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Soldados del batallón Amaiur del Euzko Gudarostea en 1937Gure Gipuzkoa

El pacto de Santoña: cuando el PNV se rindió a las tropas de Mussolini en 1937

Los entresijos del pacto nunca han querido ser debatidos por los herederos del Frente Popular

La política de poder en España, de ayer y de hoy, hace extraños compañeros de viaje. En la actualidad, al igual que hace tres cuartos de siglo, para el único partido verdaderamente de ultraderecha que se sienta en el parlamento español -el Partido Nacionalista Vasco- siempre ha primado en sus movimientos y alianzas políticas el sueño de dar a luz una nación vasca independiente y racialmente pura, separada de España, por encima de propiciar un modelo de sociedad para los habitantes de vascongadas acorde a su forma de vivir en sociedad. Un modo de vida vasco (del PNV) que tenía y tiene más que ver con el de la derecha española, e incluso con el modo añejo de los sublevados el 18 de julio, por motivos económicos, culturales, religiosos… que con el modelo de sociedad que propugnaban sus aliados frentepopulistas.

El Frente Popular fraguó una extraña alianza de la que formaba parte un españolista (entonces a su modo) PSOE liderado por Largo Caballero y que soñaba con convertir España en una nueva URSS; los anarquistas de la CNT-FAI que formaban parte del Frente Popular porque, aunque esto fuese falso como se comprobó en los sucesos de mayo de 1937 (otra guerra civil en la retaguardia republicana); el POUM trotskista enemigo irreconciliable Stalin y de los comunistas; una burguesía vasca y catalana que no tenía nada que ver con los auténticamente rojos del Frente Popular, pero que pensaba que el camino más corto para la independencia era apoyarse en sus enemigos de clase; más una izquierda catalanistas, Ezquerra Republicana de Cataluña, y una pléyade de partidos insignificantes de centro izquierda cuya figura más representativa era Azaña.

La derecha independentista catalana, urbana y con negocios industriales, al poco de empezar la guerra optó por cambiar de bando

La derecha independentista catalana, urbana y con negocios industriales, al poco de empezar la guerra optó por cambiar de bando, pasarse a la España nacional, ante el temor de la revolución total, con mayúsculas, que anarquistas y comunistas querían. Los primeros para hacer la revolución durante la guerra. Los comunistas y sus aliados del PSOE para implantar el sistema soviético nada más lograr la victoria.

En Barcelona las milicias armadas de las organizaciones izquierdistas desencadenaron una dura represión sobre la burguesía catalana, especialmente sobre los simpatizantes de la Lliga. Francesc Cambó y los principales dirigentes de la Lliga Catalana por voluntad propia o forzados por los acontecimientos, terminaron colaborando con los nacionales. En París fundaron la Oficina de Prensa y Propaganda, financiada inicialmente por Cambó, para elaborar informes confidenciales para los servicios secretos de Franco. Organizaron un servicio de espionaje en contacto permanente con los servicios secretos de los nacionales en Salamanca al tiempo que miembros destacados de la Lliga formaron parte del Servicio de Información del Nordeste de España como espías.

El PNV, en las provincias vascas donde los partidos de izquierdas tenían una menor implantación que en Cataluña, apostaron inicialmente fuerte por la República en guerra convencidos de que con la derrota de los rebeldes, y gracias a la creación de su propio ejército, los gudaris, lograrían la independencia. Pero los sublevados, aunque su golpe fracasó, y a pesar de tenerlo inicialmente todo en contra, poco a poco, en los primeros meses de la guerra, lograron dar la vuelta a un conflicto que parecían tener perdido.

Frente Norte

El 9 de septiembre de 1936 los nacionales lograron unir sus dos zonas, quedando el Frente Norte separado de la zona roja más extensa, más poblada y con más recursos. La unión de las dos zonas rebeldes fue la primera gran prueba de que la guerra no iba a ser corta y de que no era seguro que el Frente Popular se alzase con la victoria a pesar de tener todo a su favor.

En el Frente Norte, donde en teoría había solo un ejército fiel al gobierno de Largo Caballero y luego de Negrín, existían dos fuerzas armadas que tenían poco o nada en común, salvo su enemigo. El 1 de octubre la República promulgó el estatuto de autonomía del País Vasco.

