcionarios y cortesanos importantes. Al lado de sus maridos, tratados ambos por el escultor-pintor con igual cuidado y del mismo tamaño, compartiendo espacio e imagen en la residencia de eternidad, quizá se traducía la unión de la pareja en vida, no sólo a niveles afectivos sino también sociales o de proyección de cara a la comunidad.

Los derechos indiscutibles de la mujer

Por otro lado, las fuentes nos informan acerca de los indiscutibles derechos que se reconocen a las mujeres: podían ser titulares de bienes, hacer negocios, heredar, ante la ley podían ser tratadas en pie de igualdad (con independencia de que fuese un varón la otra parte del pleito), podían solicitar ellas el divorcio, litigar incluso contra sus propios parientes masculinos, e incluso formar parte de tribunales populares menores. La literatura didáctica proclama en más de una ocasión el respeto que el hombre debe rendir a la mujer, pero este respeto se sustenta, fundamentalmente, en sus facetas de esposa y de madre. Así lo aconseja el escriba Any, del Imperio Nuevo:

«Si eres sabio, mantén tu casa, ama a tu mujer, aliméntala apropiadamente, vístela bien. Acaríciala y cumple sus deseos. No seas brutal, obtendrás más de ella por la consideración que por la violencia: si la empujas, la casa va al agua. Ábrele tus brazos, llámala; demuéstrale tu amor».

En los papiros de Oxirrinco, en un himno a Isis, se llega a hacer una mención explícita a la igualdad: «Eres la dueña de la tierra [...] tú has dado un poder a las mujeres igual al de los hombres».

El prisma negativo de la mujer

Pero también tenemos la otra cara de la moneda que presenta a la mujer en situaciones precarias o injustas, o vista con un prisma negativo y denigrante. Como en general en todo el Próximo Oriente antiguo, en Egipto aparece la imagen de la viuda abandonada y desvalida, comparable al huérfano y al pobre, y quiere ser objeto de asistencia piadosa y de protección por parte de los gobernantes y recientes de la comunidad. En algunos casos se ha constatado que el castigo al delincuente puede recaer de forma arbitraria en su familia, su esposa y sus hijos. Por otra parte, la literatura egipcia acude repetidas veces al tópico de la mujer perversa que causa la perdición del hombre. Véase por ejemplo este pasaje de Las Máximas de Ptahhotep (cap. 18):

«Cuídate de aproximarte a las mujeres. Infeliz es el lugar en que esto sucede, desafortunado aquel que se adentra en ellas. Así se han apartado millares de hombres de su bien. Un corto momento, como un sueño, y la muerte llega, por haberlas conocido».

Y en este otro texto, de nuevo del escriba Any: «Cuídate de la mujer extranjera, que no es conocida en su ciudad. No fijes la vista en ella cuando pase. No la conozcas carnalmente. Un agua profunda cuyo curso es desconocido, tal es la mujer lejos de su marido. 'Yo soy bella', te dice tímidamente, cuando no tiene testigos… Ella está preparada para tenderte una trampa».

Las acusaciones de adulterio (por parte de la mujer) eran una de las más frecuentes excusas o argumentaciones para procesos de divorcio

En la célebre Historia de dos hermanos, el drama se desencadena por la perversa pasión que la esposa del hermano mayor alimenta hacia el pequeño, su cuñado, lo que hace que, al verse rechazada por este, lo calumnie ante su marido. Este tópico reaparece en la historia bíblica de José y la mujer de Putifar. Es interesante notar cómo en el papiro erótico de Turín, único en su género, la mayoría de las escenas parecen manifestar una iniciativa y mayor protagonismo por parte de la figura femenina. En este sentido, parece que se valoraba altamente la fidelidad de la esposa, hasta el punto de que las acusaciones de adulterio (por parte de la mujer) eran una de las más frecuentes excusas o argumentaciones para procesos de divorcio.

Recientemente, se ha tratado la cuestión de hasta qué punto tuvo acceso la mujer de clase acomodada a la formación literaria o si hubo mujeres escribas a las que pudieran atribuirse alguno de los textos con cartas conservadas. Algunos especialistas señalan que estas mujeres estarían dictando sus cartas, pero esta hipótesis no tiene mucho recorrido: no conocemos ninguna legislación que prohíba explícitamente el acceso femenino a las letras, y, además, esta duda o esta hipótesis del dictado ni se plantea cuando las cartas las firma un sujeto masculino.

