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Visitantes contemplando el Busto de Nefertiti en Berlín, en el año 1963

Visitantes contemplando el Busto de Nefertiti en Berlín, en el año 1963Bundesarchiv

Fernando Prado

La inmortal hermosura de una reina de Egipto: Nefertiti, la Bella ha llegado

Borchardt escribió en su diario «Levantamos el policromado busto y tuvimos ante nosotros la más realista obra de arte egipcia». Acababan de encontrar el maravilloso busto de la reina Nefertiti

En 1899, por iniciativa del propio kaiser Guillermo II, se creó el cargo de agregado científico en el Consulado General Imperial de El Cairo. El agregado tenía la función de informar a la Academia de Ciencias de Berlín de todo suceso importante en relación con la arqueología que se produjera en Egipto. El puesto se confió al egiptólogo Ludwig Borchardt, luego director del recién creado Instituto Imperial de Arqueología de Egipto.

Es en estas últimas funciones que organizó una expedición en Tell Amarna, financiada por el empresario James Simón. Durante la tercera campaña de la excavación (1912/13) se excavó una casa de adobe situada en el cuadrado P47.2. Según una inscripción en uno de los objetos que allí se encontraron, la casa era el taller del escultor Tutmosis o Tutmoses («Tutmose, amado del buen Dios, supervisor de obras y escultor»).

En esta habitación encontraron un busto, de tamaño natural, que representaba al faraón Akenatón, con trazos de haber sido destruido a propósito. En una esquina, sepultado por unos escombros que le habían protegido, apareció otro busto de piedra caliza, recubierto de estuco policromado y que se catalogó con el número 748. Borchardt escribió en su diario «Levantamos el policromado busto y tuvimos ante nosotros la más realista obra de arte egipcia». Acababan de encontrar el maravilloso busto de la reina Nefertiti.

Nefertiti (su nombre significa «llegó la bella») fue la esposa principal del faraón Amenosfis IV (Akenatón), quien vivió en el siglo XIV a. C. Y perteneció a la XVIII dinastía. Lo que no cuenta el alemán es que, a medida que quitaban el polvo, los presentes quedaron sobrecogidos por el realismo y perfección que el maestro Tutmoses había alcanzado con su arte. La Bella se reveló ante todos y los sometió con su belleza.

Todavía no se sabe como Borchardt consiguió convencer a las autoridades egipcias –lo cierto es que lo hizo y lo único seguro es que no hubo soborno por medio, ciertas cosas no entraban en su imaginación– así el busto, de veinte kilogramos de peso, acabó en la residencia del empresario James Simón. Que por algo había financiado la excavación. El busto no fue dado a conocer al público hasta después de la Primera Guerra Mundial.

En 1923 Simón donó todas las piezas de la excavación en su poder al Museo de Berlín y en 1924 se hizo una gran exposición donde se mostró, por primera vez al público. Nefertiti fue la gran triunfadora de la exposición. Pronto se transformó en un icono del arte del antiguo Egipto. Tal vez, junto con la máscara de oro de Tutankamón, en el más reconocido.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial los museos se vaciaron de sus valiosas piezas que fueron cuidadosamente embaladas y guardadas en lugar seguro. A principios de 1945, Nefertiti, que estaba en una torre antiaérea de la zona del zoo de Berlín, fue trasladada a la mina de Werra-Fulda, cerca de la ciudad de Merkers, en Turingia.

Allí fue encontrada por tropas del 3er Ejército de Estados Unidos. Su hallazgo despertó el interés de diferentes gobiernos. Por un lado los egipcios vieron una oportunidad para una reclamación; los rusos exigieron la devolución, junto con todas las otras piezas de museos de Berlín, al considerarlo como legítimo botín de guerra del que habían sido despojados injustamente.

Los llamados «monument men», pequeña unidad encargada de la recuperación y conservación de las obras de arte saqueadas por los nazis, recibió orden del Alto Estado Mayor de embalar y mandar a Estados Unidos más de doscientas piezas singulares –Nefertiti estaba en el lote e iba para el Metropolitan Museum de Nueva York–, provenientes de los museos alemanes. El encargado del depósito de obras de arte confiscadas en Wiesbaden –capitán Walter Farmer– puso el grito en el cielo por lo que consideró una actuación que les igualaba a los nazis y promovió el llamado «Manifiesto de Wiesbaden» que fue firmado por todos los participantes en la recuperación de patrimonio de los ejércitos aliados (excepto los rusos, lógicamente). Él evitó el saqueo del patrimonio alemán. El busto de Nefertiti volvió al Museo de Berlín, donde «la Bella» sigue reinando por derecho propio.

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