Entrevista a José Luis Agudín
«Los periódicos católicos fueron muy importantes en la II República para combatir la legislación anticlerical»
El doctor en Investigaciones Humanísticas ha realizado un extenso estudio en el que examina la historia de esta empresa informativa en «tiempos republicanos», así como su adaptación a la «modernidad para combatir contra el régimen de la Segunda República»
Entre los años 1931 y 1936, el carlismo entra en su penúltima resurrección, siendo «piedra angular» y herramienta fundamental para ello el rotativo El Siglo Futuro. A pesar de ser uno de los diarios más representativos del panorama contrarrevolucionario español entre los siglos XIX y XX, es también uno de los menos estudiados. Consciente de ello, José Luis Agudín Menéndez (Cangas del Narcea, Asturias, 1992), doctor en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo, ha realizado un extenso estudio, que publica con la editorial Prensas de la Universidad de Zaragoza y en el que examina la historia de esta empresa informativa en «tiempos republicanos», así como su adaptación a la «modernidad para combatir contra el régimen de la Segunda República», explica en conversación con El Debate.
–¿En qué estado se encuentra el carlismo durante los años de la II República?
–El temor que pudo generar la posible restauración de un régimen republicano, sobre todo para la cuestión religiosa, avivó la reunificación del tradicionalismo carlista que estaba dividido en tres ramas (jaimistas –carlistas propiamente dichos–, mellistas e integristas) y que digamos que la época de la restauración y las sucesivas escisiones que hubo en el Carlismo. De hecho, una de ellas es la que representa al periódico que he estudiado. Digamos que se quedaron en una situación de desventaja y digamos que la proclamación de la Segunda República reavivó ese movimiento.
–¿Cómo se adapta el periódico a las diferentes etapas del carlismo?
–El Siglo Futuro se fundó en 1875 por Ramón Nocedal por cargo de su padre, Cándido Nocedal, y es el protagonista de una escisión con 1888 con otros periódicos. A partir de entonces representaba a la facción integrista que pasaba a denominarse Partido Católico Nacional en 1889 y persiste hasta 1932. El Carlismo, por su parte, tiene que afrontar otro periódico, El Correo Español, que se extiende hasta 1921 y que fue fruto también de esa escisión del partido mellista 1919 y que por culpa de esas secuelas, desaparece.
Entonces el carlismo se queda sin un diario en Madrid. Y cuando se proclama la II República los carlista disponían ya de un periódico de pequeñas dimensiones que se publicaba semanalmente llamado El Cruzado español y que era una lanzadera para recuperar lo que fue El Correo Español. Pero la vuelta al integrismo y de El Siglo Futuro, el diario pasó a ser el órgano de la Comunión Tradicionalista Carlista, como pasa a denominarse en la década de los 30, aunque oficialmente no lo reconociera y que mantuviera independencia.
–El Debate, Ahora, El Siglo Futuro... ¿Qué papel desempeñaron los periódicos católicos durante la II República?
–Sin los periódicos que estaban, digamos, en una editorial católica... Aparte de El Debate estaba también El Diario de Valencia, que lazó adelante a la derecha regional valenciana y que era un origen carlista, que tenían mucho alcance que El Siglo Futuro, también en términos de tirada estaban bastante años luz y eran periódicos más modernos y había una rivalidad. Pero lo cierto es que ante la cuestión religiosa tuvieron una capacidad de movilización muy importante y además contaron con la venia vaticana.
Es verdad que hay un momento de entendimiento a poco de proclamarse la República, de camino a las elecciones constituyentes se formó una agrupación electoral, Acción Nacional, y El Siglo Futuro se dispuso a colaborar con El Debate.
Pero vamos, es muy importante el papel de estos periódicos, no solamente desde el punto de vista político, sino también de desde lo que se refiere al combate de la legislación anticlerical.
Desde un primer momento la intención era derribar a la República
–En 1931 el carlismo a priori estaba un poco debilitado, ¿el periódico ayudó a revivir su fuerza y relevancia?
