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La muerte de Tiberio por Jean-Paul Laurens, describe el asesinato del Emperador por órdenes de Macrón

La conjura contra Tiberio, el Emperador romano que renegaba de su cargo

Del año 14 al 96 siete de diez emperadores romanos murieron asesinados y a casi todos ellos les sucedieron sus asesinos, lo que nos da una idea del ambiente político

A Tiberio lo ha calificado el doctor Marañón como un resentido, un hombre que utilizaba su poder para cobrar venganzas y vencer viejos complejos y humillaciones. Evidentemente fue algo más, un Emperador sin ganas de serlo en una época convulsa llena de luchas por el mando, un hombre desconfiado y arbitrario. Del año 14 al 96 siete de diez emperadores romanos murieron asesinados y a casi todos ellos les sucedieron sus asesinos, lo que nos da una idea del ambiente político.

Los historiadores romanos no dejaron un buen recuerdo de Tiberio. Es posible que muchas de las cosas fueran inventadas, agrandadas o deformadas al escribirlas. Bien por intención política, bien porque la tradición oral se formó por los críticos más que por los favorables. Esta imagen continuó y Jean Baptiste Crevier, en su Historia de los emperadores romanos (Versión española de 1795), decía que «las prendas del entendimiento, y todos sus talentos, nada valen, y aun llegan a ser funestos y perniciosos, si se encuentran juntos con un corazón perverso».

Nadie actuaba movido por el interés común y el bien del pueblo, la ambición personal de relevancia mundana y dinero habían sustituido al ideal. Los poderosos lo sabían, temían la traición quizás porque ellos mismo la usaron para acceder a una magistratura. Frente a esa inseguridad, los emperadores trataban de rodearse de un cuerpo fiel de pretorianos que los defendieran y protegieran.

Frente a esa inseguridad, los emperadores trataban de rodearse de un cuerpo fiel de pretorianos que los defendieran y protegieran

Hasta que empezaron a sospechar también de las ambiciones de los jefes de la guardia. El otro elemento de seguridad era la delación y promovían a los que llevaban noticias a oídos del Emperador sobre conjuras verdaderas o falsas contra sus personas. «El resentido en el poder acude enseguida a sus hermanos de resentimiento, que son los delatores», decía Marañón. Los delatores eran premiados por encima de las leyes que vulneraban. Tácito, al escribir sobre Tiberio en sus Anales, habla de «la ingrata materia que ocupaba su atención».

Tiberio se fiaba del jefe de su guardia pretoriana, Sejano. La fuerza de las armas y la proximidad, hicieron que fuera su hombre de confianza en quién descargar el espionaje y la ejecución de acciones sucias. Un amoral de los que anteponen su ambición personal a cualquier ideal. Pero solo los amorales pueden ascender a este tipo de cargos basado en la obediencia, la confianza y la ausencia de frenos legales.

Llegó el momento en que los hombres de segunda fila, como Lucio Elio Sejano, se creen mejores que sus amos y tratan de sustituirlos mediante intrigas. Tiberio le había dado un gran poder en Roma y él se sintió apto para conseguir lo que le faltaba. Y solo había una vía: la traición. Nombrado jefe de pretorianos, la lealtad hacia Tiberio y su defensa a muerte le hizo valedor de la confianza del emperador.

Solo los amorales pueden ascender a este tipo de cargos basado en la obediencia, la confianza y la ausencia de frenos legales

Utilizó la adulación y la pleitesía para hacerse indispensable y eliminar rivales. Sejano era temido porque podía acabar con la vida de cualquiera. Su ambición para suceder a Tiberio tenía algunos obstáculos, pues no era familiar de aquél. Intentó entrar en la familia Julio-Claudia mediante el matrimonio con Livila, viuda de Druso. Tiberio se opuso por considerar a Sejano un simple équite. Esta negativa le causó al pretoriano un resentimiento paralelo al del emperador. En el año 27 Tiberio se trasladó a su retiro en Capri y Sejano, que lo acompañaba, se encarga de toda la correspondencia y el control del Imperio. Tiberio cayó en la misantropía y la paranoia, era incapaz de llevar el gobierno con normalidad. Encontró a su alrededor la misa perfidia y crueldad que derrochó. Solo se fiaba de los astrólogos, huyendo de la racionalidad, y éstos le aconsejaron nombrar sucesor a Calígula.

Pero la proximidad al poder implicaba un peligro grave y constante. Un cambio de opinión, alguna información cierta o sesgada, un gesto que no le gustó o cualquier otra circunstancia hizo que Tiberio cambiara su predilección por el favorito y lo dejara caer. Tal vez, no es seguro, descubriera una conspiración de Sejano para acabar con su vida y sustituirlo en el cetro. Le dieron noticia con detalles y cómplices. Era un aviso a los demás magistrados: cualquiera podía ser acusado de traición.

Tiberio cayó en la misantropía y la paranoia, era incapaz de llevar el gobierno con normalidad

En ese momento apareció otro personaje igual de siniestro: Quinto Nervio Cordo Sutorio Macrón, prefecto de los vigiles, un cuerpo de policía que protegía Roma de los ladrones nocturnos. Se incorporó a los pretorianos para llevar a cabo la ejecución del Sejano. Con un engaño, hacerle creer que lo iban a nombrar sucesor del emperador, lo llevó al Senado. Sejano se dio cuenta del engaño cuando era tarde. En el Senado protegido por los vigiles, Macrón leyó una carta del propio Tiberio que destrozaba su reputación. Los senadores primero, y el pueblo después se arrojaron sobre el caído en desgracia. Lo sacaron arrastrándolo hasta el Templo de la Concordia y fue condenado a muerte. Su cuerpo fue arrojado desde el Monte Capitolio al Foro. Le siguió toda su familia, menos Luvila a quien se dejó morir de hambre. Roma otorgó a Sejano la damnatio memorae, y se derribaron sus estatuas.

Detención de Sejano, aguafuerte de G. Mochetti sobre dibujo de Bartolomeo Pinelli

Macrón pasaba al cargo de Sejano, prefecto del pretorio. Las intrigas palaciegas le auparon al lado del emperador. Pero la ambición personal no respetaba leyes, moral o costumbre. El poder personal se imponía a cualquier norma y nadie estaba seguro en la Roma de la época. El arbitrio del poderoso sustituía a los derechos y suprimía las libertades. Toda la fuerza del Estado, al servicio de una persona y su camarilla, se empleaba el cortar el albedrío del individuo.

Solo cabía la obediencia ciega, la sumisión. Macrón ostentaba poder en palacio e influencia imperial. Su carácter amoral, como el de todos los palaciegos en general, se acompañaba de una codicia no tenía límites. Se dice que Macrón asesinó a Tiberio para asegurar la sucesión de Calígula. Incluso se aseguró su influencia, según Suetonio, al permitir que su esposa Eunia fuera amante de Calígula. No duraban las voluntades en Roma y Macrón fue asesinado por orden de Calígula cuando creía ir a Egipto como gobernador. Debían pensar que unos meses de gloria era preferible a una vida anodina.