La decisión del nuevo jefe rebelde, el general Franco, de lanzar todos sus recursos al Frente Norte, ante la imposibilidad de tomar Madrid y con la caída de la capital, llenó de pavor a la derecha vasca y con ella al PNV. Las relaciones de los mandos del Ejército Popular de la República, mandados al Frente Norte de forma sucesiva -Francisco Llano de la Encomienda y luego por Mariano Gamir Ulibarri- y de los gudaris vascos, habían sido siempre malas. El Ejército del Norte republicano estaba compuesto por tres agrupaciones distintas, reacias a actuar de forma conjunta, fruto del pluralismo de poder políticos de los partidos del Frente Popular en Asturias, Santander y Vizcaya. En el caso vizcaíno, las tropas de esta zona estaban compuestas en parte por el Eusko Gudarostea, I Cuerpo de Ejército de Euzkadi, que solo obedecía al PNV. La designación de Aguirre como comandante en jefe del Cuerpo de Ejército Vasco complicó todavía más las relaciones con Llano de la Encomienda. El gobierno republicano intentó mejorar estas relaciones enviando desde Valencia un nuevo Estado Mayor para el Ejército del Norte republicano —que actuaría al lado del oficial soviético Vladimir Gorev— a las órdenes de Gámir Ulibarri, en sustitución de Llano de la Encomienda, pero sin resultado. Las tropas del I Cuerpo de Ejército de Euzkadi estaban compuestas en su mayor parte por nacionalistas vascos, mientras que el resto de las tropas rojas del Frente Norte la integraban socialistas, comunistas, Juventudes Socialistas Unificadas y anarquistas de la CNT. Muchas grandes unidades contaban con la presencia de batallones asturianos, muy impopulares entre los nacionalistas vascos por su indisciplina y por su ideario antiburgués, anticatólico y revolucionario.

. Los dirigentes del PNV se trasladaron a Santander y luego escaparon hasta llegar a Barcelona, donde formarían un irreal gobierno en el exilio

El avance de las tropas nacionales era imparable. Los intentos frentepopulistas de frenar su progresión fueron un rotundo fracaso. El desencadenamiento de la gran ofensiva roja en Brunete no impidió que los nacionales entrasen el Bilbao el 19 de junio de 1937. Entre las cinco y las seis de la tarde la 5ª Brigada Navarra, a las órdenes de Juan Bautista Sánchez, entró en Bilbao y colgó la bandera roja y gualda en el balcón del ayuntamiento. La guerra en el País Vasco había terminado. Los dirigentes del PNV se trasladaron a Santander y luego escaparon hasta llegar a Barcelona, donde formarían un irreal gobierno en el exilio.

La caída de Bilbao, ciudad teóricamente protegida por el inexpugnable Cinturón de Hierro y cerca de cincuenta mil gudaris, evidenció la incapacidad del ejército del PNV de impedir la caída en manos de los nacionales de las provincias vascas. Al tiempo que se evidenciaba que, en caso hipotético de ser vencidos los nacionales, dada la debilidad militar de los gudaris, el Ejército Popular de la República no entregaría la suerte de los vascos a un gobierno ultraderechista como era el del PNV por muy supuestamente amigos que hubiesen sido durante la guerra.

Visto la marcha que tomaba la guerra en el Frente Norte los líderes del PNV intentaron salvarse a cualquier precio. Desde la primavera, antes de la caída de Bilbao y de las últimas plazas que controlaba el Gobierno Vasco, Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, había estado negociando durante varios meses un acuerdo de rendición unilateral con la mediación del cardenal Eugenio Pacelli (futuro Papa Pío XII), con el beneplácito de la Santa Sede. Negociaciones de la que eran conscientes el gobierno de la República al interceptar un telegrama sobre los planes para desertar el PNV del bando rojo.

El 24 de agosto de 1937 los jefes del PNV, de forma unilateral, llegaban a un acuerdo con las tropas italianas, el Pacto de Santoña

El 24 de agosto de 1937 los jefes del PNV, de forma unilateral, llegaban a un acuerdo con las tropas italianas, el Pacto de Santoña. El padre Alberto Onaindía se había reunido en secreto con el coronel italiano Di Carlo cerca de Algorta (Vizcaya) en una fecha tan temprana como el 25 de junio. Fruto de este encuentro, Di Carlo viajó a Roma para informar sobre las pretensiones del PNV al ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano. Ni el PNV y ni los italianos jugaban limpio con sus respectivos aliados. Durante la batalla de Santander el general Gámir, jefe del Ejército del Norte, descubrió alarmado las negociaciones del Ejército Vasco con los italianos. Aguirre afirmó con desfachatez ignorar sobre lo que le preguntaban. En la batalla de Santander, ante el rápido avance de las tropas franquistas, las líneas de defensa rojas se hundieron, cundió el pánico, siendo numerosas las deserciones. En Santoña se fueron concentrando, por orden del PNV, 3 batallones de la 50º División de Choque vasca que habían abandonado sus posiciones en la noche del 21 al 22 de agosto, a los que posteriormente se sumarían otros 12 batallones más, para intentar huir por mar gracias al acuerdo con los italianos.

