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Retrato de Annio de Viterbo

Retrato de Annio de ViterboWikimedia Commons

Annio de Viterbo, el falsificador que aseguraba que España la había creado un nieto de Noé

En una de sus obras trataba de sostener una historia mítica de España como nación muy antigua, creada por Tubal nieto de Noé que originó una dinastía de reyes míticos (Íbero, Hispano, etc.), que acabaría con Gárgoris y Hadis o Habidis alrededor del año 1070 a. c.

La historia de Annio de Viterbo merecería un cuento de Borges por su extraordinaria habilidad que demostró para la mixtificación y el engaño enmascarado de verdad aparente. En primer lugar, en el propio nombre ya que se llamaba Giovanni Nanni pero lo latinizó hasta convertirse en Joannis Annius Viterbensis, conocido como Annio de Viterbo por haber firmado así su obra más famosa.

Fue un fraile dominico nacido en la ciudad de su apellido en 1437 y muerto en Roma en 1502. Gozó de la confianza de los Papas Sixto IV y Alejandro VI, para los que trabajó. Incluso se llegó a asegurar que murió envenenado por el segundo de ellos, insatisfecho por la personalidad del monje. Era un hombre muy culto, bien relacionado y buen escritor. Sin esas condiciones no hubiera podido realizar su Commentaria super opera diversorum auctorum de antiquitatibus loquentium, publicada en Roma en 1498 con una dedicatoria a los Reyes Católicos y costeada por Garcilaso de la Vega padre, entonces embajador ante la Santa Sede.

Cuando escribió esta obra ya había publicado otras por las que era conocido. Pero con el De antiquitatibus loquentium se superó. El libro, cuya mayor parte del texto está dedicado a Italia, trataba de sostener una historia mítica de España como nación muy antigua, creada por Tubal nieto de Noé que originó una dinastía de reyes míticos (Íbero, Hispano, etc.), que acabaría con Gárgoris y Hadis o Habidis alrededor del año 1070 a. c. Con ello pretendía demostrar dos cosas: una, que España era la nación más antigua del mundo, unida desde tiempo inmemorial; y dos, que su civilización era anterior e independiente de griegos y romanos. Dos disparates.

Tras esta extravagancia había una intención: pretendía afirmar el reinado de los Reyes Católicos como sucesores de una unidad territorial muy anterior y como sucesores de esos reyes fabulosos. Se acababa de llegar a América y era importante la labor propagandística, una especie de leyenda blanca.

Para este fin, Annio de Viterbo rescató las viejas tradiciones de historia mítica, recuperó a personajes que nadie puede afirmar que existieron y ordenó una cronología aproximada en un intento historiográfico que más tenía que ver con la ficción literaria que con la historio. Un ejercicio muy sofisticado de evemerismo, como recuerda el profesor Caballero López. Éste indica que las invenciones de Annio de Viterbo estuvieron presentes en la historiografía española de los siglos posteriores y serían aprovechados parcialmente por historiadores posteriores como Jiménez de Rada, el padre Mariana o Florián de Ocampo. Llegando a interpretaciones grotescas como la de fray Gregorio Argaiz en Población eclesiástica de España (1667), que afirmó que Adán y Eva fueron los primeros Reyes de España.

Las invenciones de Annio de Viterbo estuvieron presentes en la historiografía española de los siglos posteriores

Pero lo verdaderamente extraordinario de este autor fue la manera de darle autoridad a sus fantasías. Hay que tener en cuenta que su obra está compuesta de fragmentos de diecisiete libros que atribuía a autores clásicos cuyos escritos se creían desaparecidos. Al que más atención prestó fue a un caldeo llamado Beroso, de quien reprodujo (inventó) su obra. De tal manera que a Annio de Viterbo lo conocieron como Beroso, ya que no tenía nada que ver con un astrónomo citado por Flavio Josefo.

Hacer de la mentira una verdad

Su impostura incluía una compra de textos extraviados en el tiempo a un fraile armenio en Génova de autores como Manetón, un egipcio anterior tres siglos a Cristo, Arquíloco, Jenofonte, Methastenes, Fabio Pictor o Filón. También aseguró haberlos consultados en bibliotecas monásticas que los adquirieron tras ser expulsados los árabes de España y aparecer escondidos en tumbas y otros lugares. Escribía lo que quiso que hubieran escrito los historiadores antiguos. Manipuló, imitó estilos, utilizó lenguas muertas imbuido en una manera de escribir de épocas pasadas. Fue un gran falsificador de literatura, un maestro de la ficción revestida de realidad incomprobable.

Escribía lo que quiso que hubieran escrito los historiadores antiguos. Manipuló, imitó estilos, utilizó lenguas muertas imbuido en una manera de escribir de épocas pasadas

Su extraordinaria capacidad de invención consiguió establecer claramente la historia de España desde el momento mismo de la creación del mundo. Hay que tener mucho ingenio, talento y conocimientos clásicos para inventar fragmentos de libros, crear maneras de escribir diferentes, establecer fuentes falsas, no repetirse en unos y otros y, además, comentar los textos apócrifos como si fueran reales a la luz de la sabiduría de su época. Un ejemplo para literatos sin imaginación y plagiarios de todas las épocas. Pero hay que tener también animo fraudulento al tratar de hacer pasar por verdad lo que era imaginado, es decir sin la licencia poética de la que hablaba Caro Baroja.

Julio Caro Baroja le dedicó un capítulo de su libro Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España) (Barcelona 1992). Entendía que las falsificaciones de la época no afectaban tanto a los hechos como a las interpretaciones. Su valor, por lo tanto, era político y no científico. Una mentira edificada para el bien común. De hecho, la publicación del falso Beroso causó una enorme fascinación por la cantidad de hechos y detalles de la antigüedad que enumeraba.

No faltaron defensores del falsario, ni testigos de haberlo visto consultar las obras mencionadas que nunca más se volvieron a ver. Sin embargo, pronto tuvo críticas y se desvelaron sus artificios, hechas por eruditos casi contemporáneos que colocaron al falso Berosio entre los autores que no merecían crédito. De tal forma que, desde casi el tiempo de la publicación, el libro quedó como curiosidad bibliográfica y rareza literaria. Y, también a pesar de los detractores, siguió imprimiéndose y traduciéndose con éxito.

La falsificación de textos históricos para hacerlos parecer como verdaderos se constituyó en género. José Godoy Alcántara, en su libro Historia crítica de los falsos cronicones (Madrid 1868), ya recogía y analizaba los casos más famosos. Esta obra dio pie a investigaciones posteriores que completaron lo recogido por Godoy al hablar de Lucio Deciro, Marco Máximo, Luitprando, Julián Pérez, los libros plúmbeos, etcétera. Y sigue siendo una fascinante edificación de mentiras.

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