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Proclamación de Felipe V como rey de España en el palacio de Versalles (Francia) el 16 de noviembre de 1700

Proclamación de Felipe V como rey de España en el palacio de Versalles (Francia) el 16 de noviembre de 1700

Extranjeros en el Gobierno de España

La Princesa de los Ursinos: de infiltrada francesa a asesora en la Corte de Felipe V

Incorporada al séquito de María Luisa se convirtió en su confidente más íntima. Sus servicios y compañía en el difícil periodo de adaptación a la realidad española, la hicieron indispensable para la joven Reina

Felipe V solo tenía 17 años cuando heredó el gobierno del Imperio español. Su abuelo, el Rey Sol, tenía poca confianza en su nieto. Conocía su carácter irresoluto y su falta de voluntad. Por eso le envió a Madrid acompañado de una caterva de acompañantes encargados de asegurarse de que el nuevo monarca se adaptaría a sus soberanos deseos.

Los enviados del Rey Sol entraron en Madrid como un elefante en cacharrería. Su soberbia francesa y su desprecio hacia la cultura y las instituciones españolas pronto generaron una sorda oposición. La pretensión de que se cediera a Francia el Flandes español y la exigencia de que el embajador francés se sentara de forma preeminente en el Consejo de Estado, pusieron de manifiesto su decisión de imponer su autoridad en España, considerada como país inferior.

El nuevo Rey tenía una personalidad peculiar. Huérfano de madre y abandonado por su padre, el gran Delfín, tuvo una niñez solitaria, fría y carente de afectos. Fue un joven abúlico, inseguro y aquejado de tendencias depresivas. Le ayudó mucho la influencia de su preceptor, el gran escritor y teólogo Fenelón, quien le inculcó la idea de que una conducta recta debía basarse en una religiosidad ferviente, algo que su discípulo recordaría el resto de sus días.

El matrimonio de Felipe con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya tuvo consecuencias inesperadas para las pretensiones francesas. La nueva –y jovencísima– Reina de España demostró un talento y una independencia de carácter inesperadas. El ascendiente que rápidamente logró sobre el Rey, la convirtió en la dueña de la voluntad de su esposo.

Confidente de la reina

Aquí aparece nuestro personaje, María Ana de la Tremouille, Duquesa de los Ursinos y mujer de notable belleza. Casada con el príncipe Flavio Orsini, había vivido en Italia y en España, cuyos idiomas hablaba con soltura. Una vez viuda, volvió a Francia donde por sus aventuras galantes y su talento llegó a convertirse en una de las estrellas de la promiscua Corte de Versalles. Allí intimó con madame de Maintenon –la favorita de Luis XIV– quien propuso su designación como camarera mayor de la nueva Reina de España.

Ursinos consiguió convertirse en la principal influencia sobre el irresoluto monarca español

Incorporada al séquito de María Luisa se convirtió en su confidente más íntima. Sus servicios y compañía en el difícil periodo de adaptación a la realidad española, la hicieron indispensable para la joven Reina. Con su ayuda Ursinos consiguió convertirse en la principal influencia sobre el irresoluto monarca español.

Retrato de la princesa de los Ursinos, hacia 1670, atribuido a René-Antoine Houasse

Retrato de la Princesa de los Ursinos, hacia 1670, atribuido a René-Antoine Houasse

Mientras tanto la atmósfera en la corte madrileña se había tornado irrespirable. Los enfrentamientos entre el nuevo embajador, el cardenal D´Estreés y el resto de la camarilla francesa, especialmente el confesor real, eran permanentes y habían transmitido a las facciones españolas que apoyaban a unos o a otros, sin que Felipe V acertase a imponerse en semejante maremágnum.

La excesiva intromisión francesa en los asuntos españoles estaba produciendo una creciente efervescencia fue antológica

La princesa, con su aguda percepción, se dio cuenta de que aquella insostenible situación era muy perjudicial a los intereses franceses pues estaba hastiando a los españoles. Su influencia animó al joven Rey a poner de manifiesto una mayor independencia y a declarar que pretendía gobernar en persona por encima incluso de las advertencias que le llegaban de su real abuelo.

La reacción de Luis XIV contra la Princesa fue furibunda pero no la amilanó. Su contestación aduciendo que la excesiva intromisión francesa en los asuntos españoles estaba produciendo una creciente efervescencia fue antológica. Solo reduciéndola podría evitarse que el descontento alimentase las serias sublevaciones que comenzaban a insinuarse. No sirvió de nada. Fue obligada a dimitir y a alejarse de España.

Su regreso a España como triunfadora

El retorno de las imposiciones francesas tuvo nefastas consecuencias. Especialmente la reacción de la Reina María Luisa, que dejó de colaborar con las instrucciones que venían de París. La inoperancia de la nueva administración condujo a desastres como la caída de Gibraltar. Luis XIV tuvo que aceptar su derrota y solicitar de nuevo la presencia de la princesa que volvió a España como triunfadora, convirtiéndose en uno de los personajes más decisivos y rapaces de la política española.

Detentadora en la sombra de un ingente pero discreto poder, consiguió que por sus manos pasaran todas las decisiones y nombramientos significativos. Como agente del Rey Sol contribuyó a que Felipe se mantuviese firme durante la Guerra de Sucesión, a pesar de todos los desastres. También contribuyó a la transformación de las instituciones españolas para aproximarlas a las francesas, aunque las Cortes de Castilla hicieron fracasar la propuesta de modificación de las leyes hereditarias para imponer la Ley Sálica en beneficio de los Borbones.

También intervino en las negociaciones que condujeron al Tratado de Utrecht y al fin de la hegemonía española en Italia. Su influencia fue decisiva en la elección de la segunda consorte de Felipe V, Isabel de Farnesio. Por una vez le falló la información. Creyó haber elegido a una princesa de segunda fila inculta y sumisa pero se encontró con una maestra de la intriga que la desterró ignominiosamente nada más llegar a España.

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