¿Qué tiene que ver Hemingway con la Guerra de Independencia y la calle de la Ternera de Madrid?
Verano de 1959, el escritor norteamericano regresó a España con en el encargo de escribir un gran reportaje para la revista Life sobre su viaje, las corridas de toros y los mano a mano llenos de rivalidad entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín
Hemingway y su amigo Bill fueron en coche a Madrid desde Sevilla para asistir a la corrida de Aranjuez del día siguiente. Entraron en la capital para la hora de comer, «a tiempo de que nos improvisaran una comida en El Callejón, un restaurante pequeño y siempre atestado de la calle de la Ternera», escribió Ernest en su reportaje, llamada así porque hace siglos era el lugar donde despiezaban y vendían las reses. En el número seis mi bisabuelo fundó en los años 40 este restaurante en el que, según Hemingway, «servían los mejores platos de la ciudad». Además, era un lugar lleno de historia porque justo encima, dos pisos más arriba, murió Daoiz, el héroe del levantamiento en Madrid durante la guerra contra los franceses.
El restaurante era parada habitual de «Don Ernesto», como llamaban a Hemingway en España. Durante el verano de 1959 en el que recorrió varias plazas y ciudades españolas, visitó El Callejón en dos ocasiones. Su primera parada fue con Bill. Lo sé porque mi abuelo, que por entonces ayudaba a su padre en el restaurante me lo contó, pero también porque Hemingway escribió sobre ello en su reportaje. Explicó que su amigo pidió lenguado a la plancha, y una especialidad asturiana, y cuando lo probó dijo:
«La comida es excelente. Igual que el vino.
Yo había pedido una ración de angulas al ajillo que parecían tallos de bambú ligeramente tostados, pero mucho más sustanciosos. Las sirvieron en un plato amplio y profundo, y resultaban una delicia para quien las comiese, pero un infierno para su interlocutor.
–Las angulas son excelentes –respondió Bill–. Prueba el vino. Creo que te gustará.
–Otra jarra grande, por favor –indiqué al camarero.
–Sí, don Ernest. Aquí está. La tenía preparada»
En ese instante se acercó a la mesa Manolo Jiménez, mi bisabuelo, el propietario del restaurante. Quería ofrecerles un segundo plato:
–«¿Qué les parece el filete? – indagó –. Hoy son muy buenos.
–Guárdelo para más tarde. ¿Y unos espárragos?
–Muy buenos –me aseguró–. De Aranjuez»
Estas pequeñas escenas que sucedieron en El Callejón las recopiló «Don Ernesto» con todo tipo de detalles sobre el menú: «a diario ofrecían una distinta especialidad regional pero invariablemente disponía de los mejores vegetales, pescados, carnes y frutas que se encontraban en el mercado y también los mejores cocineros. Tenían vino tinto, clarete y Valdepeñas en frascas pequeñas, medianas o grandes, pero siempre excelente». Su gusto por la comida le hizo regresas pocas semanas después acompañado de su buen amigo y magnifico torero Antonio Ordóñez, tras la corrida en Burgos.
En torno al escritor se sentaron el matrimonio Ordóñez y, frente a ellos, el maharajá y la maharaní de Cooch-Behar. Para aquella ocasión el equipo del restaurante les preparó una mesa en la zona reservada, junto a una ventana que daba a la calle, que tapaban unas cortinas para evitar a los mirones. Como anécdota, Don Ernesto pagó toda la cuenta y dejó una propina de 500 pesetas a los camareros, una auténtica fortuna para la época. De aquella comida entre amigos quedan además las fotos que se hicieron para Life y los negativos que mi abuelo guarda con cariño.
Aquel verano fue la última vez que Hemingway visitó El Callejón, su restaurante favorito de Madrid. Pero no se fue de vacío, se llevó como recuerdo una jarra de barro marrón con el nombre del restaurante que se puede ver hoy en la Finca Vigía, su casa de Cuba. El libro de firmas que inauguraron Hemingway y Simeón de Bulgaria sería testigo de toda una vida dando de comer tanto a los más famosos, como a la gente corriente. El restaurante tuvo que cerrar en el año 2000 pero hasta entonces comieron allí: Schwarzenegger, Ava Gardner, el rey de Bulgaria Simeón II, los pilotos del avión presidencial de los Estados Unidos cuando venían a España, el escultor Santiago de Santiago, el ganador del Pulitzer Frank McCourt y el Gran Wyoming cuando todavía era médico, entre tantísimos actores, artistas, diplomáticos y novelistas de todo el mundo.