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Horrible matanza de los jesuitas en la iglesia de San Isidro de Madrid, litografía de Carlos MúgicaWikimedia Commons

1834, un año fatídico en la historia de España: la matanza de frailes en Madrid

La primera mitad del siglo XIX se distinguió por la actividad de las sociedades secretas y los círculos conspiratorios de uno u otro tipo. Una de sus herramientas era la difusión de noticias, más o menos «arregladas», mezcladas con infundios y rumores

El año 1834 fue bastante dramático para España. A la inestabilidad producida por la incipiente revolución liberal y el inicio de la I Guerra Carlista se unió el embate de la primera gran epidemia de cólera morbo.

A principios del verano, la enfermedad se extendió en pocos días por toda la Península, sembrando por doquier desolación y espanto. Se trató de una epidemia mortífera, que segaba la vida de casi todos los infectados en el breve plazo de unas pocas horas. La gente abandonaba incluso a sus seres más queridos y los que tenían alguna posibilidad abandonaban las ciudades. También la Corte y el Gobierno abandonaron Madrid para refugiarse en La Granja.

El cólera de Palermo de 1835 (litografía)

La primera mitad del siglo XIX se distinguió por la actividad de las sociedades secretas y los círculos conspiratorios de uno u otro tipo. En los años 30 eran muy activos los comuneros, los isabelinos y la masonería, que compartían una verdadera obsesión anticlerical. Una de sus herramientas era la difusión de noticias, más o menos «arregladas», mezcladas con infundios y rumores.

El ambiente crispado de aquel caluroso julio facilitó la extensión de este tipo de rumores que achacaban la epidemia al envenenamiento del agua de las fuentes madrileñas por algún poder maléfico. Al tomar cuerpo esta estúpida creencia, algunas voces interesadas comenzaron a asociar el nombre de las comunidades religiosas como posibles causantes del cólera.

Algunas voces interesadas comenzaron a asociar el nombre de las comunidades religiosas como posibles causantes del cólera

La situación estalló el día 17 de julio, un día de «negros nubarrones y atmósfera cargada de electricidad», según uno de los testigos de aquella infausta jornada. Una discusión estalló en la Puerta del Sol junto a la famosa fuente de la «Mariblanca», cuando se acusó a un niño mendigo de envenenar el agua de uno de los aguadores, en lo que probablemente no fue más que una gamberrada infantil. La discusión se exacerbó llegándose al linchamiento del niño y a agresiones a los que pretendieron defenderle.

Al tumulto se fueron sumando más personas, algunas de ellas conocidos miembros de la milicia nacional, creada a imagen de la Revolución Francesa. Pronto arreciaron los gritos de «mueran los frailes» y una enardecida multitud se dirigió al cercano convento de la Merced, situado en la calle Mayor. Forzadas los accesos, se extendió por el convento un saqueo salvaje y homicida en el que perecieron los monjes presentes a tiros y navajazos, al tiempo que se destrozaba todo el mobiliario del edificio sin respetar libros, ni obras de arte.

Desde allí la turba se desparramó en diferentes direcciones, especialmente hacia el cercano colegio imperial de los jesuitas, en la calle de Toledo, donde varios frailes fueron asesinados a sablazos mientras otros eran torturados hasta la muerte. Por la tarde continuaron los sanguinarios asaltos con el saqueo, entre otros del convento dominico de Santo Tomás de Atocha. Hacia las 9 de la noche los grupos de saqueadores se centraron en el convento de San Francisco el Grande, donde cayeron más de 50 franciscanos ante la mirada indiferente de las fuerzas de orden público.

La degollación de los frailes, en San Francisco el Grande (Madrid). Reproducción de una obra de Ramón Pulido

Por la noche continuaron los asaltos, aunque con pocas víctimas por haber escapado la mayoría de los frailes. Los capuchinos del Prado optaron por la heroicidad de abrir sus puertas y esperar rezando en el templo lo que el destino pudiera reservarles.

El Gobierno reaccionó tardíamente declarando el estado de sitio y destituyendo a las autoridades civiles y militares por su torpe inacción. El capitán general de Madrid llegó a ser encarcelado, pero en los juicios que se sucedieron la mayoría de los juzgados fueron exonerados o condenados a penas leves. Espronceda, condenado por instigador solo sufrió un breve destierro.

El periódico Eco del Comercio reducía el linchamiento de los religiosos a «algunas desgracias» y consideraba probada su responsabilidad en el envenenamiento de las aguas

Quedó pendiente la responsabilidad de los hechos, sobre los que aún hoy perdura la división entre los historiadores que consideran que hubo una planificación orquestada por las sociedades secretas, como Ian Gibson, y los que piensan que se trató de disturbios espontáneos.

La lectura de la prensa progresista puede resultar reveladora. Por ejemplo el Eco del Comercio, uno de los más conspicuos diarios liberales, que había contribuido en los días anteriores a difundir los bulos anticlericales. Al día siguiente transformaba a las víctimas de la carnicería en «enemigos de la Patria», reducía el linchamiento de los religiosos a «algunas desgracias» y consideraba probada su responsabilidad en el envenenamiento de las aguas.

No fue la única matanza de frailes acaecida durante la revolución liberal. En años posteriores se reprodujeron sistemáticamente las revueltas anticlericales, con su cortejo de asesinato de sacerdotes, saqueos, vandalismo y destrucción de edificios religiosos, muchos de ellos de valor incalculable, como el Monasterio de Poblet, que incluía entre sus muros el maravilloso mausoleo de los Reyes de Aragón. Esta persecución incalificable se remató con la desamortización de Mendizábal y sus nefastas consecuencias. Todo ello contribuyó a crear un foso, difícil de colmatar, entre los españoles de uno y otro signo. Una herida profunda que ha sido determinante para nuestra historia posterior.