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Hitler pronuncia un discurso el 15 de marzo de 1938 desde el balcón del Palacio Imperial de Hofburg en Viena, AustriaBundesarchiv / Wikimedia Commons

Las dos Españas en guerra ante la anexión alemana de Austria en 1938

El 13 de marzo de 1938 se produjo la incorporación nazi de Austria a Alemania, el Anschluss, hecho que no fue reconocido por la España republicana, entonces en plena Guerra Civil con la España nacional, para la cual supuso un sobresalto importante

La España nacional, hacia 1938, había logrado cierta aceptación por parte de las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña, mientras se enfriaba el apoyo de Francia al bando republicano. Paralelamente, el ministro de Asuntos Exteriores, conde de Jordana, mantenía un difícil equilibrio con Alemania e Italia ya que necesitaban su ayuda militar y económica.

Pero la anexión de Austria podía crear tensiones entre Alemania e Italia debido principalmente al apoyo de Mussolini al Gobierno austriaco materializado en el llamado Frente de Stressa en 1935, de acuerdo con Londres y París. Un segundo frente diplomático lo creaba el entendimiento generado entre Alemania e Italia con la Santa Sede, al apoyar ésta la independencia de Austria, bastión católico frente al totalitarismo nazi.

Cualquier tensión creada entre el Vaticano y los estados totalitarios afectaría a la política exterior de la España nacional, y Franco necesitaba el apoyo diplomático e ideológico total de la Santa Sede como cobertura moral, por dos decisivos motivos: por la afinidad de sus bases sociales católicas, muchos de cuyos líderes recelaban de los totalitarismos paganos, y por la presión que ejercían sobre El Vaticano ciertos sectores de la prensa católica, especialmente francesa y belga, contra la España nacional al considerarla alineada políticamente con las directrices del fascismo.

La España republicana intentó que París y Londres modificaran su actitud hacia ella, promoviendo una mayor colaboración militar y política, utilizando el miedo a la expansión del Eje sobre Europa, al calor de los sucesos austriacos.

Nada más conocerse la entrada de tropas alemanas en Austria, el conde de Jordana solicitó a sus embajadores en Londres y París información sobre la reacción de las potencias democráticas. Al poco tiempo, llegaron tranquilizadoras contestaciones ante la escasa reacción, tanto británica como francesa, que se centró en meros comunicados de protesta.

Pese a todo, y aceptando los hechos consumados felicitando al Gobierno alemán, el conde de Jordana adoptó determinadas reservas por lo inoportuno del momento. En el fondo, temía que las potencias democráticas reaccionaran otorgando mayor ayuda y legitimidad a la España republicana, para equilibrar la situación europea.

Desde Berlín, el embajador franquista volvió a tranquilizar al ministro, ya que en su opinión el Anschluss no supondría un cambio nuevo en las fronteras europeas, pese a los recelos franceses. Sin embargo, expuso que el plebiscito organizado en Austria por los nazis con motivo de la reafirmación de la unión podía provocar problemas, tensando innecesariamente una situación de hecho.

En este sentido, las demandas germanas ante Burgos, solicitando mayores facilidades para que los alemanes residentes en la España nacional pudieran votar, fueron atendidas con la mayor colaboración. Pero si la relación con Alemania pareció fluir sin problemas, la situación diplomática con Italia y la Santa Sede fue más complicada.

Desde Roma, el embajador franquista, García Conde, envió un informe a Jordana cuya idea central era el hecho de que la anexión de Austria había sido, en cierta medida, esperada por el Gobierno italiano. Pero, pese a sus recelos, se había confirmado la amistad germanoitaliana, el respetó alemán a la frontera italiana del Brenero y la negativa de Berlín a provocar un conflicto con Francia por cuestión de problemas fronterizos.

La respuesta de El Vaticano fue, en cambio, más conflictiva y provocó recelos diplomáticos con el Gobierno italiano. L'Osservatore romano denunció la anexión como un acto que podría ser el origen del desencadenamiento de otros más graves: los nazis habían comenzado a registrar a altas jerarquías de la Iglesia austriaca y a clausurar sedes de la Acción Católica, garantizadas bajo el Concordato.

Una parte de los prelados presionaron al Papa mostrando su temor sobre el giro ideológico que podría tomar la España nacional, al vincularse excesivamente con el totalitarismo del Eje. En medio de esta tensión, el Gobierno de Burgos promulgó la abolición de la ley del matrimonio civil de la República, lo cual tuvo su reflejo positivo al subrayar el soporte religioso y confesional del Nuevo Estado, siguiendo las tradiciones seculares del catolicismo español. Jordana realizó también gestos de acercamiento diplomático a Gran Bretaña y Francia, lo que irritó a Mussolini.

El Anschluss provocó tensión entre Pío XI y Hitler, en la que intervino también la prensa italiana, enemiga decidida de la política vaticana. El 14 de abril, la Santa Sede publicó un duro alegato contra las doctrinas en las que se inspiraban los Estados totalitarios. El documento publicado bajo el título Proposiciones condenadas sobre el panteísmo evolutivo, el racismo y el Estado totalitario, tras condenar una serie de principios como la superioridad racial, la sumisión del ser humano a los dictados del Estado, exhortaba a las universidades católicas a refutar las teorías de las nuevas religiones paganas .

Durante el resto de meses de 1938, el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista navegó por el filo de una navaja: jamás desairar a las potencias democráticas, no adoptar una posición ideológica y política excesivamente pro Eje, no yendo más allá de una discreta adhesión, intentando mantener los máximos cauces de entendimiento con El Vaticano. El Ministerio de Estado republicano, por el contrario, soñó con un estallido de un conflicto general en Europa que le proveyera de aliados más eficaces, lo cual no tuvo lugar.