Acuerdo a espaldas del gobierno de la República de Valencia

El PNV y las tropas fascistas italianas llegaron a un acuerdo a espaldas del gobierno de la República de Valencia y del Cuartel General del Generalísimo en Salamanca, por el que el Eusko Gudarostea se rendiría, entregando sus armas a los italianos, a cambio de que respetasen la vida de sus soldados y fueran considerados prisioneros de guerra bajo la soberanía italiana, permitiendo evacuar a los dirigentes políticos del PNV, funcionarios vascos y a los oficiales que lo deseasen por mar. Los vascos aceptaron la rendición pactada, aunque trataron inútilmente de conseguir mayores garantías del coronel Farina, jefe del Estado Mayor de las fuerzas italianas, que este no podía dar. Por su parte Gran Bretaña, que siempre veía a las vascongadas con especial cariño por los lazos industriales que desde hacía tiempo les unía, se prestó a dar los buques para la huida de los miembros del PNV. Los italianos entraron en Santoña sin combatir. El 26 de agosto ya estaban en el puerto santoñés los buques mercantes ingleses Bobie y Seven Seas Spray, procedentes de Bayona, bajo la protección del destructor inglés HMS Keith. Daba comienzo el mismo 26 el embarque de los miembros del de la República de Valencia y de sus gudaris, olvidando a miles de frentepopulistas que luchaban en aquel sector y que no fueron incluidos bajo la protección del Pacto de Santoña.

La evacuación por mar hacia Francia comenzó el mismo día que caía Santander en manos del bando sublevado. Pero el general Franco no aceptó el pacto firmando a sus espaldas por los italianos y ordenó que los oficiales y dirigentes vascos fueran desembarcados de los dos buques ingleses que los habían recogido. A las 10 de la mañana, enterado el general Dávila de la traición que los italianos estaba cometiendo a espaldas de las autoridades nacionales, ordenó, por decisión directa de Franco, la inmediata suspensión de la operación y el desembarque de todos las personas embarcadas de los buques ingleses. Las tropas nacionales procedieron de forma inmediata a impedir la huida de los gudaris y de los civiles, la mayor parte cargos políticos y sus familias, que los acompañaban. El coronel Farina comentó al oficial de la No Intervención que presenciaba impasible los hechos: «Es lamentable que un general italiano (el general Mancini) no cumpla con la palabra dada; no hay en la historia un caso semejante». Pero los italianos no tenían capacidad de decidir nada en una guerra combatida por españoles y en la que solo eran unos invitados, por muchos sueños que tuviese el Duce de convertir el Mediterráneo y sus tierras rivereñas en un nuevo Mare Nostrum. Únicamente el mercante Bobie abandona finalmente el puerto con 533 heridos a bordo escoltado por el HMS Keith. El 4 de septiembre los italianos entregaron a los PNVistas a las tropas nacionales. Los franquistas no admitieron que una fuerza extranjera, por muy amiga que fuera, actuase de manera autónoma y se permitiese establecer negociaciones a sus espaldas con el enemigo.

En la batalla de Santander, ante el rápido avance de las tropas franquistas, las líneas de defensa rojas se hundieron, cundió el pánico, siendo numerosas las deserciones

Los motivos de la deserción del PNV de la guerra no está totalmente esclarecidos. La liberación de las Provincias Vascas por las tropas nacionales parece que privó de motivos para luchar al Ejército Vasco. Sus dirigentes, para justificar su deserción, arguyeron la responsabilidad del gobierno de la República al no haberles enviado aviones para hacer frente a la ofensiva franquista. Resultaba evidente que la convivencia de dos milicias radicalmente diferentes, una nacionalista lideraba por el PNV, de carácter ultraconservador y católico, y otra compuesta por seguidores de la izquierda más radical y anarquistas, muchos de ellos participantes en la Revolución de 1934, era difícil de compatibilizar. La realidad es que no había relación alguna entre ellas pese a las órdenes expresas de formar brigadas mixtas.

Los entresijos del Pacto de Santoña nunca han querido ser debatidos por los herederos del Frente Popular. Los izquierdistas no han querido reconocer la traición por parte del PNV a tropas. Los nacionalistas vascos no han querido admitir que tuvieron contactos para abandonar a la República antes de la caída de Bilbao. Fuera como fuera, el Pacto de Santoña ha llegado a alcanzar gran trascendencia política e ideológica en España, siendo muy polémico al señalarlo unos como una traición del Partido Nacionalista Vasco a sus aliados del Frente Popular, al tiempo que ha sido siempre justificado por el PNV. El PNV de ayer, de hoy, y, seguramente, de mañana, por lo que demuestra la historia, no es un aliado fiable para nadie.