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Avance del ejército; escena del campamento en la columna de Trajano

La clave del éxito detrás de las legiones romanas

La Disciplina militaris ocupó un lugar preeminente en la mentalidad romana, especialmente en la de los soldados, y el concepto llegó a ser deificado allá por el siglo II d.C.

«Con tal grado de enojo y ambición se atacaron mutuamente, considerando este asunto más como algo propio que de sus generales. A causa de su veteranía no dieron ningún grito de guerra, pues no esperaban aterrorizarse unos a otros, ni en el transcurso de la lucha nadie dejó oír su voz, tanto si vencía como si era derrotado. Como no había lugar a evoluciones y cargas, por combatir en zona pantanosa y con fosos, luchaban codo a codo, y al no poder rechazar al adversario se enzarzaban entre sí con las espadas como en una lucha entre atletas.

Ningún golpe resultaba fallido sino que se producían heridas, muertes y en vez de gritos, gemidos tan solo. El que caía era retirado al punto, y otro ocupaba su lugar. No hacían falta advertencias y gritos de aliento, pues a causa de la experiencia cada uno era su propio general. Y cuando estaban agotados de fatiga, como en los certámenes gimnásticos, se separaban un poco para tomar respiro y de nuevo se reintegraban a la lucha. El estupor se apoderó de los bisoños cuando llegaron, al contemplar tales luchas realizadas en profundo silencio y orden» (App. B. C. III, 68).

En estas líneas, extraídas de la obra Guerras civiles de Apiano de Alejandría, se describe el choque entre las fuerzas de Marco Antonio y las de Vibio Pansa y Cayo Octavio en la batalla de Forum Gallorum, en el 43 a.C. Fuerzas romanas combatiendo entre sí; no romanos contra arvernos, ni romanos contra judíos, ni romanos contra alamanes: romanos contra romanos.

La escena narrada por Apiano tiene un halo casi místico, especialmente en la última frase: «En profundo silencio y orden», como si fuera una liturgia. Esta disciplina de las legiones romanas impresionaba enormemente a los no romanos (como Apiano, que era alejandrino), que no estaban acostumbrados a la sagrada disciplina militar romana. La Disciplina militaris ocupó un lugar preeminente en la mentalidad romana, especialmente en la de los soldados, que el concepto llegó incluso a ser deificado allá por el siglo II d.C., y por ello podemos encontrar innumerables altares dedicados a esta divinidad a lo largo del Imperio, especialmente en el norte de África, como la que Quinto Anicio Fausto dedicó en el campamento de Lambaesis (AE 1973, 629), en la Numidia romana (hoy Tazoult-Lambèse, en Argelia), donde estuvo acantonada la Legión III Augusta desde época del Emperador Adriano.

Altar a la Disciplina del campamento de Lambaesis

Otro autor de ámbito helenístico, el judío Flavio Josefo, quien no solo escribe sobre las fuerzas romanas, sino que además combatió contra ellas durante la primera guerra judía (66-73 d.C.), nos ofrece un testimonio muy elocuente de la disciplina militar romana en su obra La guerra de los judíos: «Como si hubieran nacido dotados de armas, no dan tregua a sus ejercicios ni esperan el momento propicio para practicar. Sus actividades no se diferencian en nada de una lucha auténtica, ya que todos los días cada uno de los soldados romanos se entrena con todas sus fuerzas, como si estuviera en guerra. Por ello resisten la lucha con tanta facilidad.

