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Filipinos muertos en el primer día de la guerra

Así fue cómo el ejército de Estados Unidos eliminó todo rastro del legado español en Filipinas

Emilio Aguinaldo, primer presidente de la República de Filipinas afirmó que «bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles», pero que ahora, bajo los Estados Unidos eran «tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias»

«Los norteamericanos nos traicionaron», sentenció en varias ocasiones Emilio Aguinaldo en una entrevista concedida al periodista Luis María Anson en 1962. Aquella traición a la que se refería ocurrió en 1899, un año después de levantarse contra la Corona española y conseguir su ansiada independencia. Años atrás, en 1958 mantuvo otra conversación con el periodista, escritor e hispanista Guillermo Gómez Rivera en el que confesó que estaba «arrepentido en buena parte» de haberse «levantado contra España».

El anciano expresidente de la República Filipina continuó explicando que se sentía así porque «bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles», pero que ahora, bajo los Estados Unidos eran «tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ningún estado de Estados Unidos…», se lamentaba.

Aguinaldo, que había vivido en primera persona la Revolución filipina y la posterior administración estadounidense de las islas, sabía muy bien el impacto que podrían causar sus palabras. Lejos de la imagen de «libertadores» con la que ha pasado a la historia Estados Unidos, el primer presidente de la República Filipina ponía sobre la mesa la imagen de «traidores». Y es que Estados Unidos engañó a los rebeldes filipinos para ganar su apoyo y luego realizar una brutal campaña con el objetivo de someterlos y acabar con el legado español en las islas.

De esta manera, la administración del presidente William Mckinley había prometido al grupo que lideraba Emilio Aguinaldo que, una vez conseguida la victoria contra España, los filipinos serían liberados y obtendrían el derecho a construir su propio país. Engatusados por las palabras del Gobierno estadounidense proporcionaron un importante apoyo militar e información valiosa que acabó debilitando el control de Madrid hasta la rendición definitiva en el Tratado de París de 1898. Con este acuerdo la guerra entre Estados Unidos y España finalizaba y según la promesa de los norteamericanos, el comienzo de la República Filipina. Pero no fue así.

La supuesta independencia de Filipinas llegó. Se redactó la Constitución de Malolos, la primera de la historia de Filipinas y en español, la lengua oficial de las islas. El 23 de enero de 1899 nacía oficialmente la República Filipina a espaldas de Estados Unidos que, ofendido, se valió de las armas y de un ejército que llegó a sobrepasar los 100.000 hombres desplegados para revertir esta independencia. A esto le siguió un periodo de dominio estadounidense justificado –en palabras del presidente Mckinley– en que «los filipinos eran incapaces de autogobernarse» y no cabía más opción que «educarlos y cristianizarlos». Una clara ofensa a la labor de los españoles que vertebraron la unidad política y religiosa del archipiélago filipino durante los tres siglos de relación.

Así quedaba claro que EE. UU. había llegado para quedarse. Ante esta situación, los nacionalistas volvieron a empuñar las armas y se enfrentaron a los estadounidenses en una contienda que se desarrolló entre 1899 y 1902 (oficialmente) y que fue bautizada como la Guerra filipino estadounidense, la primera guerra de liberación nacional del siglo XX y que acabó convirtiéndose en uno de los mayores genocidios de la historia.

Imagen de prensa mostrando la infame orden dada por el general Smith. New York Journal, 5 de mayo de 1902

La guerra causó la muerte de 4.324 soldados estadounidense y de 16.000 soldados filipinos. El número de civiles muertos por acciones de represalia del ejército estadounidense, por el hambre y la enfermedad se estima que es superior al millón. Concretamente, el autor de Geografía General de Las Islas Filipinas fray Manuel Arellano afirma que «las guerras para aplastar a la insurgencia filipina provocaron matanzas, ejecuciones sumarias y un millón de muertos en el archipiélago».

La cruda realidad es que la actuación del ejército estadounidense fue genocida. Durante la guerra, los soldados estadounidenses y otros testigos enviaron cartas que describían algunas de las atrocidades cometidas por las fuerzas norteamericanas. Por ejemplo, en noviembre de 1901, el corresponsal en Manila del Philadelphia Ledger escribió:

«Nuestros hombres han sido implacables, han matado para exterminar a hombres, mujeres, niños, prisioneros y cautivos, insurgentes activos y sospechosos, desde muchachos de diez años en adelante, prevaleciendo la idea de que el filipino como tal era poco mejor que un perro».

En un artículo publicado en 2008 por la revista New Yorker, el historiador norteamericano Paul A. Kramer afirmaba que «la quema de villas, la violencia, y la tortura mediante el método de ahogamiento simulado por parte de las tropas estadounidenses provocaron incluso la indignación de una parte de la sociedad americana que se identificaba como antimilitarista y anti imperial».

Consecuencias de la primera batalla de Bud Dajo, 7 de marzo de 1906

El Gobierno estadounidense declaró oficialmente terminada la guerra el 2 de julio de 1902. Sin embargo, el general del Katipunan Macario Sakay continuó la resistencia hasta 1907, cuando fue capturado y ahorcado. A partir de ese momento Filipinas se convirtió en una colonia de EE. UU. En 1916 se le otorgó al país cierta autonomía como «Estado libre asociado». Pero no fue hasta julio de 1946 cuando el país proclamó su independencia tras la ocupación japonesa que se efectuó en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Vuelven a mí las palabras que el escritor filipino, Tirso de Irureta Goyena escribió en la segunda década de los 1900: «pretender ahora que ese idioma [el español] desaparezca de aquí y sea suplantado por otro, sea el inglés o sea cualquier otro, sería pretender borrar la verdadera historia, la verdadera nacionalidad filipina y la verdadera vida del país. Hay que conservar el castellano, porque es uno de nuestros idiomas, como lazo de unión, como factor común, es nuestro idioma superior, nuestro idioma filipino, nuestro idioma genuino y verdaderamente nacional». Los filipinos fueron traicionados y despojados de su verdadera identidad nacional; sin embargo, esta dura realidad sigue siendo desconocida para muchos.