Picotazos de historia
Catalina II de Rusia y la primera campaña contra la viruela que le daría el sobrenombre de La Grande
A principios de 1768 una epidemia de viruela azotó Rusia. La emperatriz, conocedora de la técnica de la variolización, acordó, junto con el barón Cherkashov, presidente del Instituto de Higiene Rusa, iniciar una campaña de inoculación en toda Rusia
Sofía Federica de Anhalt-Zebst (1729 – 1796), más conocida como Catalina II de Rusia o Catalina la Grande, fue casada con el gran duque Pedro, de la casa de Holstein-Gottorp, heredero del ducado de Holstein y de la emperatriz Isabel I de Rusia.
Sofía al aceptar la religión ortodoxa adoptó el nombre de Catalina, se esforzó en rusificarse lo antes posible y llegó a amar de forma intensa y sincera al pueblo ruso. Su esposo, por el contrario, no perdía oportunidad de mostrar su desprecio por cuanto no fuera alemán además de adolecer de un carácter caprichoso, irascible, cruel y con síntomas de retraso intelectual y emocional. A la muerte de Isabel I el gran duque fue proclamado zar Pedro III pero, torpemente, retrasó su coronación. Lo que sí dejó claro es que pensaba sustituir a su esposa por su amante.
Pedro III reinó 186 días antes de que Catalina diera un golpe de Estado con las bendiciones del Ejército, la nobleza, el clero y el pueblo ruso. La torpeza del zar Pedro le había enajenado la lealtad y el afecto de todos los rusos. Fue un golpe de Estado limpio e incruento. Lamentablemente, el ex zar era un elemento de inestabilidad, por lo que la familia del amante de Catalina –Grigori Orlov–, en un exceso de lealtad no aprobado por la futura zarina, asesinaron al zar Pedro III. Este hecho estigmatizaría a Catalina durante buena parte de su reinado.
A principios de 1768 una epidemia de viruela azotó Rusia. La emperatriz, conocedora de la técnica de la variolización (la forma precursora de la vacuna, consistente en hacer un corte e inocular en la herida gérmenes de viruela) acordó, junto con el barón Cherkashov, presidente del Instituto de Higiene Rusa, iniciar una campaña de inoculación en toda Rusia. Con la mayor discreción se trajo desde Londres al doctor Thomas Dimsdale, conocido difusor de la variolización contra la viruela en el Reino Unido. Enterado de las intenciones de Catalina II, Federico II de Prusia, la previno por carta de los riegos de someterse a la lanceta (bisturí) y de la reacción de un pueblo ignorante y supersticioso contra la sangrienta innovación traída por gentes ajenas a la religión ortodoxa.
Catalina II reconoció la razón en el consejo del rey de Prusia y actuó de una manera que sorprendió a todos. Antes de ordenar que se iniciara la campaña de vacunación exigió ser la primera en ser inoculada. ¡Gran escándalo en la corte! Todos pusieron el grito en el cielo. Suplicaron. Lloraron. Intentaron razonar con su Majestad Imperial. De nada sirvió. Delante de toda la corte Catalina tendió su brazo y permitió que el médico inglés cortara su piel e introdujera en su cuerpo muestras del virus.
Todos rezaban por la salud de Catalina que arriesgaba su salud por la salud de su pueblo
El conde Orlov, amante de la emperatriz, remangándose el brazo, exigió que se le inoculara el virus para así compartir el destino de su emperatriz. Durante nueve días –tiempo que se consideraba necesario para comprobar los efectos de la inoculación– la corte y el pueblo ruso, pues la noticia había recorrido el territorio del imperio con una velocidad prodigiosa, aguardaban con angustia las noticias de palacio. Todos rezaban por la salud de su «madrecita» Catalina que arriesgaba su salud por la salud de su pueblo.
Catalina II pasó el periodo de nueve días sin problema. Inmediatamente toda la corte se presentó voluntaria a la lanceta del doctor Dimsdale. Tras esto se organizó una campaña de inoculación general –la primera que se hacía– con la esperanza de erradicar de Rusia. La gente del pueblo, a pesar de sus reticencias, no podía negarse. ¿Acaso no había sido la propia emperatriz la primera en hacerlo, preocupada por la salud de su pueblo? Y, a veces regañadientes, se arremangaban y presentaban sus brazos a la inoculación.
Después del éxito de Catalina en su campaña contra la viruela se dejará de verla como una usurpadora que asesinó a su propio marido, el verdadero zar. Iniciaba así el camino que la llevaría a ser conocida en la historia como La Grande.