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Retrato de Paulina de Metternich, de Franz Xaver Winterhalter, 1860

Retrato de Paulina de Metternich, de Franz Xaver Winterhalter, 1860Franz Xavier Winterhalter

Dinastías y poder

¿Quién era apodada el «monito mejor vestido de París»?

Nieta del gran canciller austriaco, Metternich, su conversación ágil e hiriente, la convirtió en una personalidad temida y admirada que durante décadas protagonizó las portadas de los semanarios satíricos europeos

¿Una princesa batiéndose a duelo a pecho descubierto? Paulina de Metternich fue la socialité del París del XX. Mujer cultivada y cautivadora. Amiga de Dumas, Mérimée y mecenas de Wagner. Cuentan que fue ella quien presentó a Eugenia de Montijo al modisto Worth, quien en adelante se encargó de firmar todas las creaciones de la Emperatriz.

Sus ojos saltones y rostro afilado hicieron que se la conociese como «el monito mejor vestido de París». La jolie laide. Nieta del gran canciller austriaco, Metternich, su conversación ágil e hiriente, la convirtió en una personalidad temida y admirada que durante décadas protagonizó las portadas de los semanarios satíricos europeos. En 1904, escribió sus Memorias, un fresco fabuloso para entender el último eslabón de una dinastía que brilló en salones y palacios.

Retrato pintado por Edgar Degas en 1865

Retrato pintado por Edgar Degas en 1865

Paulina nació en Viena en febrero de 1836, cuando su abuelo, Clemente Metternich, manejaba la corte de los Habsburgo. Era hija de Leontine, la pequeña de las niñas que el embajador había tenido con su primera esposa, la aristócrata Eleonore von Kaunitz. Paulina se educó en una familia acostumbrada a los buenos modales y los valses que animaban los salones de Viena.

Pero a la hora de buscar esposo, todo quedó en familia: el elegido fue Ricardo Metternich, hermanastro de su madre e hijo también del gran estadista, con su segunda esposa, la condesa von Leykam, muerta de parto a los pocos días de su nacimiento. Con el título de princesa por concesión del Emperador, la boda en 1856 acarreó todo el interés de su tiempo. Él empezaba a consolidarse como el mejor heredero de su progenitor, con buenas dotes como diplomático en unos destinos que le llevaron a Dresde, Berlín y embajador de Austria en la Francia de Napoleón III. Parecía que después de tres décadas, los nombres de Metternich y Bonaparte volvían a cruzarse.

La llegada de Paulina a París se recibió con expectación en la capital francesa. Tenía fama de ser atrevida y lenguaraz. Mecenas de las artes y la música, se carteó durante mucho tiempo con Richard Wagner, al que trató de introducir en los elitistas círculos de la ópera francesa. Aficionada a las joyas y el buen vestir, era la principal clienta de Charles Frederick Worth, el modisto inglés afincado en París cuyos diseños causaban sensación entre las élites europeas y diseñador de cabecera de la Reina Victoria.

Dicen que fue Paulina la encargada de presentar al modisto a Eugenia de Montijo, convertida en Emperatriz de los Franceses por matrimonio con Napoleón III en 1853. Ambas compartían gustos refinados y eran las influencers de la época. En el último estreno en el teatro de la Grande Opera en París, leemos en El Contemporáneo (6 junio 1861), que junto a la Emperatriz, la condesa de Morny, Matilde Bonaparte y la condesa de Walewski, destacaba la princesa de Metternich con «vestido de gasa muy escotado. El peinado a la austriaca sostenido por una plumilla azul y cayendo casi sobre la frente, sujeta al pelo una lágrima de gruesos brillantes. En el cuello un magnífico collar de esmeraldas rodeadas de brillantes». 156 pares de guantes llegaron a inventariarse en su guardarropa.

Paulina, fumaba puros y le importaba poco su reputación. Apodada madame chiffon por los tejidos empleados en sus vestidos, todas querían imitar el estilo inconfundible de la aristócrata. La jolie laide (la guapa fea) era a pesar de su fealdad, más bella que la belleza más festejada del II Imperio, la fría y orgullosa condesa de Castiglione.

Ilustración de una revista de principios del siglo XX sobre el primer "duelo de emancipados"

Ilustración de una revista de principios del siglo XX sobre el primer «duelo de emancipados»

El matrimonio de Paulina y Ricardo tuvo tres hijas. Tras más de dos décadas en París, regresaron a Austria en 1870, cuando la guerra franco-prusiana aniquilaba el II Imperio francés. Llegaban a la corte de Francisco José y de Sissi. Paulina, impetuosa y entrada en años, se batió a duelo contra la condesa rusa, Anastasia Kielmannsegg, algo bastante inusual en 1892 más si tenemos en cuenta que el motivo no era otro que la disposición de unos centros florales para una exposición musical. Tras conocer el esplendor y la decadencia de los grandes imperios centroeuropeos, vivió en Viena, donde falleció en 1921. Tenía 86 años. Probablemente era la única superviviente de aquella camarilla célebre que echó sobre la corte de las Tullerías un renombre justificado de frivolidad.

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