–Sí, yo creo que sí. En términos de tirada, según lo que recoge la estadística de la prensa periódica de España en 1927, pero que se publica en 1930, tenía una tirada de 6.000. Luego es cierto que durante la Segunda República se extendió. El legitimismo del carlismo en aquellos no generaba, digamos, grandes adhesiones y eran conscientes de que... Más allá de geografías de la contrarrevolución, pensamos en el sur del País Vasco, sobre todo en Navarra, la zona de implantación donde había representación y otras nuevas que aunque ya había carlistas antes, empezaron a tener representación, sobre todo a partir de 1933, no como por ejemplo el caso de Andalucía.
En ellas empezó a haber un ascenso. Yo creo que no tanto por el elemento monárquico, sino por otro tipo de cuestiones: se reactiva la militarización, y a partir de 1933, con el ascenso de Manuel Fal Conde, pues hay una política más tendente al militantismo más puro, más combativo, que ya lo era, pero alcanzó otro rango. Pero lo cierto es que desde un primer momento la intención era derribar a la República.
–¿Cómo se financiaba el periódico?
–Contaba con la suscripción, que era el método de venta habitual, con la lealtad que aquello suponía. Se abrió hacía tiempo a la venta callejera y la publicidad, que parecía denostar porque era más propio de medios liberales, de medios más empresa, parece que empezó a tener mucha significación.
A partir de 1928 llega un administrador que va a tener mucha importancia, Gustavo Sánchez Márquez, y va a introducir numerosas páginas publicitarias. Aunque se da cabida a anunciantes liberales, lo que preponderó fue a dar cabida a la publicidad de personalidades adscritas al integrismo.
Por otro lado, también rechazaron suculentos contratos publicitarios con casas cinematográficas, porque aquello iba en contradicción con lo que ellos defendían y no podían recomendar en tiempos que ellos percibían como de persecución –daría una sensación de contaminación entre los propios tradicionalistas– dar a conocer películas que estaban condenados en el índice de los libros prohibidos, de películas inmorales o que atentaran contra España, como pasó por ejemplo con el caso de Tu nombre es tentación.
La libertad estaba proclamada, pero lo cierto es que desde un primer momento el régimen se dotó de unos mecanismos que demostraban que no todo valía
–¿Había libertad de prensa en el sexenio de la II República?
–La libertad estaba proclamada, pero lo cierto es que desde un primer momento el régimen se dotó de unos mecanismos que demostraban que no todo valía. Es cierto que había exaltación en contra por parte de medios no solamente del tradicionalismo carlista más exacerbado, sino también desde un convencionalismo oportunista más a machos o a trabajador, sino también desde el anarquismo que fueron perjudicados desde un primer momento no y en eso coincidía con los ataques que se dirigían de un lado y otro.
Hubo un estado de excepción, estados de alarma en la publicación y esto condicionaba que todos los ejemplares fueran –de este periódico en particular– revisados.
Hubo dos grandes suspensiones con la Ley de Defensa de la República en 1931 y otra en 1933, a raíz de la sanjurjada.
–Se les consideraban cavernícolas y oscurantistas, ¿era cierto?
–Se les tachaba de esto por la línea editorial, porque en un primer momento fue polémica. Y digamos que hay percepciones que recojo ahí, que se ajustaban bastante a lo que sucedía. Sobre todo por la presencia de clérigos que no eran del gusto de todos los católicos. Estaba también el asunto de la tergiversación que el periódico hacía. Y luego estaba también, por supuesto, la personificación del integrismo y la idea de que eran más papistas que el Papa queda clara con algunas de las visiones que se ofrecían sobre el diario.
Pero esto no se contraponía –incluso los medios liberales, republicanos no tenían ningún pudor ahora de reconocerlo– a la capacidad que tuvo el periódico para modernizarse y en este libro muestra los años que más metamorfosis experimentó el periódico. De pasar de un periódico de seis páginas a uno de 32. El periódico tuvo que convivir con una ideología siempre escorada a quitar cualquier convivencia con el error.