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Asalto al monasterio de Santa Engracia de Louis-François, baron Lejeune

Cuando España demostró al resto de pueblos europeos que se podía derrotar a los franceses de Napoleón

Napoleón no pudo completar nunca la conquista total de la Península Ibérica al requerirse su presencia en París pues, ante el ejemplo español, en enero de 1809, el Imperio austriaco se rebeló contra su autoridad

Al conocer la derrota de sus ejércitos en la batalla de Bailén (julio de 1808), Napoleón comenzó a organizar un ejército para enfrentarse a sus enemigos en España. Pese a ello, los españoles tuvieron una oleada de optimismo que nunca les abandonaría, a pesar de las derrotas siguientes y lo largo de toda la guerra de Independencia (1808-1814).

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se alzó contra los franceses, que hicieron una verdadera masacre popular para acabar con la rebelión. Pero su ejemplo fue conocido, a gran velocidad, por las provincias en donde, ante la falta de una autoridad legítima, se formaron Juntas de resistencia. La del Principado de Asturias declaró la guerra a Francia, lo cual fue imitado por el resto.

Los españoles lograron apoderarse de la flota francesa anclada en Cádiz y organizar un ejército de resistencia en Andalucía. Allí, fueron enviadas unas fuerzas militares francesas al mando del general Dupont, que saquearon Córdoba y Jaén, pero sufrieron la más humillante de sus derrotas en la batalla de Bailén, en el mes de julio, ante los españoles, los cuales lograron 18.000 prisioneros. Al mes siguiente, los británicos y portugueses vencieron a los franceses en Cintra, animando con su ejemplo al resto de pueblos europeos: ¡Los franceses podían ser derrotados!

Ante la gravedad de los hechos, Napoleón manifestó su cólera en las Tullerías. El Rey José Bonaparte había tenido que abandonar precipitadamente la corte de Madrid, concentrando sus ejércitos en el Norte. Las fuerzas napoleónicas que se movilizaron, en esta ocasión, fueron mayores que las que, hacía meses, habían entrado en España. La Grande Armée –160.000 hombres– cruzó la frontera pirenaica en octubre, a cuyo frente se encontraba Napoleón que se enfrentó a las fuerzas españolas en el paso de Somosierra –defendido por 8.000 españoles– el 30 de noviembre.

Somosierra, por January Suchodolski, 1860Wikimedia Commons

El 1 de diciembre de 1808, se constituyó en Madrid una Junta permanente de Defensa, la cual acordó distribuir entre los civiles unos 8.000 fusiles pero solo contaba con unos 4.000 soldados y oficiales. A mediodía del día 2 de diciembre, Napoleón llegó con la vanguardia de sus fuerzas a las alturas de Chamartín. A las tres de la tarde, ordenó el ataque a la división Lapisse del sector noroeste de Madrid.

Nuevamente, el día 2, los franceses se dirigieron al comandante de la plaza para intimarles a la rendición, que fue nuevamente rechazada, por lo que, al día siguiente, el Emperador ordenó romper el fuego contra el Retiro y el sector noroeste de la ciudad. Cuando la artillería dirigida por el general Sénarmont abrió brecha en las tapias del Retiro, los tiradores de la división Villatte entraron en el parque y, en menos de una hora, rechazaron a sus defensores más allá del Prado, quedando ocupados los principales accesos hacia el interior de Madrid por las calles de Alcalá, Carrera de San Jerónimo y Atocha. Mientras tanto, las puertas de Recoletos, Santa Bárbara y Fuencarral sufrieron un intenso bombardeo.

Napoleón ordenó suspender el fuego en toda la línea hacia las once de la mañana y dirigió al marqués de Castelar, defensor de la capital, una nueva invitación a la rendición, amenazándole con volar los principales edificios de Madrid con su inmensa artillería y sus minadores, además las columnas de asalto se encontraban preparadas para asaltar la ciudad.

El pueblo madrileño continuó disparando contra las posiciones ocupadas por los franceses hasta las dos de la tarde, en que sus jefes lograron hacerse obedecer y el fuego cesó, enarbolándose una bandera blanca en lo alto de la torre de Santa Cruz. El marqués de Castelar y otros personajes que no quisieron asistir a la rendición decidieron escapar por la carretera de Extremadura, junto a los 4.000 o 5.000 hombres que componían la guarnición de la capital y 16 piezas de artillería.

Rendición de Madrid, de Antoine-Jean Gros, 1810, óleo sobre lienzoWikimedia Commons

Napoleón repuso a su hermano en el trono, suprimió la Inquisición, los derechos feudales, cerró numerosos conventos y volvió a pensar que se había ganado a las masas con estas medidas. Una vez más demostró desconocer ese país indomable y la unanimidad exultante de su carácter rebelde. Los españoles rebeldes proclamaron que su rey legítimo era Fernando VII y no reconocerían otra autoridad.

Napoleón visitó El Escorial y permaneció unos momentos observando el retrato de Felipe II de España. Su mayor disgusto fue la fría e indiferente acogida del pueblo madrileño a su figura y séquito, lo que contrastó con el recibimiento al que estaba acostumbrado en las demás capitales europeas. Una vez más erró en su análisis sobre las reacciones del pueblo español cuando escribió que eran «Dignos de Don Quijote. Ignorancia, arrogancia, crueldad, cobardía; he ahí el espectáculo que nos ofrecían. Las tropas españolas nos combatían parapetándose en las casas, como los árabes; los campesinos no valían más que los felahs egipcios; los monjes eran ignorantes y disolutos; y los nobles degenerados, no tenían ni fuerza ni influencia».

Sin embargo, Napoleón no pudo completar nunca la conquista total de la Península Ibérica al requerirse su presencia en París pues, ante el ejemplo español, en enero de 1809, el Imperio austriaco se había rebelado contra su autoridad. Su destino le llevó de nuevo a combatir a sus enemigos europeos, por lo que el Emperador Napoleón debía dejar paso al general Bonaparte.