Con total seguridad, en la clase alta, en los sectores funcionariales, entre mujeres que tuvieran responsabilidades en la gestión de patrimonios domésticos o negocios, la escritura no sólo estaría presente, sino que sería absolutamente fundamental. Incluso seguramente también haya muchas autoras detrás de la poesía amatoria escrita en primera persona en un tono intimista y sensual, en donde la enamorada se dirige a su amado.

Esposas y madres

No obstante, la sociedad egipcia valoraba la procreación por encima de todo. Era el objetivo fundamental del matrimonio. La homosexualidad y el celibato estaban mal considerados por su potencial esterilidad. Así, el papel que normalmente le era impuesto a las mujeres era el de ser esposas y madres. Otra vez leemos los escritos de Any: «Toma una esposa siendo joven, de forma que ella te proporcione un hijo. Ella dará a luz para ti siendo tú joven. Es fecundo criar gente. Feliz aquel que tiene mucha gente. Será saludado en relación con su progenie.»

Los hijos suponían la mayor de las fortunas en la cosmovisión egipcia

Los hijos suponían la mayor de las fortunas en la cosmovisión egipcia. Para los sectores empobrecidos significaban ayuda y mano de obra que podría incrementar la rentabilidad del trabajo. Para las clases acomodadas, el hijo es aquel en quien quedará depositada la obligación del mantenimiento del culto funerario de sus progenitores, el cuidado de su tumba y el recuerdo de los antepasados. Además, las profesiones solían ser hereditarias.

Plañideras, mujeres a las que se pagaba para que acompañasen al cortejo fúnebre

Independientemente de las ideas más o menos pintorescas que los mitos y textos religiosos presentan acerca de la génesis de determinadas deidades, los egipcios conocían bien los problemas de la fecundidad y la concepción, aunque sólo achacaban la esterilidad a las mujeres, pero era algo que les preocupaba enormemente, y existe un gran número de escritos de medicina y de magia al respecto. La esterilidad podía ser motivo más que suficiente para el divorcio, aunque se podía recurrir a otros procedimientos, como esposas secundarias, concubinas, sirvientas y por supuesto a la adopción, fenómeno común en Egipto.

Curiosamente, también hay testimonios de pócimas y conjuros para evitar el embarazo o para producir el aborto, que en todo caso fue una práctica generalmente mal considerada entre los egipcios (no por razones morales o religiosas sino por su afán natalicio). En los papiros de Kahun, durante el final de la dinastía XII del Imperio Medio, se sugería la introducción vaginal de excremento de cocodrilo con miel para prevenir el embarazo y como abortivo.

Pareja recogiendo la cosecha

El parto venía acompañado de rituales y prácticas tradicionales. La parturienta era entendida de alguna forma como impura, y era común que se retirara a una habitación especial de la casa, donde se producía el alumbramiento. Para esto se daban razones de pureza, pero en el fondo era una medida higiénica (normalmente convivían animales y personas en el ámbito doméstico).

Cuando miramos al pasado, a veces podemos caer en la tentación de extrapolar nuestros propios valores al encontrar cosas con las que empatizamos

El expulsivo solía tener lugar con la mujer en cuclillas (como muestra el signo jeroglífico correspondiente a dar a luz), sobre unos poyetes de ladrillo preparados al efecto, asistida por dos o tres matronas, una de las cuales atendía a la parturienta mientras la otra ayudaba a la criatura a salir. Con el parto se relacionan una serie de divinidades como Isis, Hathor y Tueris, la diosa hipopótamo. El índice de mortalidad perinatal era muy elevado, como en cualquier sociedad preindustrial, así que se imploraba la protección de estas divinidades. Cuando los recién nacidos morían, era costumbre enterrarlos en el suelo de la vivienda, algo muy común en todo el Mediterráneo antiguo, como si la breve existencia de estas criaturas no debiera sobrepasar el marco doméstico.

Cuando miramos al pasado, a veces podemos caer en la tentación de extrapolar nuestros propios valores al encontrar cosas con las que empatizamos. Y no es algo censurable, mientras se tenga en cuenta la propia subjetividad. En el caso del Antiguo Egipto, es un trabajo verdadero y necesario el de aquéllos que sacan de su olvido a las escribas, a las empresarias, a las reinas y a las campesinas. Pero sin caer en la quimera de olvidar, como marco conceptual, el sistema patriarcal en el que se desenvolvían sus vidas, pues hablamos de sociedades que distaban mucho de los conceptos actuales de igualdad o de libertad.