Ni el miedo les altera, ni les domina la fatiga; en consecuencia siempre vencen con firmeza sobre los enemigosFlavio Josefo, 'La guerra de los judíos'

En efecto, ni el desorden les aparta de su acostumbrada disciplina, ni el miedo les altera, ni les domina la fatiga; en consecuencia siempre vencen con firmeza sobre los enemigos, que no están tan adiestrados como ellos. No nos equivocaríamos si dijéramos que sus ejercicios son combates sin sangre y que sus combates son ejercicios sangrientos» (Jos. B. I. III, 72-75). En este excursus sobre el ejército romano, Josefo no tiene reparo alguno en interrumpir su narración de la campaña de los romanos contra las fuerzas judías en Galilea «no para hacer un elogio de los romanos, sino, más bien, para consolar a los vencidos [es decir, los judíos] y hacer cambiar de idea a los que pretendan sublevarse» (Jos. B. I. III, 108).

Seguramente la cuidada organización de las legiones, cada una con «alrededor de cinco mil hombres, esencialmente tropas de infantería, organizados en diez cohortes, de tres manípulos o seis centurias cada una, a excepción de la I Cohorte, que no tiene más que cinco centurias, pero que cuenta con el doble de efectivos» (Le Bohec, 2004), fuera un elemento a tener en cuenta en el éxito militar del engranaje militar romano. Pero al contrario que con la Disciplina militaris, la organización del ejército no fue un concepto deificado. Es evidente que los números son importantes, independientemente de los que contara cada cuerpo, pero como dice Flavio Josefo «cuando luchan con este orden, no hay lugar donde hayan sido vencidos por el número de los enemigos» (Jos. B. I. III, 106).

Legionarios romanos imperiales en formación cerrada, relieve de Glanum, ciudad romana del actual sur de Francia.

Para un experimentado general romano, más valía una fuerza modesta de veteranos que un gran ejército de reclutas, sin curtir en batalla, sin experiencia y, sobre todo, sin disciplina militar. Servio Sulpicio Galba, general de la facción senatorial en la lucha contra Antonio, y presente en el campo de batalla de Forum Gallorum, lo dejaba meridianamente claro en una carta a Cicerón en la primavera del año 43 a.C. cuando le narraba al arpinate que «Antonio sacó dos legiones, la II y la XXXV, y dos cohortes pretorianas, una, la suya, y otra, la de Silano, y además una parte de los veteranos reenganchados. De esta manera salió a nuestro encuentro porque pensaba que nosotros solo teníamos cuatro legiones de reclutas» (Cic. Fam. X, 30).

Si los distintos cuerpos de ambos contendientes tuvieran los números ideales de cada cuerpo, las fuerzas de Antonio contarían con, más o menos, 11.000 legionarios, más los veteranos reenganchados (¿500? ¿1000? Pongamos que 1000): 12.000 hombres experimentados. Solo con las cuatro legiones completas de reclutas la facción senatorial contaría con 20.000 hombres, y eso sin contar con las cohortes pretorianas que Antonio sabía que tenían Vibio Pansa y Cayo Octavio. De nuevo, los veterani, experimentados soldados y devotos de la disciplina militar, por no hablar de los evocati (veteranos con el servicio cumplido, pero reenganchados en el ejército voluntariamente) resultaban un valor seguro.

La Disciplina militaris ocupó un lugar preeminente en la mentalidad romana, especialmente en la de los soldados

La valía de estas fuerzas, y su debacle durante las guerras civiles romanas (49-31 a.C.) llevó a la reconversión del ejército romano con el gobierno de Augusto (31 a.C.-14 d.C.). Desde entonces, en lo posible, se comenzó a utilizar las fuerzas auxiliares (cohortes de infantería y alae de caballería) para realizar las acciones de reconocimiento y, sobre todo, para abrir las hostilidades, pues, en palabras de Y. Le Bohec, los auxiliares eran «considerados como combatientes de menor valor […], su pérdida valía menos que la de los legionarios, y su éxito evitaba que se derramase una sangre, por otra parte, preciosa». No es de extrañar que, pese a las debacles militares romanas y a los largos periodos de servicio en los cuerpos ciudadanos de Roma, hubiera veteranos licenciados honrosamente del ejército disponibles para ocupar todo el territorio que alcanzaba el Imperium romanorum.