Fundado en 1910

Asedio de Toulon (1793), obra de Jean-Antoine-Siméon

Los comienzos de la leyenda: Napoleón, héroe de Toulon

Fue la primera gran contribución del general corso a la Revolución francesa y a su desarrollo por Europa: su nombre comenzó a circular por París y la toma de la ciudad fue considerada como una decisiva victoria

Una de las escenas que recrea la película Napoleón (2023), dirigida por Ridley Scott, es el sitio de Toulon, desarrollado entre el 18 de septiembre y el 18 de diciembre de 1793 en el sur de Francia. Fue la primera gran contribución del general corso a la Revolución francesa y a su desarrollo por Europa.

Desde 1792, la Francia revolucionaria declaró la guerra a Austria, provocando la Primera Coalición europea contra su expansión. A ella se unieron Prusia, Gran Bretaña, la República Holandesa, España, Austria y otros pequeños estados durante cinco años, temerosas del radicalismo anticatólico y antimonárquico de la Convención.

En ese contexto, el joven oficial de artillería Napoleón Bonaparte solo aceptó puestos completamente secundarios. En Niza, al servicio de las baterías de artillería costeras, se encargó de encender los hornos para poder disparar proyectiles incendiarios contra los barcos ingleses; en Aviñón organizó convoyes para el ejército francés que se preparaba para luchar en Italia contra los austriacos.

Napoleón en el sitio de Toulon

A este conflicto exterior se unió el estallido de una guerra civil entre blancos y azules, entre contrarrevolucionarios monárquicos y católicos frente a jacobinos, por lo que el Este y el sur de Francia se sublevaron contra la República. El comisario político Salicetti, corso y amigo de Bonaparte, propuso que se nombrara jefe de batallón a su compatriota, al que definió como el único capitán de artillería capaz de disponer y planificar operaciones en el ejército revolucionario del sur. El nombramiento fue acompañado de un destino en el frente de Toulon.

Esta ciudad, tras sublevarse, había pedido ayuda a los españoles y a los británicos, hecho que suponía un grave peligro para la Revolución, sobre todo porque –al mismo tiempo– la ciudad de Lyon se había alzado enarbolando la bandera blanca de los monárquicos, extendiéndose la guerra civil en Provenza.

España, Gran Bretaña y el reino de Piamonte-Cerdeña habían decidido enviar fuerzas armadas en ayuda de Toulon y de los monárquicos, por lo que la República envió al general Carteaux para que asediase y reconquistase ese puerto. Carteaux era un militar valeroso, pero poco inteligente, y no entendía por qué el joven jefe de los artilleros afirmaba que la posición clave para ganar la ciudad era la punta de la Eguillete, y que por tanto era por ahí, y no sobre la ciudad, donde se tenían que concentrar todo el esfuerzo bélico.

El joven capitán de artillería tenía razón y así lo tuvieron que aceptar otros altos oficiales. El episodio puso de manifiesto una de las facetas del genio militar de Bonaparte: para vencer a un enemigo resultaba necesario estudiar todo el campo de batalla, preparándose para cualquier eventualidad. Cuando había pasado por Toulon anteriormente como un simple viajero, había examinado el puerto buscando posiciones adecuadas para las baterías.

Se había dado cuenta de que desde la punta de la Eguillete se podían lanzar bombas incendiarias sobre los buques de la rada y obligarlos a abandonar el puerto. Muy seguro de sí mismo, Napoleón envió un informe a sus superiores de París, con su proyecto de bombardeo de Toulon en el que se contenían unos primeros consejos de carácter general que expresaron sus pensamientos tácticos de entonces: «No resulta conveniente diseminar los ataques, sino, antes al contrario, reunirlos. Cuando se consigue abrir brecha, el adversario pierde el equilibrio, su resistencia se vuelve inútil, la partida está ganada. Hay que dividirse para vivir y concentrarse para combatir. No hay victoria sin unidad de mando. El tiempo es el factor principal».

Aunque Carteaux no comprendió nada en un primer momento, su sucesor, Dugommier, se dejó convencer por la tenacidad y la claridad de Bonaparte y, efectivamente, todo sucedió tal y como él había predicho. Se tomó la posición, se hizo prisionero al general británico O´Hara y el fuerte Mulgrave sucumbió al asedio. Napoleón –que personalmente disparó el cañón– resultó herido durante el combate y atrapó la sarna, la cual no le abandonaría en muchos años.

El 18 de diciembre, los ingleses abandonaron Toulon y la Asamblea consiguió el dominio de esta posición tan deseada. Habían sido solo veinticuatro horas de lucha y todo se había desarrollado como había calculado el joven Bonaparte. Aunque él no había sido el jefe de la victoria, se llevó buena parte de sus laureles merecidamente y su nombre comenzó a circular por París, donde la toma de Toulon se consideró como una gran y decisiva victoria.

El arsenal en llamas el 18 de diciembre de 1793

Durante esos tres largos meses de sitio, Bonaparte se relacionó e intimó con una serie de oficiales que le seguirían fielmente durante toda su vida, formando sus primeras amistades. Nada más fuerte que los lazos de guerra, cuanto se está en el mismo bando, y se comparte la visión de la muerte y el horror. Desaix, Marescot, Leclerc, Suchet, Marmont, Muiron... muchos fueron los que allí se pegaron definitivamente a su sombra y a su destino, pero ninguno como el entonces joven sargento Junot y Muiron.

Se cuenta que Junot tenía una magnífica letra y que copiaba las órdenes de Napoleón sobre una gruesa batería. Una bala de cañón cayó junto a él y levantó una nube de polvo que manchó el papel. Junot, dijo, riéndose, «Ahora no necesitaremos arenilla para secar la tinta».

Napoleón se quedó asombrado del valor y la reacción de Junot, desde ese momento. Pero la gloria ya comenzaba a tocar el destino del ambicioso capitán y fue ascendido a general de brigada, a propuesta no solo del comisario Salicetti, sino también de otros dos más: el más joven de la familia Robespierre y Barras. Sus compañeros de guerra también recibieron sendos honores. Muiron fue nombrado jefe de su Estado Mayor y le sirvió fielmente hasta su muerte, en el campo de batalla de Arcole. Mientras tanto, las victorias de los revolucionarios en el Sur fueron paralelas a otras en el Norte: el general Jourdan venció en Fleurus, abriendo las puertas a la ocupación de Bélgica.