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Lluís Companys y Salvador SarràWikimedia Commons

Así fue la declaración de la república catalana de Companys que solo tuvo diez horas de vida

«Cada uno a su lugar y Cataluña y la República en el corazón de todos. ¡Viva Cataluña! ¡Viva la República! ¡Viva la Libertad!», exclamó Lluís Companys el 6 de octubre durante su declaración de independencia

«Ara ja no direu que no sóc prou catalanista» («Ahora ya no diréis que no soy suficientemente catalanista»), parece que dijo el presidente de la Generalidad de Cataluña, Luís Companys, nada más proclamar la República de Cataluña el 6 de octubre de 1934. Estas palabras posicionaban al gobierno en favor de la revolución que se estaba gestando en el resto de España. En las horas siguientes, el gobierno central presidido por el radical Lerroux ordenó al general Domingo Batet, jefe de la IV División, que impusiera el estado de guerra en Barcelona, siguiendo la Ley de Orden Público aprobada un año antes. La revolución que ya había en Asturias y otras regiones se extendió a las calles de Barcelona, donde empezó una verdadera guerra campal entre los movimientos obreros y el ejército.

Esta situación no había empezado en Cataluña. El 4 de octubre de 1934 entraron a formar parte del gobierno de Alejandro Lerroux tres miembros de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Estas incorporaciones de derechas no gustaron a partidos como el PSOE o la Alianza Obrera, que impulsó una huelga general revolucionaria desde esa misma noche en toda España.

Los focos de la revolución fueron Asturias y Cataluña, donde al día siguiente se organizaron varias movilizaciones de izquierdas, aunque ninguna estuvo secundada por la Confederación Nacional de Trabadores (CNT). Una amalgama de independentistas, socialistas, comunistas y obreristas salieron a las calles el 6 de octubre proclamando una «Catalunya Lluire», y se concentraron en la actual plaza de Sant Jaume, frente al Ayuntamiento y el palacio de la Generalidad para exigir a los líderes catalanes que se unieran a la protesta contra, según ellos, el nuevo «gobierno profascista de Madrid». En un primer momento, ni la alcaldía, y mucho menos el gobierno regional de Ezquerra Republicana hizo caso a los manifestantes, que acabaron disolviéndose. Estas concentraciones preocupaban al gobierno de Campanys porque contaba con pocos efectivos para restablecer el orden y temía una escalada de violencia incontrolable. Sin embargo, el consejero de gobernación Josep Dencás, un independentista radical encargado de mantener el orden en la ciudad, creía que el gobierno catalán debía posicionarse al frente de la insurrección si no querían convertirse en su enemiga.

Diez horas de república catalana

A lo largo de la mañana del 6 de octubre no hubo grandes declaraciones por parte de la administración estatal, tan solo una nota que anunciaba una declaración del presidente Companys a las ocho de la noche. Llegó la hora, y la muchedumbre se reunió frente al palacio y el presidente empezó su discurso arremetiendo contra «Las fuerzas monarquizantes y fascistas que de un tiempo a una parte pretenden traicionar la República han conseguido su objetivo y han asaltado el poder», refiriéndose a la CEDA, y, a continuación proclamó de forma un tanto poética que «Cataluña enarbola su bandera y llama a todos al complimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalidad, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido […] proclama el Estado Catalán dentro la República federal española». Luis Companys se convirtió con estas palabras en el líder de la revolución en Cataluña, pero también en el responsable directo de la batalla campal que comenzó tras su proclamación.

Esa misma noche empezaron los altercados cuando grupos armados de izquierda se hicieron fuertes en las calles de Barcelona levantando barricadas y armados con armas de fuego. En la Vía Laietana unos 400 hombres armados pertenecientes a la Alianza Obrera ocuparon un local, y casi al mismo tiempo, varios líderes de ERC se hicieron fuertes en la Comisaría de Orden Público de la misma vía, con el apoyo de 80 agentes. Miembros del PSOE ocuparon la Casa del Pueblo de la calle Nueva de San Francisco y en la Rambla de Santa Mónica una compañía de Infantería y una batería de Artillería dirigida por el general Batet se enfrentó a varios insurgentes que habían empezado a disparar contra las tropas. Esta fue la tónica que desveló a los barceloneses hasta que, a las diez de la mañana del 7 de octubre, Companys se rindió. Las tropas de Batet detuvieron al presidente, a su gobierno y a varios diputados como Josep Tarradellas, Joan Casanovas, el presidente del parlamento; también al alcalde y los concejales involucrados en los actos revolucionarios, aunque algunos instigadores como Denás huyeron a Francia por las alcantarillas. Fueron a la cárcel acusados de rebelión y el gobierno republicano les inhabilitaron para ocupar cargos políticos.