Fundado en 1910

'Fusilamientos del 2 de mayo'. Francisco de Goya

La guerra de la Independencia en España (I)

Cuando Madrid se levantó contra Napoleón: «¡Españoles, la Patria está en peligro, acudid a defenderla!»

«Somos españoles y es necesario que muramos por el Rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo», rezaba la proclama

La Guerra de la Independencia se inició en España el 2 de mayo de 1808, cuando el pueblo de Madrid se levantó en armas contra las tropas que el emperador Napoleón Bonaparte había enviado para ocupar España. El pueblo de Madrid cogió las armas al grito de: «¡Españoles, la Patria está en peligro, acudid a defenderla!».

Aquel levantamiento, a nivel general, no lo decretó ningún militar, sino Andrés Torrejón García, alcalde ordinario por el Estado Noble de la villa de Móstoles, y Simón Hernández Orgaz, alcalde ordinario por el Estado General de la villa de Móstoles y cuyo bando fue redactado por Juan Pérez de Villamil Paredes.

Dicho de otra manera, ni la proclamó un alto dignatario del Estado, ni el Consejo de Castilla, ni un miembro de la Junta de gobierno. Fueron dos alcaldes de una pequeña población los que levantaron a las masas contra el ejército invasor francés.

«Es necesario que muramos por el rey»

El bando firmado por los dos decía lo siguiente: «Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mí el alcalde ordinario de la villa de Móstoles. Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a vuestras mercedes muchos años».

En aquel año, en el que empezó la guerra de la Independencia, Madrid tenía una población de unos 200.000 habitantes y, en conjunto, España no sobrepasaba los 10 millones de personas. La sociedad, por falta de industrialización, era rural. Lo sociedad se dividía en tres categorías claramente diferenciadas. Estaban los nobles, con unos 400.000 individuos de los que sólo 119 tenían títulos de Grandeza de España y unos 535 se repartían el resto de los títulos nobiliarios. El resto eran nobles intitulados. En segundo lugar estaba el clero, con unos 200.000 miembros. Los restantes 9.400.000 formaban parte del pueblo.

En Madrid, donde se produjo el alzamiento contra el ejército francés, la sociedad se dividía en 4.781 nobles, de los que 57 eran Grandes de España, 6.482 empleados, casi 6.000 profesores, 11.200 sirvientes y 6.185 jornaleros, a los que hay que añadir unos 4.000 eclesiásticos.

Carlos Gutiérrez de los Ríos, duque de Fernán Núñez, por Goya

Las propiedades agrícolas se repartían en un 51,38 % los nobles, 16,50 % el clero. El otro 32,12 % estaba en manos de pequeños propietarios rurales. Los salarios también estaban descompensados. Por ejemplo, un clérigo rural ganaba unos 600 reales anuales, un obrero especializado alcanzaba los 2.000 reales anuales y un obispo los 800.000 reales anuales.

Un millón de muertos

Un tema común en aquellos años, a parte de los franceses, fue el hambre. En 1803, 1806 y 1808 hubo muy malas cosechas. Con la guerra muchos cultivos fueron abandonados o arrasados. Esos problemas afectaron tanto a españoles como a franceses. El año 1812 es el peor, con un hambre extrema en todo el país.

El capitán francés Nicolás Marcel escribió: «He visto a gente acomodada disputar a los perros pedazos de caballos o de mulos muertos hacía seis días… o un niño que acababa de morir por inanición fue comido por sus pequeños compañeros, que devoraban delante nuestro sus miembros descarnados». Se ha calculado que la guerra de la Independencia causó un millón de muertos, el 10 % de la población española.

¿Por qué ocurría esto? Si nos centramos en Madrid, apenas entraban alimentos en la capital, y los pocos que lo hacían alcanzaban precios exorbitantes. Esto se debía a dos motivos: bien eran confiscados por los franceses o porque la producción era escasa por las malas cosechas. Así, la fanega de trigo –equivalente a 43,247 kilos– que costaba alrededor de 60 reales a comienzos de 1811 vio cómo su precio se disparaba hasta multiplicarse por nueve en la primavera de 1812, cuando alcanzó los 540 reales.

Grabado de una escena de la Guerra de Independencia titulado «Lo peor es pedir», de Goya

Teniendo en cuenta que de una fanega se obtenían unos cuarenta panes de dos libras –que era el peso usual de venta por entonces y que equivalía a un pan de 1 kilo– resulta que la pieza de pan, el alimento fundamental y a veces casi único para gran parte de la población madrileña, salía por unos 12 reales, que era más de los que muchos madrileños recibían como jornal en un día.

Sobre ello escribió Benito Pérez Galdós: «Las humildes casas habían sido incendiadas primero por nuestros guerrilleros para desalojar a los franceses, y vueltas a incendiar por éstos para impedir que las ocuparan los españoles. Los campos desolados no tenían mulas que los arasen, ni labrador que los diese simiente, y guardaban para mejores tiempos la fuerza generatriz en su seno, fecundado por la sangre de dos naciones. Los graneros estaban vacíos, los establos desiertos, y las pocas reses que no habían sido devoradas por ambos ejércitos se refugiaban, flacas y tristes, en la vecina sierra. En los pueblos no ocupados por la gente armada no se veía hombre alguno que no fuese anciano o inválido, y algunas mujeres andrajosas y amarillas, estampa viva de la miseria, rasguñaban la tierra con la azada, sembrando en su superficie con esperanza de recoger algunas legumbres. Los chicos, desnudos y enfermos, acudían al encuentro de la tropa, pidiendo de comer. La caza, por lo muy perseguida, era escasísima y hasta las abejas parecían suspender su maravillosa industria».

Familias esquilmadas, ruina, muerte y desolación, odios enquistados, venganzas familiares y políticas, crispación social y caos económico. El precio que pagaron los españoles fue muy alto y lo peor es que Fernando VII seguía en el trono.