María Antonieta, el «azote y sanguijuela de los franceses» que fue decapitada ante 10.000 personas en París
«Todo el mundo se encuentra allí de pie, desde muy temprano, para no perderse aquel espectáculo único», contaba Stefan Zweig en su biografía de la monarca en aquellos años convulsos de la Revolución Francesa
«María Antonieta era una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente ni demasiado necia; ni fuego ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien y sin la menor inclinación hacia el mal; el carácter medio de mujer de ayer, de hoy y de mañana; sin afición hacia lo demoníaco ni voluntad de heroísmo». De esta forma definía Stefan Zweig a la Reina en su famosa biografía.
Acostumbrada a la suntuosidad de la corte vienesa, María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, más conocida como María Antonieta estaba destinada a ser la próxima Reina de Francia con tan solo 12 años, por lo que su madre se dispuso a hacer de ella una perfecta princesa parisina. Dos años más tarde se casaría con el futuro Rey Luis XVI. Para entonces ya era una hermosa dama espléndidamente formada, con un cerebro ingenioso y despierto, pero rebelde a toda instrucción.
Con miedo a no acostumbrarse a su nueva vida, no acertaría en su manera de desenvolverse en la compleja corte gala
A los 16 años se convertiría en Reina consorte de Francia. Su marido, de 20 años, robusto y bondadoso, era a la vez débil y no demasiado inteligente. La juventud de ambos sería para ella una gran preocupación: «¿Qué va a ser de nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser reyes tan jóvenes. Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en esta hora fatídica!», escribiría a su madre. Con miedo a no acostumbrarse a su nueva vida, no acertaría en su manera de desenvolverse en la compleja corte gala.
Encerrada en un matrimonio sin amor y en una corte que aborrecía, la joven Reina viviría en un ambiente hostil. Sus yerros, exagerados por la opinión pública y consideradas como ejemplo vivo del desenfreno de la corte, no fueron otros que sus extravagancias y la constante búsqueda de placeres fuera del palacio. La prensa de la época comenzaría una campaña contra su imagen y su derroche, imprudencia y frivolidad fueron llevados al máximo hasta pintar el retrato de un ser mediocre, antipático y vendido a los intereses de la casa de Austria.
A su llegada a Versalles en 1770 ordenó reformar sus habitaciones privadas dentro del palacio, sin escatimar en gastos. Ahora, estas estancias son las que se abren al público con motivo del 400 aniversario de la residencia real. Restaurados para mostrar su auténtico lujo, los apartamentos ocupaban dos pisos del ala izquierda del palacio. Entre estas habitaciones pasó tiempo con sus hijos y cortesanas e incluso se sabe por su correspondencia que también alojó allí a su amante, el conde Fersen.
Después de sus obligaciones de etiqueta y ceremonia diarias, María Antonieta se retiraba a sus aposentos a través de una puerta falsa. La misma puerta por la que escaparía años después de los revolucionarios rumbo París para no volver nunca más a Versalles.
Aficionada al teatro y a los grandes bailes, a los juegos de naipes y a la moda, María Antonieta sufre en 1785 un nuevo escándalo atribuido a su codicia que deja una gran mancha en su ya vapuleada fama. Pero quizá lo que más se recuerda de ella es su trágico final: detenida junto a su esposo y otros nobles cuando trataban de huir, fue juzgada por el Tribunal Revolucionario y condenada a morir en la guillotina.
El 14 de octubre de 1793, pocos días antes de su ejecución, destronada y calificada de «azote y sanguijuela de los franceses», abandonó su celda y compareció, pálida y fatigada, ante el Tribunal, en La Conciergerie, en París. Cuando éste le leyó la sentencia de su ejecución, María Antonieta solo tuvo fuerzas para decir: «Yo era una Reina y tú me quitaste mi corona. Mataste a mi esposo y me has privado de mis hijos. Solo me queda mi sangre: tómala, pero no me hagas sufrir más tiempo». Se le acusaba de promover todo tipo de conspiraciones, satisfacer sus desmesurados caprichos, arruinar las finanzas del país, e incluso de cosas tan descabelladas como haber mantenido una relación incestuosa con su hijo Luis Carlos, el delfín de Francia.
En la mañana del 16 de octubre de 1793, más de 10.000 parisinos se reunieron, en la actual plaza de la Concordia, para presenciar el final de la joven reina a la que tanto detestaban. El escritor austriaco describe aquella tenebrosa función de la siguiente manera: «Todo el mundo se encuentra allí de pie, desde muy temprano, para no perderse aquel espectáculo único de ver cómo una reina es 'afeitada por la navaja nacional'. Horas enteras lleva ya de espera la curiosa muchedumbre. Para no aburrirse, se charla un poco con una linda vecinita, se ríe, se bromea y se ojea el periódico más reciente con titulares como este: 'El adiós de la María Antonieta a sus pequeños'. Se trata de adivinar, en voz baja, qué cabezas caerán aquí, en el cesto, en los días siguientes. Mientras tanto, compran limonada, panecillos y nueces a los vendedores callejeros. La gran escena bien merece un poco de paciencia».