Cuando Napoleón escribía cartas de guerra a Josefina
Napoleón Bonaparte se personó al frente de sus ejércitos y escribió varias cartas a su esposa sobre el desarrollo de la campaña
En octubre de 1806 se libraron varias batallas entre los ejércitos napoleónico y prusiano que deterioraron la imagen del genio militar de Prusia. Napoleón Bonaparte se personó al frente de sus ejércitos y escribió varias cartas a su esposa sobre el desarrollo de la campaña. No obstante, en su mente ya fraguaba la idea de divorciarse de ella para casarse con una mujer más joven con la que tuviera un heredero para el Imperio que estaba formando.
Después de vencer a Austria y Rusia en 1805, Napoleón esperaba una paz duradera, pero los ingleses continuaron oponiéndose a la hegemonía francesa en Europa continental. Y así, Prusia, Rusia y Gran Bretaña respondieron a la extensión del Imperio francés formando la Cuarta Coalición en 1806.
Federico Guillermo III de Prusia, hasta entonces neutral, temeroso de la fuerza que Francia adquiría en el centro de Europa y ante los problemas económicos que derivaban de acuerdos con Francia, envió un ultimátum a Napoleón para que retirara sus tropas del otro lado del Rin, pero el Emperador, considerándolo una provocación, respondió con las armas. «Berthier –le dijo a su jefe de Estado Mayor– nos han dado una cita de honor para el 8 de octubre; y jamás un francés ha dejado de acudir a ninguna cita».
Los soldados franceses acudieron al campo de batalla con excelente confianza en sí mismos, al redoble de tambores y trompetas. Los coraceros franceses –caballería ligera– fueron saludados con entusiasmo por los habitantes de París, al igual que la infantería, los granaderos imperiales, los hulanos, los húsares, los mamelucos –voluntarios egipcios–, la artillería imperial, la caballería polaca, el Estado Mayor imperial, y, a su frente, Napoleón, que odiaba la burocracia parisina y se encaminaba contento hacia la batalla.
En pocas semanas, escribió a la Emperatriz Josefina: «Las cosas marchan muy bien. Creo que en pocos días, con la ayuda de Dios, el pobre Rey de Prusia se encontrará en una situación terrible. Lo siento por él, porque es un buen hombre. La Reina se halla en Erfurt con el Rey. Si desea ver una batalla, tendrá ese cruel placer».
El Ejército francés se introdujo en territorio alemán rápidamente y estableció una guerra relámpago. En el pensamiento del Emperador residía la convicción de que debía aplastar a los prusianos antes de que se les unieran los rusos que se acercaban desde el Este. Además, contaba con un factor importante como eran las vías fluviales, es decir, tanto el río Rin como la zona del Main estaban controladas por los franceses.
Los franceses perdieron 12.000 hombres entre muertos y heridos. Los prusianos unos 27.000, además de 25.000 prisioneros
Napoleón realizó una maniobra de ataque fingida por un flanco; el enemigo, al retirarse, encontró cortadas sus líneas de comunicación. Así ocurrió en Saafeld, primero, y después en la batalla de Jena el 8 de octubre de 1806. 130.000 prusianos se enfrentaron a 97.000 franceses. Cinco días después las tropas francesas tomaban la ciudad de Jena y el día 27 Napoleón entraba en Berlín. Los franceses perdieron 12.000 hombres entre muertos y heridos. Los prusianos unos 27.000, además de 25.000 prisioneros. Napoleón escribió a su esposa: «Querida, he desplegado una excelente estrategia contra los prusianos. Ayer obtuve una gran victoria. Estuve muy cerca del Rey de Prusia; por muy poco no logré capturarle a él y a la Reina... Me siento maravillosamente bien».
Se sentían tan bien que su físico estaba cambiando: los pintores comenzaron a dibujarle más gordo, con menos pelo y con el cuerpo más deteriorado por las marchas, contramarchas y sueños de cuatro horas tan sólo. Pero estaba en la plenitud de su poder. Había derrotado a los míticos soldados prusianos, los herederos del Rey Federico el Grande, los mejores del mundo. ¿Acaso Napoleón no había copiado el sombrero pequeño y la levita gris del rey filósofo?
El Emperador no dejó de dormir en el palacio de Postdam, residencia de Federico II, y envió su espada a los Inválidos de París. Los boletines del Gran Ejército francés reflejaron la alegría exultante del Emperador, que se tradujo en un buen humor informal y prepotente, al tiempo que en ciertos actos de generosidad. Cuando el Príncipe Hatzfeld iba a ser fusilado por espionaje, Napoleón entregó a su esposa la carta que mostraba la culpabilidad de su marido y le dijo: «Señora, arroje esta carta al fuego».
Todo estaba pensado. Quería imitar más al Emperador romano Augusto que a Federico el Grande, en esa ocasión. Grandeza y magnanimidad. ¿Era un comediante? ¿O un político astuto? Tal vez, pero interpretó con inteligencia los dos papeles, siendo consciente de su representación.
Napoleón, para humillar a la realeza prusiana, entró en Berlín bajo los sones de la Marsellesa, un himno republicano. ¿Iba a retomar el Emperador su papel de general de la Revolución? En opinión del poeta Stendhal, si en aquel día Napoleón hubiera depositado su confianza en la gente y hubiera colocado en Berlín y Viena a dos hombres leales en sustitución de los monarcas, se habría vuelto invencible.
Pero Napoleón soñaba con ser aceptado en el restringido y selecto club de los soberanos europeos. Pero, para ello, tenía que derrotar todavía a los británicos, por lo que, en la misma ciudad de Berlín, el 21 de noviembre de 1806, decretó el bloque continental contra Gran Bretaña, tratando de herirla dónde más le pudiera doler: en su capacidad comercial. La idea era ahogarla económicamente pero no todos sus socios europeos se mostraron dispuestos a seguir los dictados del emperador. Esa política llevó a Napoleón a nuevas guerras en Dinamarca, Portugal y España.