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El zar Nicolás II en la ventanilla del propio vagón, 1917

El zar Nicolás II en la ventanilla del propio vagón, 1917Dominio Público

El 'Tren del Zar': el ferrocarril histórico que da nombre a la última estrategia rusa en Ucrania

La finalidad exacta sigue siendo motivo de debate entre expertos, pero la prensa ya ha bautizado esta línea como «el Tren del Zar». ¿Cuál es el origen histórico de este nombre?

Los analistas militares están sorprendidos estos días por el descubrimiento en Ucrania de una insólita táctica del ejército ruso. Según imágenes satélite, los rusos han establecido una línea defensiva cerca de Donestk uniendo vagones de tren que se extienden hasta 30 kilómetros en una especie de muralla improvisada. La finalidad exacta sigue siendo motivo de debate entre expertos, pero la prensa ya ha bautizado esta línea como «el Tren del Zar». ¿Cuál es el origen histórico de este nombre?

En la época de la Rusia zarista, la familia imperial Romanov utilizó con mucha frecuencia el ferrocarril como medio de desplazamiento. En un país tan gigantesco, los trenes era realmente la única forma de viajar sin tardar semanas en llegar de un punto a otro del Imperio, y por eso desde principios del siglo XIX los zares fomentaron de forma entusiasta la creación de vías férreas.

La primera fue inaugurada por Nicolás I en 1837, que realizó el primer viaje de un zar en el nuevo medio de transporte entre la capital, San Petersburgo, y la majestuosa residencia imperial de Tsárskoye Selo. A partir de entonces, la familia imperial se acostumbró a realizar sus viajes en tren, para lo que se acondicionaba uno o varios vagones especiales en los que acoger con toda comodidad posible al zar, su familia y su séquito.

El tren imperial permitía al zar recorrer el país con rapidez y comodidad, pero no estaba exento de riesgos

En la década de 1880, Alejandro III empezó a usar un tren particular de quince vagones para ir desde la Corte en San Petersburgo a Moscú o a veranear en Crimea. El tren imperial permitía al zar recorrer el país con rapidez y comodidad, pero no estaba exento de riesgos. A finales del siglo XIX, el terrorismo de extrema izquierda estaba creciendo con fuerza en Rusia y su objetivo principal era conseguir el asesinato del zar, para lo que intentaron atentar contra el tren imperial.

En diciembre de 1879, dos equipos del grupo terrorista Narodnaia Volia («la Voluntad del Pueblo») minaron con dinamita las vías del tren que debía transportar al zar de vuelta de su residencia de verano en Livadia, pero fallaron: la primera mina no hizo explosión y la segunda voló por error el tren que llevaba a la comitiva del zar y no en el que viajaba el monarca.

Recepción de Alejandro III a los decanos de los distritos rurales en el patio del Palacio Petrovski en Moscú, cuadro de Iliá Repin

Recepción de Alejandro III a los decanos de los distritos rurales en el patio del Palacio Petrovski en Moscú, cuadro de Iliá Repin

En 1888, sin embargo, el zar estuvo a punto de morir no por un ataque terrorista, sino por un accidente. El tren imperial, llevando a toda la familia, volvía de Crimea a San Petersburgo cuando al pasar por la estación de Borki, cerca de Jarkov, descarriló matando a 21 personas e hiriendo a varias más.

La familia imperial estaba en vagón comedor cuando se produjo el accidente, pero todos los miembros salieron ilesos. De acuerdo con las crónicas, Alejandro III logró sostener el techo sobre sus hombros para que su mujer e hijos escapasen antes de que colapsase. El influyente ministro Sergei Witte, uno de los grandes reformadores rusos, dirigió una investigación en la que se culpó al exceso de velocidad y la antigüedad de los vagones, que habían estado en servicio más de una década y estaban deteriorados.

Frederick de Hanen, ferrocarril transiberiano, hacia 1913

Frederick de Hanen, ferrocarril transiberiano, hacia 1913

Entre 1894 y 1896 se construyó un nuevo tren imperial para remplazar al siniestrado, y que inauguró Nicolás II para su coronación. Inicialmente estaba formado por siete vagones, aunque aumentó luego hasta diez. Incluía dormitorios para la pareja real, para los niños y para el servicio, una sala de recepción, un despacho, una cocina, un comedor y un vagón-capilla para los servicios religiosos diarios de la familia imperial.

Este tren, que había sido testigo del inicio del reinado de Nicolás II, lo fue también de su final, pues en él tuvo que firmar el zar la abdicación en 1917. Con ella, terminó el dominio centenario de los Romanov sobre Rusia, que cayó en manos del comunismo.

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