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Elio Gallego, Alejandro Rodríguez de la Peña y David Cerdá, en la presentación del libro 'Iniquidad'Paula Argüelles

Entrevista a Alejandro Rodríguez de la Peña

«Las masacres de inocentes que en la historia han tenido lugar parten siempre de la voluntad de poder»

El autor ha escrito una trilogía dedicada a la compasión, la crueldad y la iniquidad (maldad) de las primeras civilizaciones y como comportamientos inherentes a los diferentes pueblos y civilizaciones a lo largo de la historia

«La civilización no creó la crueldad ni, por supuesto, la eliminó nunca, solo la sofisticó», escribe Alejandro Rodríguez de la Peña en su nuevo libro: Iniquidad, el nacimiento del estado y la crueldad social en las primeras civilizaciones, en el que propone una mirada crítica y universal sobre la crueldad universal que forma parte de la humanidad desde Mesopotamia y hasta la actualidad.

Desde El Debate hemos querido preguntar al autor sobre esa violencia política y social que envuelve al ser humano, cómo se perfeccionó a lo largo de la historia y qué soluciones ofrece ante un mundo que parece indiferente a esa crueldad.

El catedrático Alejandro Rodríguez de la Peña, de la Universidad CEU San Pablo

–¿Cuál es el origen del Mal, con mayúsculas?

–Esa es una pregunta teológica y filosófica, no la puede responder un historiador con los instrumentos y la metodología de los que dispone. Ahora bien, a título personal, creo que existe el Mal con mayúsculas y que explica el origen del mal con minúsculas. En el nivel antropológico el mal con minúsculas parte de una premisa: la tendencia del ser humano a la dominación del que es más débil, la llamada voluntad de poder. Una voluntad de poder que, al encontrar resistencias, se transforma en violencia, crueldad y opresión.

La violencia legítima del Estado está justificada, siempre que sea para proteger a los débiles

–Hace alusión en el libro al pecado original. ¿Por qué no hay que olvidar el pecado original?

–Porque es la mejor explicación que se ha dado a la tendencia ubicua a la violencia y la crueldad en todas las culturas humanas históricas. El corazón humano está herido por una tendencia al mal que no es producto de una mala educación, del fanatismo o de una infancia de sufrimiento. Es una tendencia innata, propia de la condición humana. En su versión bíblica es llamado el pecado original, pero, dándole otros nombres, han defendido esta misma teoría filósofos griegos, místicos de Extremo Oriente y filósofos contemporáneos como Schopenhauer.

–Una herramienta de ese mal es la violencia. ¿Existe algún caso en que esté justificada?

–Es la principal de esas herramientas del Mal, pero, paradójicamente, en ocasiones es el antídoto contra su difusión contagiosa. Es lo que se llama en antropología religiosa el pharmakos, es decir, el hecho paradójico de que el mejor antídoto contra un veneno consiste en una dosis no letal de ese mismo veneno. La violencia legítima del Estado, es decir, la violencia defensiva contra el caos, por supuesto está justificada, siempre que sea para proteger a los débiles de los fuertes y no para oprimir o explotar. Esto ya lo explicó san Agustín en La Ciudad de Dios.

–¿Hay algo peor que la iniquidad de un Estado?

–La iniquidad de los ‘poderes privados’: clanes y tribus, señores de la guerra, bandas criminales, mafias…

–Aunque menciona que era un concepto universal, ¿entendían de la misma manera la maldad los griegos, los reyes carolingios, o los pícaros del siglo XVII...?

–Es que entre los griegos había dos visiones contrapuestas del mal y el bien éticos: la homérica y la socrática. No se puede decir, en este sentido, «los griegos». En cuanto a los carolingios y los pícaros del XVII la visión era muy parecida, porque ambas mentalidades estaban permeadas de cristianismo en diferentes grados.

–¿Vivimos en una sociedad más violenta que la de hace 100 o 1.000 años?

–Depende de donde miremos. En Occidente vivimos en una sociedad mucho menos violenta. En el África subsahariana hay más violencia que hace 1.000 años.

El corazón humano está herido por una tendencia al mal que no es producto de una mala educación

–¿A qué se refiere en el libro cuando habla de la «voluntad de poder homicida»?

–A que la voluntad de poder, la libido dominandi en expresión de san Agustín, está en el origen del homicidio político de los poderes constituidos tanto como de la mayor parte de los homicidios criminales. Las innumerables masacres de inocentes que en la historia han tenido lugar a manos de estados, tribus, clanes… parten siempre de la voluntad de poder.

–El crimen relacionado con lo macabro y la maldad es un género que se ha explotado a nivel cultural. ¿Por qué tanta gente se ve atraída por la maldad, aunque solo sea espectador?

–Por la misma razón por la que la gente pagaba por ver gente despedazada por las fieras, quemada viva o crucificada en el Circo romano. Hay algo dentro de nosotros que o bien disfruta o bien le da morbo presenciar el sufrimiento, el terror o la desgracia de otros. Los alemanes le han puesto nombre: Schadenfreude.

Al mal solo se le vence con compasión, y esta implica sufrir con el que sufre

–Hace un recorrido por los más sanguinarios y meditadas maldades de la historia. ¿Qué momento histórico a nivel cuantitativo fue el más malévolo?

–Sin duda, el siglo XX y sus totalitarismos genocidas. Aunque Gengis Kan y los Asirios no quedan demasiado lejos.

–En el libro se moja al decir que uno de los peligros actuales es la cultura woke, que ablanda a la gente a la hora de identificar el mal. ¿Cómo se soluciona este problema?

–Confrontando la cultura de la victimización de todos los colectivos que quieren aprovecharse de la moda de la ética solidaria con una auténtica ética compasiva que identifica y empatiza con el sufrimiento real y no el sufrimiento politizado o impostado. En una palabra, sustituyendo la solidaridad por la compasión.

–¿Es suficiente «hacer el bien» para confrontar la maldad?

–Si por hacer el bien se entiende la Regla de Oro, es decir, ‘ser solidarios’, simplemente ayudar a los demás sin sacrificios por nuestra parte, no es suficiente. Al mal solo se le vence con compasión, y esta implica sufrir con el que sufre y tiene una dimensión sacrificial que el mundo actual ha olvidado.