¿Por qué celebran los franceses su fiesta nacional el 14 de julio?
El 14 de julio de 1790 se celebró en toda Francia la Fète de la Fédération, una celebración para conmemorar el primer aniversario de la toma de la Bastilla. Hoy se sigue celebrando como fiesta nacional para honrar a la Revolución
«Ha sido otra revuelta», preguntó Luis XVI, «No, señor, es una revolución», respondió el duque de La Rochefoucauld. La revolución como espíritu de lucha frente al poder establecido forma parte del ciudadano francés. Solo hace falta recordar que celebran su fiesta nacional el 14 de julio porque conmemoran el inicio de su Revolución con la toma de la Bastilla ese mismo día, pero de 1789. Aquella mañana julio París se despertaba con miedo, inseguridad y varias protestas callejeras, pero era un ambiente que se había hecho cotidiano para los parisinos desde hace varios meses. La Asamblea General Constituyente, formada por la nobleza, el clero y pueblo llano, quería hacer reformas profundas en el país y limitar el poder real a través de una nueva constitución. Julio comenzó para los franceses como un mes lleno de incertidumbre.
Necker fue despedido y se le ordenó que abandonara Francia inmediatamente, lo que despertó la indignación del pueblo
Ante este contexto de inseguridad, Luis XVI movilizó 30.000 tropas reales para mantener el orden en la ciudad y la región. La Asamblea pidió que retirase al ejército, pero se negó. Por si fuera poco, el rey desconfiaba de su ministro de finanzas, el banquero suizo Jacques Necker, que había ganado popularidad entre el pueblo por bajar los impuestos, realizar reformas fiscales y hacer públicas las cuentas reales. El banquero también convenció al rey para que reuniera de nuevo a los Estados Generales. En su contra tenía a muchos nobles, que presionaron al monarca para que cesara a Necker, lo que al final ocurrió. Pero Luis XVI volvió a contar con él como director general del Tesoro Real y ministro, poco tiempo después. Aunque no duró demasiado en el cargo. En las vísperas de la Revolución, el 11 de julio, Necker fue despedido y se le ordenó que abandonara Francia inmediatamente, lo que despertó la indignación del pueblo. Al día siguiente, una multitud organizó una manifestación por todo parís como si estuvieran de luto, totalmente vestidos de negro, en favor del ministro.
Los problemas políticos se unieron a los económicos, porque aquel julio de 1789 los precios del pan se dispararon tanto que un parisino corriente debía gastarse el 80% de su salario para conseguirlo. La revolución era inminente. La destitución del ministro de finanzas había movilizado a mucha gente y París estaba tomada por las masas, algunos ocuparon los Campos Elíseos, los jardines del palacio de las Tullerías y la plaza de Luis XV (actual plaza de la Concordia).
Un pueblo revolucionario
La mañana del 14 de julio de 1789, una multitud tomó, sin resistencia alguna, el hospital militar de los Inválidos, donde se hicieron con 30.000 fusiles. Ahora solo necesitaban la pólvora para poder disparar con ellos. Ante la inacción de las tropas reales del barón Besenval, la muchedumbre rodeó la fortaleza medieval de la Bastilla, querían conseguir los 250 barriles de pólvora que se custodiaban en el interior de la fortaleza, que desde hace siglos era una prisión para los criminales acusados directamente por orden real.
Con un foso, cañones y gruesas murallas, solo contaba con una pequeña guarnición de 82 militares veteranos y 32 tropas suizas de refuerzo
Con un foso, cañones y gruesas murallas, solo contaba con una pequeña guarnición de 82 militares veteranos y 32 tropas suizas de refuerzo. La defensa era casi imposible sin ayuda externa porque además no tenían agua y solo contaban con alimentos para dos días en caso de asedio. A pesar de las condiciones, el alcaide, Bernard-René de Launay, decidió aguantar la embestida y preparó a sus hombres para la defensa. Entre la multitud había tres delegados del Hotel de Ville (el ayuntamiento de París), que entraron en la Bastilla para negociar los términos de la rendición, pero sin éxito. Según salían de la fortaleza, dos hombres escalaron la muralla sin ser vistos y cortaron las cuerdas del puente levadizo que impedía la entrada al patio interior de la fortaleza. Los disparos empezaron entre los defensores y algunos parisinos, mientras otros quemaban estiércol con paja frente al segundo y último portón que daba acceso al interior de la prisión.
A pesar de la desproporción de fuerzas, los defensores de la Bastilla estaban repeliendo el ataque. Pero no les quedaba mucho tiempo, a las tres de la tarde, una compañía de la Guardia Francesa que se había amotinado se unió a los atacantes y colocó varios cañones apuntando a la puerta de la Bastilla. Al ver esto, de Launay se rindió y el segundo puente levadizo se bajó. No sabía que aquel gesto cambiaría la historia de Francia para siempre. Los parisinos armados liberaron a los prisioneros, asesinaron a los soldados veteranos con gran violencia y arrasaron todo a su paso. La cabeza del alcaide Bernard-René formó parte del macabro desfile que hicieron los parisinos aquella tarde. La Revolución francesa había comenzado, y con ella la violencia indiscriminada, las violaciones y la persecución política y religiosa sobre la que sustentarían los revolucionarios la creación de una nueva nación. La liberté, égalité, e fraternité se había impuesto pon la fuerza al Antiguo Régimen.