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Retrato de Baldomero Espartero (1841) por Antonio María EsquivelAyuntamiento de Sevilla

Obsesionado con el poder: cuando Espartero quiso ser un César o un Napoleón

Su idea de España y su gobierno no admitía crítica. Es el primero de los espadones militares convertidos en autócratas decididos a intervenir con las armas cuando la política nacional no iba conforme a su agrado

En el siglo XIX la milicia era posiblemente la mejor manera de ascender socialmente sin necesidad de emigrar por la actividad bélica continua. Los jóvenes de condición humilde en lo económico, pero valiosos y con ambición podían llegar de soldados a generales. Esto supuso una renovación social en las élites políticas y la ascensión de liberales a las más altas magistraturas del Estado. Quizás el ejemplo más claro sea el de Espartero.

Baldomero Espartero nació en 1793 en Granátula de Calatrava, provincia de Ciudad Real. Era hijo de un carretero pero su inteligencia le abrió la posibilidad de estudiar. En 1808, al grito de la patria en peligro, entró en la milicia para combatir a Napoleón en la batalla de Ocaña, lo que le abrió la puerta a la Academia Militar de Ingenieros trasladada a Cádiz.

En 1811 era teniente y empezó la carrera bélica habitual para los españoles de esa época: América y Guerras Carlistas. Estuvo en la batalla de Ayacucho que supuso la liquidación del régimen virreinal. Y en 1834 fue nombrado comandante general de Vizcaya y jefe supremo del Ejército del Norte. Tres veces fue ministro antes de que firmara en 1839 la paz que ponía fin a la I Guerra Carlista, en el acto conocido como el abrazo de Vergara con el general Maroto.

En ese momento, la fama de Espartero era enorme en España al considerarlo el salvador de la patria. Su carrera política no tenía obstáculo y con él los liberales progresistas llegaban a la presidencia del Consejo de Ministros en 1840. Ese mismo año, al renunciar la regente María Cristina, se convierte en regente del reino, en la llamada Revolución Gloriosa donde Espartero se impuso a Argüelles en la votación de las Cortes.

Comienzan las revueltas

Espartero se volvió un obseso del poder. Su idea de España y su gobierno no admitía crítica. Es el primero de los espadones militares convertidos en autócratas decididos a intervenir con las armas cuando la política nacional no iba conforme a su agrado. Pero, a la vez, era un hombre enormemente popular y una persona admirada por el pueblo. Quería ser un César, un Napoleón al que tanto combatió, un dictador en suma.

Empezó a despreciar el modelo parlamentario y esto avivó un rechazo popular, un descontento del que no había tenido noticia hasta el momento. Ese malestar llegó también al ejército y los generales que le había apoyado. Empezaron los pronunciamientos militares contra su gestión personal: Pamplona, Bilbao, Vitoria, Zaragoza, Madrid, Sevilla…

Revuelta en Barcelona de 1842

Se alzaron en revueltas comandadas por generales liberales que querían acabar con Espartero como regente: O’Donnell, Diego de León, Concha, Prim… En Madrid se pretendió dar un golpe con las tropas de Diego de León, un general prestigioso y de una buena hoja de servicios. Fueron derrotado por fuerzas fieles a Espartero y fusilado el 15 de octubre de 1841. Espartero se negó a indultarlo rompiendo una regla no escrita que estaba vigente y que perdonaba siempre la vida a los militares rebeldes.

Espartero reaccionó frente a su creciente aislamiento de manera soberbia y dictatorial. Barcelona se alzó frente a las medidas librecambistas del gobierno y sufrió un bombardeo desde Montjuich que destruyó quinientas casas. En Reus se produjo un alzamiento al mando de Prim en 1843. Después la revolución se extendió por Andalucía y Valencia, creando las Juntas Revolucionarias con el respaldo de los generales Narváez, Serrano, O’Donnell y Prim entre otros.

Espartero no era ya el soldado de fortuna, el caudillo valiente, el partidario idolatrado. Era el político aturdido, sin genio para vencer un contratiempo inesperadoJuan del Nido

Narváez se hizo con Valencia para entrar seis días después en Madrid. Espartero se contenía en Albacete, sin decisión. «Espartero no era ya el soldado de fortuna, el caudillo valiente, el partidario idolatrado. Era el político aturdido, sin genio para vencer un contratiempo inesperado», escribía Juan del Nido en Historia política y parlamentaria de S.A.D Baldomero Fernández Espartero (Madrid 1916). Después el general Concha puso en fuga a Van Halen que estaba bombardeando Sevilla. Espartero, al verse perdido por las deserciones en sus tropas, huyó. Es posible que en su ánimo estuviera evitar otra guerra civil. El 30 de julio de 1843 embarcó en Cádiz rumbo a Londres, llevándose con él gran parte del tesoro nacional.

De héroe a villano

¿Qué hizo que el general Espartero pasara de héroe a villano? Espartero siempre sostuvo que sus acciones estaban autorizadas por las Cortes. Sus oponentes afirmaban que había traspasado los límites de la Constitución y que, por lo tanto, la aprobación de los diputados seguidistas no era legítima. La solución fue disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones pero, con el parlamento disuelto el poder de Espartero no tendría control.

La situación económica y social del país era mala, el general había fracasado en las reformas y no había beneficio en la vida de la población, la deuda era muy alta y el déficit incontrolable. Las elecciones de 1843 dieron lugar a un gobierno efímero de Joaquín María López. Los progresistas acabaron divididos entre los que consideraban que el poder de Espartero, elegido por aclamación como regente, era intocable y los que proponían reformar el partido con bases más democráticas por considerar, en palabras de Pedro Díaz Marín en La Monarquía tutelada (Alicante 2015), que la regencia «fue una gran ocasión oportunidad perdida para los progresistas, muchos de ellos defraudados por la insuficiente parlamentarización de la monarquía».

Espartero volvió a España en 1849. Volvió al poder, pero el exilio calmó algunos de sus excesos en el mando

Uno de sus defensores, José Segundo Flórez en su obra Espartero (Madrid 1845), lo resumía sí: «ardiente defensor de las libertades nacionales y del trono de Castilla, precisamente por obrar con exceso en el interés de este y conforme a la política que usan los monarcas, que es dogal de los caudillos y de los magistrados populares, los cuales vienen a verse envueltos y precipitados, como Espartero, en la misma red y por la misma impulsión de los que, en odio a los pueblos, les aconsejan y encarecen violentas medidas de gobierno».

Su figura siempre contó con ardientes defensores que disculparon su tendencia autoritaria y poco democrática. La violencia, en el siglo XIX, era un arma política más. Espartero volvió a España en 1849. Volvió al poder, pero el exilio calmó algunos de sus excesos en el mando.