111 años del hundimiento
La pieza que hundió al «insumergible» Titanic
Cuando el barco impactó con el iceberg por proa, los remaches defectuosos saltaron, produciendo la rotura del casco y su inundación
Fama, esplendor y lujo fueron las consignas bajo las que la compañía naviera White Star Line planeó la construcción del Titanic. Los constructores del buque hacían alarde de su seguridad, llegando a definir la nave como «insumergible». Y realmente estaban convencidos de esto, como recuerda Sylvia Caldwell, una de las supervivientes del hundimiento cuando relata en sus cartas que uno de los integrantes de la tripulación llegó a contestarle: «Sí, señora. Ni Dios podría hundirlo».
La majestuosidad del trasatlántico (por dentro y por fuera) atrajo a las personas más ricas del mundo, pero también a cientos de personas que iban en busca de una nueva oportunidad para empezar de cero en Norteamérica.
Estaba todo listo para que el 10 de abril de 1912 el Titanic hiciera su esperado viaje inaugural con destino a Nueva York. El diseñador del buque Thomas Andrews, de 39 años, embarcó y empezó a inspeccionar el navío. Más tarde le siguieron varios miembros de la tripulación. El capitán Edward Smith, de 62 años, subiría cerca de las 7:30 horas en el que sería su último viaje antes de jubilarse. Ya había capitaneado el Olympic, hermano gemelo del Titanic, que llevaba un año haciendo la misma ruta.
Tras zarpar de Southampton (Inglaterra) cruzaría el canal de la Mancha hasta su primera escala en Cherburgo, (Normandía). Después, continuaría su ruta hasta llegar a Queenstown (Irlanda) el 11 de abril, donde embarcaron los últimos viajeros. El Titanic albergó más de 2.400 pasajeros que, cegados por la desmesurada pomposidad del navío, se olvidaron de sus problemas y disfrutaron de aquellos lujos, sin imaginar siquiera la catástrofe a la que se dirigían.
«Iceberg a proa»
La noche del 14 de abril, el trasatlántico –que llevaba como apellido el insumergible o el objeto flotante más grande construido hasta entonces– navegaba sin esfuerzo sobre un mar tranquilo. Nada enturbiaba el viaje.
El primer oficial William Murdoch, ordenó reforzar la vigilancia, pues otros barcos habían detectado icebergs y gran cantidad de campos de hielo. De pronto, el marinero Frederick Fleet, uno de los vigías aquella oscura noche, divisó el enorme bloque de hielo y gritó: «Iceberg a proa», seguido del retumbar de la campana por tres veces. Una especie de crujido recorrió la nave, el barco empezó a virar a babor rozando el hielo, pero se logró evitar la colisión por pocos centímetros. Sin embargo, la masa de hielo que se encontraba bajo el nivel del mar rasgó la nave. Eran exactamente las 23:40 horas del domingo 14 de abril de 1912, y el buque insumergible comenzó a caer.
Mientras que los pasajeros no eran conscientes de lo que sucedía, pronto, entre la tripulación, se corrió la voz del choque. El oficial Murdoch ordenó parar las máquinas. El agua comenzaba a entrar, pero confiaban ciegamente en que el sistema de seguridad cerraría herméticamente el compartimento abierto al agua. Media hora después del impacto, Jack Phillips, primer operador de radio enviaba la primera señal de alarma para quien pudiera escucharla.
La tripulación se dispuso a evaluar los daños para informar rápidamente al capitán Smith, ya que los compartimentos de proa estaban inundados. Thomas Andrews, el ingeniero del Titanic, inspeccionó el vientre del buque para comprobar que, en efecto, el barco estaba seriamente dañado; así que se ordenó concentrar a los pasajeros en cubierta, y aparentar normalidad: «Hemos chocado con un iceberg y esto nos retrasará un día»; «el capitán recomienda subir a cubierta»; «pónganse los salvavidas, es solo una formalidad»; «unos minutos y volverán a sus camarotes»; «no lleven nada con ustedes, se trata de una comprobación rutinaria».
Condenados por la codicia
A las 2:20 horas la mayor obra de ingeniería naval construida por el hombre, orgullo de toda una época, cedía a las aguas del Atlántico y se posaba para siempre en el fondo marino, tras 160 minutos desde que el hielo desgarrara el casco de un barco, a priori, indestructible.
Uno de los primeros en alzar la voz fue Joseph Conrad, –marinero de carrera–, para criticar la prepotencia y «la excesiva confianza que la humanidad había depositado en sí misma», en una Europa de principios del siglo, sumida en una carrera económica y armamentística de la que necesitaba ser liberada, ya que se había entregado a una fe ciega en sus propias posibilidades. Sin embargo, dos años más tarde, Europa quedaba destruida por la Gran Guerra.
El Titanic, que estaba destinado a ser el estandarte de White Star para arrebatar la supremacía trasatlántica de su gran rival, la Cunard Line, terminó hundido, como todo el continente, en medio del océano.