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Retrato de Felipe IV el Hermoso

Cuando Navarra se negó a ser francesa: 247 villas comprometidas a resistir a la «tiranía extranjera»

La tentativa de Felipe VI de ser proclamado como soberano encontró una rotunda oposición en el conjunto del pueblo navarro

Esta historia comienza con el rey francés Felipe IV, el Hermoso, que gobernó entre 1285 y 1314. Los franceses le consideran uno de sus mejores reyes, pero fue soberbio hasta el despotismo y duro hasta la crueldad. También se distinguió por su carácter avaricioso: expulsó a los judíos de Francia con diversos pretextos, pero con el objetivo final de arrebatarles sus riquezas y propiedades. También fue protagonista del «atentado de Anagni», en el que sus sayones humillaron y abofetearon al Pontífice Bonifacio VIII.

Pero la mayor infamia cometida por este monarca fue la injusta destrucción de la Orden de los Templarios. La maldición arrojada desde el patíbulo por el gran maestre del Temple, Jacques de Molay, tuvo funestas consecuencias para el rey y sus descendientes.

Templarios quemados en la hoguera. Pintura realizada en 1480

Felipe el Hermoso se casó con la princesa Juana que heredó la corona de Navarra a la muerte de su padre Enrique I el Gordo en 1274. Por ello fue rey consorte de Navarra antes de serlo de Francia. El matrimonio tuvo tres hijos, el mayor de los cuales, Luis X, apodado «el Turbulento», les sucedió legítimamente en ambas coronas.

La malhadada Ley Sálica

Luis X tuvo una desgraciada vida familiar, pues su mujer, Margarita de Borgoña fue acusada de adulterio y condenada a cadena perpetua, aunque murió en prisión, probablemente asesinada por orden de su marido, dejando una hija, también llamada Juana, que hubiese sido la sucesora en ambas coronas tras la inmediata muerte de su padre en 1316.

Pero la niña solo tenía dos años en el momento de la sucesión y pocos valedores, tras la caída en desgracia de su madre, y tenía enfrente al hermano de su padre Felipe, apodado «el Largo» por su aguda inteligencia y su carácter manipulador. Este movilizó al Parlamento de París para que proclamase que ninguna mujer podía ocupar el trono francés por establecerlo así la Lex Sálica Francorum, un texto legal muy antiguo y caído en desuso. Es más, también establecía que las mujeres tampoco podían transmitir los derechos sucesorios a sus descendientes varones. Utilizando este pretexto Felipe fue proclamado rey de Francia, el quinto de su nombre.

Los navarros consideraron esta sucesión como un verdadero golpe de Estado porque era contrario a las leyes sucesorias navarras, similares al resto de las vigentes en los reinos peninsulares, inspiradas en el código de «Las Partidas» que permitía el acceso de las mujeres al trono. Pero la reducida edad de la pequeña heredera y las fortísimas presiones del poderoso rey francés, les llevaron a aceptar a regañadientes, y tras dos años de retrasos, la instauración de Felipe como titular del trono de Pamplona. Una instauración que, además, fue calificada como «tiránica» por una gran parte de los componentes de las cortes navarras.

La situación se repitió a la muerte de Felipe V en 1322, pues la malhadada Ley Sálica impidió el acceso al trono de sus propias hijas. Le sucedió su hermano, el tercero de los hijos de Felipe IV que reinó como Carlos IV y que encontró considerables dificultades para ser aceptado en Navarra. De hecho no consiguió ser jurado por sus Cortes, pues tanto el estamento nobiliario, como el clerical se negaron a acatar sus órdenes. Solo los diputados de las ciudades y burgos aceptaron jurarle, si bien con muchas «reservas y restricciones».

Pero la maldición que aquejaba a la Familia Real francesa siguió mostrando su terrible eficacia y Carlos IV murió, también sin descendencia masculina en 1328, llegando a su final la dinastía de los Capeto. Invocando de nuevo la Ley Sálica fue elegido rey Felipe, primo carnal de Carlos, que dio inicio a la nueva dinastía de los Valois.

Cartas (reconocimientos de deuda) de Felipe IV por las que reconoce deber a su primo Carlos de ValoisArchives nationales (France)

Esta vez los navarros no iban a aceptar la imposición francesa. La tentativa de Felipe VI de ser proclamado como soberano encontró una rotunda oposición en el conjunto del pueblo navarro. Celebradas Cortes en Puente la Reina en 1328, sus sesiones debieron celebrarse al aire libre como consecuencia de la numerosísima asistencia. Allí se hizo el famoso «pacto de resistencia», por el que se que se declaraba reina de Navarra a Doña Juana II; que la ley sálica que invocaba el francés era «no solo extraña, sino contraria y repugnante, del todo, a las suyas»; y que los reinados de Felipe y Carlos, tíos carnales de la reina habían sido una usurpación de la corona de Navarra.

Las Cortes destituyeron a los gobernadores franceses y consiguieron el compromiso de las 247 villas principales de resistir cualquier intento de restaurar la «tiranía extranjera». La firme decisión de los navarros y la inestabilidad asociada al cambio de dinastía en Francia, impidieron reaccionar a Felipe VI. Navarra había conseguido la restauración de su dinastía tradicional y continuaría su vida independiente hasta la postrera unión a España en 1512.